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La reconstrucción de la economía cubana PDF Imprimir E-mail
Escrito por Indicado en la materia   
Lunes, 30 de Enero de 2023 21:10

Una ruina industrial en La Habana, Cuba.

Por JORGE A. SANGUINETTY.- 

La economía cubana ha operado en un estado de crisis permanente desde el triunfo de la Revolución en 1959, lo que después de 63 años ha culminado en un profundo deterioro del nivel de vida de la ciudadanía. El recrudecimiento actual de la crisis se observa en el aumento de la pobreza, el número creciente de los que abandonan el país y la visible falta de capacidad y recursos del Gobierno para estabilizar la economía y pagar la enorme deuda externa. Las protestas callejeras de 2021 y la represión policial son indicadores indiscutibles de la gravedad de la situación.

Con frecuencia, se habla de reformas económicas, de una reconstrucción y hasta de la aplicación de un Plan Marshall para Cuba. Dada la demostrada incompetencia de los gobernantes cubanos para mejorar la economía, junto a su falta de voluntad política para enfrentar el problema y resolverlo, cabe preguntarse qué sentido tiene hablar de una reconstrucción en las condiciones actuales.

Quizás no lo tenga para todos los cubanos, pero sí para los que no se hayan adaptado a vivir bajo las miserables condiciones del totalitarismo vigente y rehúsan emigrar, quienes deben mantener un interés en las políticas del Gobierno, el futuro del país, su economía y el nivel de vida de la población. Además, y a pesar de las dificultades actuales y la falta de libertad de expresión, mantener un diálogo sobre el futuro de Cuba contribuye a que se creen las condiciones para salir del estancamiento.

Pero, ¿de qué hablamos concretamente cuándo nos referimos a reconstruir la economía cubana? ¿Qué fue lo que se destruyó de la economía? ¿En qué consiste la economía cubana? La economía es un concepto abstracto que abarca las infinitas actividades y transacciones que continuamente llevan a cabo los miembros de toda sociedad para producir y distribuir los bienes y servicios que necesitan o desean. La economía representa el metabolismo que cada sociedad necesita para sostenerse, crecer y reproducirse. De difícil visualización, tales actividades y transacciones están a cargo de las empresas y organizaciones afines, que a su vez se relacionan entre sí de múltiples y muy complejas maneras.

Hasta 1959, la economía cubana se había fundado y desarrollado con la participación de millones de agentes decisorios que, en conjunto, poseían la economía nacional. Ellos eran los consumidores, trabajadores y empresarios actuando por medio de las empresas, en busca de mejorar sus condiciones de vida. En conjunto, eran los dueños de la economía, cuyo objetivo era satisfacer sus necesidades y preferencias. Lo hacían con amplios y diversos grados de libertad y de un modo espontáneo, sin dirección central, aunque con una participación del Gobierno en la coordinación de la producción azucarera.

El conjunto de empresas y sus interrelaciones crea una naturaleza económica que funciona con sus propias leyes y principios. Cuando estos se ignoran, las sociedades pagan un alto precio. El desarrollo logrado por el país fue abruptamente detenido y revertido por la Revolución con las medidas adoptadas entre 1960 y 1968, cuando todas las empresas fueron expropiadas y pasaron a ser administradas por entidades estatales, dentro del sistema de planificación central de tipo socialista. Muchas empresas, incluso sectores enteros de la economía, como el financiero y el de servicios legales y profesionales, desaparecieron. Pero el cambio más radical consistió en que, de pronto, la economía del país no estaría primordialmente dedicada a satisfacer las necesidades de la población, sino las órdenes del Gobierno central.

Como explico en un artículo publicado en DIARIO DE CUBA el pasado 28 de agosto, en ese período inicial las empresas cubanas, ya todas estatales, experimentaron tres tipos de choques traumáticos que modificaron radicalmente el modo en que operaban y sus respectivas capacidades productivas. El primer golpe fue el de las expropiaciones mismas, que eliminaron la propiedad privada de los medios de producción, convirtiéndolos en propiedad del estado. Así se cortó todo vínculo entre propietarios y empresas, lo que también afectaría el manejo o administración de las mismas, que quedaba a cargo del Gobierno.

El otro choque o cambio radical consistió en que las empresas, bajo la administración del Estado, tendrían que funcionar dentro de las normas y condiciones inflexibles de una planificación central socialista, que nunca llegó a organizarse y operar como se esperaba. Así, las empresas perdieron todas las formas de autonomía que eran típicas de la economía de mercado. La autonomía, que se basa en la libertad de gestión que predomina como un bien público en las economías de mercado, permitía a las empresas ajustarse a la incertidumbre típica de la actividad económica, o sea, los cambios inesperados tanto de la demanda como de la oferta.

El tercer choque traumático sufrido por las empresas consistió en las intervenciones improvisadas y muy desorganizadas del jefe de gobierno Fidel Castro, una característica tan insólita como poco estudiada de la economía castrista. Dichas intervenciones culminaron con el descalabro de la muy mal concebida zafra de los 10 millones de toneladas de azúcar en 1970, en la cual solo se llegó a producir 8.5 millones de toneladas a un costo todavía desconocido. El esfuerzo, personalmente iniciado sin una evaluación previa y dirigido por Castro con su conocido estilo desordenado, causó grandes estragos en el resto de la economía por la urgencia con que se sustrajeron recursos de otros sectores para reasignarlos al azúcar. Aunque ya el propio Castro había decretado que la economía cubana se regiría por la planificación central, el esfuerzo azucarero fue casi completamente llevado a cabo fuera de la misma.

Fue entonces cuando Castro parece haber reconocido la falta de una dirección más eficaz de la economía y permitió una iniciativa de su hermano Raúl, dirigida a introducir un cierto nivel de disciplina en el aparato de dirección y planificación. Entonces, la economía cubana comenzó, más en teoría que en la práctica, a operar dentro de los cánones de la planificación central en el marco del sistema soviético. Pero ya dicha economía, por medio de sus empresas, todas estatales, había perdido la capacidad productiva y la solvencia de otros tiempos, mientras continuaba dependiendo de los subsidios soviéticos y un tan descontrolado como creciente endeudamiento externo para mantener su economía a flote.

Años después, con la desintegración de la Unión Soviética, en 1991 la pérdida de los subsidios provocó una contracción literalmente traumática del nivel de actividad económica, cuando Fidel Castro se vio obligado a improvisar con urgencia lo que llamó "Período Especial en Tiempo de Paz", reflejado en un recrudecimiento intenso de la escasez en Cuba. En consecuencia, el Gobierno tuvo que reducir al máximo las cuotas de racionamiento existentes desde 1962.

La pérdida de los subsidios soviéticos mostró de manera dramática la debilidad estructural de la economía cubana. En rigor, la misma se puede calificar como una economía castrista, por sus rasgos sui géneris, diferente de las economías típicas de tipo socialista o comunista, y porque había sido Castro personalmente quien había dictado su implantación, no un organismo planificador, un consejo económico o alguna otra entidad política. Y Castro lo había hecho en contra del consejo de los que llegaban a tener la oportunidad de ser sus asesores.  Cualquier socialista o comunista recalcitrante pudiera criticar a Fidel Castro por perseguir una estrategia errada al crear una dependencia extrema de los subsidios soviéticos, impidiendo que las empresas estatales cubanas pudieran alcanzar eventualmente su autosuficiencia financiera.

La década de los 90 se caracterizó por la improvisación de medidas de urgencia, destinadas a mantener una economía quebrada, pero que a la vez siguiera sirviendo como un instrumento del control político y represión de los ciudadanos. Tengo que insistir en este punto, omitido con frecuencia por analistas cuyo marco metodológico debiera incluir el de la "Nueva Economía Política" aplicado a Cuba. Desde el comienzo de la Revolución, el principio estratégico central para manejar la economía nacional bajo el poder absoluto de Fidel Castro fue no solo el de utilizarla como un instrumento de control político de la población, sino también como parte principal del designio en su agenda de la “lucha antiimperialista” contra Estados Unidos, como él mismo ya lo había confesado. De este modo, muchas de las decisiones que se tomaban sobre la economía le aparecían como irracionales o simplemente erradas a los observadores que no conocían a fondo el intríngulis del Gobierno y sus objetivos políticos.

De este modo, las medidas económicas que Fidel Castro permitió —forzado por las circunstancias y casi siempre a regañadientes—, se concentraron en la apertura al turismo internacional, a lo que él mismo se había opuesto enfáticamente al comienzo de la Revolución; las remesas de dólares provenientes de los cubanos en el exilio; la liberalización de la circulación del dólar americano y otras monedas convertibles para transacciones en la Isla; la apertura muy limitada al trabajo por cuenta propia y la aceptación de algunas inversiones privadas de origen extranjero.

Pero a pesar de la necesidad de reactivar la economía, el Gobierno nunca llegó a adoptar las medidas liberacionistas que muchos asesores aconsejaban. Así se fueron acumulando, junto a una deuda internacional que se haría impagable con el tiempo, los efectos perniciosos de las distorsiones en la economía incomprendidos por los gobernantes. Las decisiones de los 90 no obedecían a una estrategia económica coherente. Más bien eran parches de emergencia que se improvisaban, generando nuevas distorsiones cuya solución se postergaba indefinidamente, como la absurda creación de un sistema monetario triple, con tasas de cambio múltiples. La pérdida de los subsidios soviéticos fue parcialmente reemplazada al comenzar el nuevo milenio con ayuda del Gobierno de Venezuela, lo cual sirvió para extender y prolongar la dependencia externa de la economía cubana y la incapacidad de las empresas estatales de generar inversiones y en conjunto estabilizar la economía. Pero la ayuda venezolana no sería suficiente, ni duraría lo necesario para detener el continuo deterioro económico de Cuba.

Las medidas y gestos aperturistas propuestos y llevados a cabo por la administración del presidente de Estados Unidos Barack Obama en 2014 no fueron aprovechados. Fidel Castro, además de boicotear lo que parecía ser una oportunidad interesante para el país, renovó su reluctancia a dar algún respiro a lo que quedaba de la economía, tal como había hecho a mediados de los 80, cuando limitó severamente los mercados libres campesinos a pesar del éxito que estaban logrando en abastecer de alimento a la población.

En todo este proceso, la empresa estatal típica continúa deteriorándose, no solo en su dotación de activos físicos y financieros, sino también en su capacidad orgánica de manejo y administración rentable. La paupérrima actividad económica privada fue permitida solo para aliviar el peso del empleo excesivo de trabajadores que inflaban improductivamente la nómina estatal, pero era muy insuficiente para cubrir las carencias productivas de las empresas estales planificadas. El fracaso en la reciente implementación de la llamada "tarea de ordenamiento monetario" puso en clara evidencia que los gobernantes no saben cómo debe operar una empresa ni cómo se relaciona con la macroeconomía, al suponer implícitamente que las mismas responderían eficientemente a las nuevas señales derivadas de las tasas de cambio reajustadas.

Conclusiones

Estas consideraciones significan que cualquier reforma de la economía cubana tiene forzosamente que enfocarse en la empresa como el instrumento principal de los procesos productivos. Sin una reconceptualización de la empresa como célula productora por excelencia de la actividad económica del país, no puede haber una reconstrucción de su economía. Y esa reconceptualización requiere que cada empresa goce de un nivel de autonomía o libertad de gestión que le permita, eficientemente, responder a todas las formas de incertidumbre que forman parte de una sociedad moderna y dinámica.

La empresa debe ser flexible para ajustar sus procesos productivos a las variaciones aleatorias continuas que afectan la demanda por lo que produce, los insumos y los trabajadores que necesita para lograrlo y las condiciones generales de la macroeconomía y las finanzas simultáneamente. Y todo esto por encima de poder sostener un sistema de incentivos para que los trabajadores estén moral y materialmente interesados y comprometidos en la eficiencia productiva de sus puestos de trabajo. Sin incentivos eficaces basados en una concepción realista, no caprichosa de la naturaleza humana, no se puede lograr una economía eficiente.

En la actualidad, la empresa estatal típica cubana, urbana o rural, está muy lejos de cumplir esas condiciones. Algunos funcionarios parecen haber reconocido que es en el sector privado donde se pueden dar las condiciones necesarias para mejorar la economía en su conjunto, pero esto significaría hacer concesiones contrarias a lo que parece ser la ideología imperante (o los intereses personales y nada socialistas de los que gobiernan), lo que crea un profundo dilema tanto para los gobernantes actuales como para la ciudadanía en general. Para mejorar las condiciones económicas del país es, más que necesario, insoslayable liberar las empresas cubanas. Esto requiere que las empresas se liberen de la planificación central y sean manejadas por sus administradores y trabajadores, en función de sus intereses personales, que al fin y al cabo son compatibles con los intereses personales de los demás ciudadanos como consumidores y bajo un régimen de competencia que evite el monopolio.

En síntesis, la reconstrucción de la economía cubana consiste primordialmente en la reconstrucción de sus empresas, lo cual solo podrá lograrse con inversiones de capital privado, nacional y extranjero, y con un Gobierno que conozca las condiciones en que opera una empresa en el mundo actual. Esto significa que el Gobierno se excluya del manejo empresarial y que deje de usar la economía como un instrumento de control político de la población.

Aquí incluyo unos comentarios de Roger Betancourt, Profesor Emérito de Economía de la Universidad de Maryland, quien leyó una versión inicial de este artículo y apunta que parte de la reconstrucción de la economía requiere reconceptualizar y transformar el papel de las instituciones del Estado y el Gobierno, para que sean compatibles con una economía basada en empresas autónomas y eficientes. Esto equivale a crear y hacer cumplir las reglas y regulaciones que se necesitan para proteger los derechos de los trabajadores, consumidores y empresarios, los verdaderos dueños y dirigentes de la economía, de modo que todos al unísono puedan cumplir con las tareas productivas y distributivas que la sociedad demanda, de manera continua y estable.

Al mismo tiempo que las empresas producen los bienes y servicios privados que la ciudadanía demanda, el Estado debe estar a cargo de los bienes y servicios públicos que la sociedad en conjunto necesita, o sea, los que se consumen simultáneamente por todos los ciudadanos, por ejemplo, la seguridad nacional, la administración de justicia, la sanidad pública, la estabilidad de la moneda y las garantías de los derechos de propiedad, el acceso a la educación y a los servicios de salud.

Con la composición actual del Gobierno, la aparente ideología imperante y la arquitectura institucional vigente, no parece factible que se lleven a cabo los cambios que Cuba necesita para mejorar su economía. El anuncio reciente sobre la presencia en Cuba de unos empresarios rusos para aconsejar al Gobierno sobre cómo montar una economía parecida a la de la Rusia actual no es aconsejable, porque tiende a replicar un sistema con una fuerte presencia del Gobierno en la economía, con casi ninguna participación ciudadana.

La reconstrucción de la economía cubana depende de otras reconstrucciones, en especial la de la mentalidad de los que gobiernan, mucho más que la ideología, para que se comprometan con el bienestar de los cubanos y no con el designio mesiánico y obsoleto de un líder que ya no existe, pero que continúa, como si fuera un fantasma, influenciando los destinos de Cuba.

DIARIO DE CUBA

Última actualización el Jueves, 09 de Febrero de 2023 13:33
 

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