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LA FELICIDAD. PDF Imprimir E-mail
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Sábado, 06 de Febrero de 2010 18:58
Por JOSÉ M. BURGOS

El concepto sobre la felicidad varía de acuerdo a la persona, como varían los gustos y preferencias. Por lo tanto, lo que es agradable para un individuo, no siempre lo es para otro.
Hay personas que disfrutan practicando o viendo su deporte favorito, otra, haciendo ostentación de sus bienes materiales, para otras, la felicidad consiste en viajar y conocer diferentes culturas,  hay quienes la encuentran sintiéndose poderosos. Pero lo cierto es que nadie, absolutamente nadie, es completamente feliz durante todo el tiempo.
No puede ser feliz aquel que actúa mal y, deliberadamente, causa daño a otros para conseguir algo. Aquel dice que el fin justifica los medios, sin importarle cuáles sean los medios que lo conducen al fin que busca.
La felicidad debe estar basada en la paz que nos da tener la conciencia tranquila y, al final de la jornada diaria, poder poner nuestra cabeza sobre la almohada y conciliar el sueño sin que ésta nos acuse. La conciencia es, al fin de cuentas, nuestro juez más severo e implacable.
La felicidad es un estado de ánimo que supone una satisfacción y nadie puede estar satisfecho por causar dolor, nadie puede ser feliz, si se siente odiado, nadie puede ser feliz, si su conciencia está sucia.
Quien está feliz, se siente satisfecho, complacido y alegre. Aunque obviamente, este concepto es subjetivo y relativo, pues no existe un termómetro que mida la felicidad como se mide la temperatura, por ejemplo.
Se experimenta una sensación de bienestar y, hasta cierto punto, de felicidad cuando se alcanza un objetivo o cuando se recupera la salud perdida o cuando se reencuentra con un ser querido.
Generalmente, las personas que se sienten realizadas y llevan una vida tranquila, son más serenas y estables. Por lo tanto, más felices, en tanto que aquellas que llevan una vida cargada de responsabilidades, tienden a excitarse más y cuando no logran sus objetivos, a una frustración que conduce a la pérdida de la felicidad.
Es más frecuente ver una sonrisa espontánea en un campesino que en un alto ejecutivo, a pesar de que el primero no tiene las riquezas del segundo.
Es obvio que el dinero puede dar seguridad y que no da la felicidad, pero ayuda. No obstante, cuando el amor por el dinero se convierte en una obsesión, éstá convierte al amante de las riquezas en su esclavo.

José M. Burgos S.
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Última actualización el Sábado, 06 de Febrero de 2010 19:01
 
Marxistas y liberales: respuesta al economista Haroldo Dilla PDF Imprimir E-mail
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Martes, 26 de Enero de 2010 10:56

Por CARLOS ALBERTO MONTANER 

He leído con mucho interés, como suelo hacer, la respuesta de Haroldo Dilla. No sabía que era un experto en historia haitiana. La bibliografía de él que conozco no permite adivinar esa faceta suya. Me parece admirable.

Mi conocimiento sobre Haití, en cambio, es más bien precario. He leído lo que cuentan las historias generales de América Latina, algunos ensayos biográficos aislados y varias docenas de artículos especializados. Apenas he visitado el país media docena de veces, y sólo en dos de ellas me aventuré a recorrerlo junto a líderes haitianos que entonces estaban vinculados a la Internacional Liberal. Fue de labios de ellos que escuché muchas historias del cochero Toussaint L´Overture, un personaje dotado de cierto talento como guerrero, de Henry Christophe, sirviente en un hotel con bastante de psicópata sanguinario, cuya Citadelle recorrí con una mezcla de admiración y horror, y de Dessalines, tan desdichado que era esclavo de otro negro, lo que, curiosamente, no disminuyó su odio feroz contra los blancos, actitud de la que los dominicanos todavía guardan cierta memoria.

Mi visión de las relaciones entre Haití y República Dominicana la adquirí en los magníficos libros de mi amigo Frank Moya Pons y en larguísimas charlas con tres de los dominicanos más inteligentes que he tratado en el país: Federico Henríquez Gratereaux, Frank Marino Hernández y José Israel Cuello. Frank Marino, lamentablemente, ya murió.

Los escuchaba con gran atención porque, al fin y al cabo, era una historia que, en alguna medida, me resultaba cercana. Una rama de mi familia materna llegó a Santo Domingo en el segundo viaje de Colón, allí se mantuvo cuatro siglos, y desciende directamente de Rodrigo Bastida y de su yerno Gonzalo Fernández de Oviedo. Mi abuela (Lavastida Landestoy) ahí nació y emigró a Cuba a principios del siglo XX. A lo largo del XIX, generalmente huyendo de la guerra y de la invasión haitiana, muchos de sus parientes ya se habían instalado en Cuba. Mi abuela, por cierto, estaba emparentada, con dos ilustres domicanos-cubanos: Máximo Gómez Báez (por los Báez) y José María Heredia (por los Heredia).

Nada de esto, naturalmente, tiene que ver con el intercambio de ideas (no lo llamaría debate) con el amigo Dilla, pero supuse que a algunos lectores cubanos avecindados en República Dominicana les interesaría conocer estos curiosos detalles familiares escasamente relevantes, salvo para mi propia tribu.

Voy al grano.

Repito el corazón de mi argumentación: Haití, paulatinamente, se convirtió en un estado fallido porque saltó del barracón a la casa de gobierno, sin experiencia en la administración y con una élite tan frágil y tan poco densa  que no fue capaz de crear instituciones republicanas sólidas y no supo transmitir la autoridad de una manera racional.

En última instancia, lo que afirmo es que el estado haitiano fracasó por razones endógenas y no por causas externas. Ni la deuda impuesta por los franceses como indemnización por la pérdida de la colonia, ni la ausencia de reconocimiento internacional (que no impedía el comercio), ni el trato áspero de las grandes potencias causaron la progresiva pauperización y crisis del Estado haitiano. Fue la élite haitiana, salida del seno de esa convulsa sociedad, la que tomó los caminos equivocados para el conjunto.

Con el objeto de demostrar que las cosas hubieran podido ser de otro modo, destaqué el caso de la vecina isla de Barbados, reseñada en el Índice de Desarrollo Humano que anualmente publica Naciones Unidas como la sociedad más exitosa de América, exceptuados Estados Unidos y Canadá. Y si apelé a ese ejemplo, fue para demostrar que una sociedad de orígenes muy parecidos a los de Haití (una terrible plantación de esclavos cruelmente maltratados por sus amos) podía triunfar si contaba con las instituciones adecuadas, extremo que fue posible en ese país por la honda huella civilizadora y la experiencia en autogobierno que dejó Gran Bretaña en la Isla.

La reacción de Dilla a este argumento me parece sorprendente. Dilla se rió cuando la leyó y hasta buscó a Marx en su ayuda (entiendo que con esas apoyaturas se equivoque frecuentemente). Precisamente, por el hecho de ser un “microestado” desovado por el peor colonialismo esclavista, con sólo 431 kilómetros cuadrados y unos 300,000 habitantes —una densidad poblacional parecida a la haitiana—, es la demostración de que no hay estados “inviables”, sino estados pésimamente gobernados.

Si los barbadienses, en el mismo escenario caribeño, en un espacio mucho más reducido, con peores condiciones naturales que Haití, han logrado crear suficientes riquezas (US$17,000 de PIB anual medido en poder de compra) y constituido una sociedad educada y decente, con sólo una décima parte de la población por debajo de los límites de pobreza, eso demuestra que tanto los problemas como las soluciones dependen del comportamiento interno de la sociedad y no de las circunstancias exteriores.

Me imagino que a Dilla también le parecerá risible el caso del Principado de Andorra, de tamaño similar a Barbados, pero con un milenio de historia exitosa y pacífica en medio de dos países que se destripaban frecuentemente.  Y seguramente se reirá de Singapur, otro microestado que comenzó su andadura independiente en 1966, en medio de una crisis política y económica enorme, exactamente cuando las supersticiones marxistas demolían el aparato productivo cubano.

Como los resultados de ambos países —Cuba y Singapur—, al cabo de varias décadas están a la vista, ni siquiera me tomo el trabajo de contrastar qué ha ocurrido en el microestado asiático frente a lo sucedido en la pobre Cuba, porque estoy seguro de que Dilla, además de conocer profundamente la historia haitiana, maneja la información adecuada sobre la economía contemporánea. La diferencia, además, no es para reír sino para echarse a llorar.

Por otra parte, fui yo quien encontró cómica la explicación de Dilla del catastrófico desempeño haitiano: “Yo remito esa caída —dice— a la manera como Haití quedó inserto en la economía regional/mundial en el siglo XX, como proveedora de mano de obra barata y desprotegida para la acumulación capitalista en Cuba y República Dominicana (…)”. O sea, para el amigo Dilla la Teoría de la Dependencia, pese a la experiencia de la segunda mitad del siglo XX, continúa vigente. Como suelen decir los españoles, hay gente “inasequible al desaliento”. Cuanto lo siento.

Dilla no ha leído las declaraciones de Fernando Henrique Cardoso (autor del mejor resumen de ese disparate, escrito junto a Enzo Faletto), en las que pide que olviden cuanto escribió basado en la absurda premisa de la Teoría de la Dependencia, desmentida una docena de veces por casos como los de Taiwán, Corea del Sur, Singapur, etc., países de la supuesta “periferia” que pasaron a formar parte del “centro” con la colaboración y no la oposición de las naciones desarrolladas.

Dilla no ha tomado en cuenta las humildes rectificaciones de la CEPAL a las elucubraciones equivocadas de los economistas estructuralistas que le dieron vida, ni siquiera las del propio Raúl Prebisch, apóstol del desaguisado a mediados del siglo pasado. Dilla, cuando ve el ejemplo del Estado de Israel, un pequeño gigante brotado en el desierto, no es capaz de comprobar que nada ni nadie impide que una sociedad progrese y prospere en las peores circunstancias. Empantanado en la visión victimista de la Teoría de la Dependencia, el amigo Dilla es indiferente a la realidad.

Como Dilla, además, no sabe qué es la modernidad ni cómo se forjó, pero tiene la gentileza de recomendarme lecturas (que buscaré ávidamente), me permito proponerle que lea con mucho cuidado la obra de Douglass North, el Premio Nobel de Economía (1993), para que pondere el peso de las instituciones en el desarrollo económico, y en especial sus finas disquisiciones sobre las “sociedades de acceso abierto y acceso limitado”, porque probablemente eso contribuirá a ampliarle sus horizontes de análisis, tal vez muy constreñidos por la pobreza sin remedio del pensamiento marxista.

Otros autores que seguramente no eran populares en Cuba, pero que le recomiendo vivamente para que entienda mejor cómo las sociedades crean o destruyen la riqueza, además de North, son F. Hayek, James Buchanan, Gary Becker, Robert Fogel, Milton Friedman —los cinco obtuvieron el Nobel de Economía, y dos que no lo recibieron, pero lo merecían: L. von Mises e Israel Kirsner. La ventaja que tiene este selecto grupo de pensadores liberales es que abordan el tema desde diversas perspectivas: culturalistas, institucionalistas, monetaristas, fiscalistas y empresarialistas.

Tampoco entiendo muy bien (salvo si tomo en cuenta los estereotipos absorbidos por Dilla en Cuba tras medio siglo de distorsiones de la percepción) que me incite a “dar un paso adelante respecto a los dogmas liberales y la retórica del discurso seguro que le acompañan”.

¿Qué debo abandonar del pensamiento liberal? Me encantaría que me lo señalara. Los principios básicos que defendemos los liberales, y las medidas de gobierno que solemos recomendar, son estos: defensa de las libertades individuales, límites a la autoridad, separación y equilibrio de poderes,  respeto por los derechos humanos, laicismo del sector público, tolerancia con la diversidad, supremacía de la sociedad civil, exigencia de transparencia y rendición de cuentas en los actos de gobierno, igualdad ante leyes neutrales, pluralismo político, consultas democráticas periódicas, descentralización del Estado, economía libre que respete la propiedad privada y que deje al mercado, y no a la arbitrariedad de los comisarios, la asignación de recursos o la fijación de los precios (como sucede en Cuba), comercio libre, control del gasto público y de la inflación, equilibrio fiscal, competencia entre las empresas y meritocracia entre las personas.

Francamente, me intriga saber cuáles son los principios o las medidas de gobierno que le resultan equivocadas o contraproducentes al economista Dilla.

¿Se da cuenta el amigo Dilla que las treinta naciones más felices y desarrolladas del planeta son las que se conducen con arreglo a esos principios y medidas liberales, unas veces bajo la gerencia de socialdemócratas, y otras bajo democristianos, conservadores o los que nos llamamos liberales, hijos todos de una misma familia procreada, en los tiempos modernos, por Locke, Smith, Montesquieu y una larga cadena de pensadores que desde la Ilustración hasta nuestros días han ido refinando incesantemente las ideas originales que dieron origen a la democracia liberal?

Me temo, en cambio, que es el amigo Dilla quien debe revisar sus lecturas y premisas, porque lo que no encaja en la tradición liberal de Occidente es el marxismo, con su receta odiosa de lucha de clases, dictadura del proletariado, intolerancia, y desaparición de las libertades y de la propiedad privada, inevitablemente conducentes a los mataderos y el empobrecimiento.

¿Cómo se puede ser marxista tras la horrenda experiencia del siglo XX? Realmente, lo ignoro. ¿Se ha percatado Dilla de que el marxismo, convertido en discurso legitimador del gobierno, siempre ha terminado erigiendo paredones y calabozos en medio de la miseria? ¿Cómo se puede ser marxista tras los ejemplos de las dos Alemania y las dos Corea? ¿Cómo se puede ser marxista y conocer a fondo lo sucedido en nuestra desdichada Cuba? ¿Cómo se puede ser marxista cuando se comprueba, invariablemente, que en la construcción de los estados comunistas han fracasado germanos, eslavos, turcomanos, latinos, latinoamericanos, asiáticos, católicos, ortodoxos, protestantes, todos, porque, como me confesara con humildad Alexander Yakolev, el padre de la Perestroika, en su despacho de Moscú (que antes había sido de Suslov), la sangrienta utopía marxista no tenía en cuenta la naturaleza humana.

En fin: tal vez la diferencia esencial entre ser liberal y marxista es ésta: un verdadero liberal, si no está dispuesto a traicionar los valores que perfilan su conciencia, tiene la obligación moral de respetar a un marxista aunque piense que está equivocado; un marxista, en cambio, en nombre de la revolución se siente justificado para perseguir a un liberal, encarcelarlo, matarlo si es necesario y, en definitiva, extirparlo de la faz de la tierra porque los adversarios de sus ideas son, en realidad, despreciables enemigos del pueblo. Es lo que han hecho siempre cuando han ocupado el poder.

Enero 22, 2010

Última actualización el Martes, 26 de Enero de 2010 10:58
 
Los buenos de Haití PDF Imprimir E-mail
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Lunes, 25 de Enero de 2010 11:43

Por PILAR RAHOLA
Como ya pasó con el tsunami, en Haití los dos países más solidarios han sido
EE.UU. e Israel.

Haití nos dice muchas cosas, y algunas tienen que ver con países demonizados
que, sin embargo, brillan tanto por presencia, como brillan otros por
ausencia. Nuevamente, pues, como pasó con el tsunami, o con las tragedias
africanas, también en Haití, los dos países más solidarios han sido Estados
Unidos e Israel.

El caso israelí es tan flagrante que conozco ONG israelíes
que trabajan en África y esconden su nacionalidad para poder continuar
haciendo su labor, sin que los odios ancestrales lo impidan. En Haití, por
suerte, sus magníficos médicos, que han montado un sofisticado hospital, no
han tenido que esconder la estrella de David. Pero demos tiempo a Chávez, o
a cualquiera de sus voceros, allá o aquí, que siempre están prestos a lanzar
barbaridades antisemitas. Estados Unidos es el mismo caso, en escala
mayúscula. Ha movilizado recursos, ha enviado a su ejército, ha coordinado
la logística y, en definitiva, ha aterrizado en el devastado país para
intentar sacarlo del caos. Por supuesto, Haití necesita dos planos de
actuación, el urgente, y el estructural, que tendrá que llegar cuando ya se
hayan ido los periodistas. Será entonces cuando sabremos si estamos ante una
solidaridad real, o si el mundo vuelve a darle la espalda. Pero mientras
ello ocurre, algo está claro: las dos democracias más demonizadas del mundo,
y las que, por cierto, han sufrido de forma más sangrante la maldad del
terrorismo, son las que siempre se movilizan más. Mientras ello ocurre,
¿dónde está el resto de los países? Hagamos un repaso. La Unión Europea ha
quedado desbordada por los acontecimientos, demostrando nuevamente que no
acaba de encontrar su lugar al sol. Europa, la vieja Europa que marcó la
historia durante siglos, empieza a ser en muchos aspectos un bello fósil.
Pero, a pesar de todo, y con déficits, ahí está. Latinoamérica, en cambio,
ha fallado estrepitosamente. Por supuesto, las excepciones son de oro, pero
en conjunto resulta decepcionante. Decepcionante o. clamoroso, porque al
demagogo Chávez no se le ha visto por ninguna parte, confirmando lo que ya
sabíamos: que este tipo sólo sabe usar sus ingentes recursos para
enriquecerse, destruir al país, fortalecer a Irán y promocionar una
delirante revolución golpista. Y si Chávez se retrata, lo hacen también las
grandes dictaduras del petrodólar, siempre ausentes de estas tragedias. La
ayuda que dieron para sus "hermanos" víctimas del tsunami fue de escándalo.
Y es que estos sólo saben hacer dinero para cimentar dictaduras brutales,
acumular fortunas pornográficas y crear una casta oligarca de influencia y
dominio. Pero nunca están en la mejora de la humanidad. Y así ha quedado el
retrato de la ayuda a Haití: con los sospechosos habituales desaparecidos, y
los de siempre arrimando el hombro. Hoy ayudan. Mañana, los demagogos de
siempre volverán a sacarles la piel.
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Por casualidad usted ve en el mapa de ayuda  algun pais billonario en
petrodolares , de esos que construyen obras megalomanas como Dubai, Abu

Última actualización el Lunes, 25 de Enero de 2010 11:48
 
HAITI NO SOLO SUFRE AHORA. HAITI HA SUFRIDO SIEMPRE PDF Imprimir E-mail
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Sábado, 23 de Enero de 2010 14:06

Por:JOSÉ L. MARTEL

La tragedia ocurrida en Haití principalmente en Puerto Príncipe es espantosa y dantesca. Pobre gente sufriendo un feroz embate de la naturaleza. Un terremoto de grandes dimensiones que ha dejado muerte, desolación, más hambre y más miseria a este empobrecido y hambreado pueblo de Haití. Solidaridad con nuestros hermanos haitianos es una llamada mundial.

La opinión mundial se conduele  a través de todos los medios de comunicaciones  del trágico suceso ocurrido en su capital, Puerto Príncipe, que ha sido escenario de un terrible terremoto de magnitud 7.0 grados que  destruyó gran cantidad de edificaciones causando  miles de muertos, heridos y desaparecidos bajo los escombros.  Este cálculo de casi 50 mil muertos es un espanto. Desplomado  parte del Palacio Presidencial.  La Catedral, Hospital General y otras cientos de  inmuebles localizados en su parte residencial, pero lo principal son las víctimas humanas  sufridas en esta catástrofe. Lo que me disgustó las declaraciones de su presidente René Preval cuando dijo “Se derrumbó parte de MI PALACIO”…Es para responderle, “Sr. Presidente Preval aquí lo que mas importa son tus representados, no tu PALACIO.

¿Cómo era Haití durante su coloniaje francés? Se cuenta que el trato de Francia a esta colonia fue deshumano y cruel pero en esas épocas  por su desarrollo agrícola y manufacturero eran prósperos en recursos. Esta versión se recoge según las declaraciones del profesor Bryan Page de la Universidad de Miami que dijo: “Durante los siglos XVII y XVIII Haití resultó la isla mas rica de toda América incluyendo a México y Perú con todos sus minerales”.

La Isabela y después La Española según su mapa original estuvo dividida en amplias zonas: Jaragua, Marian, Marne e Higüey. Antes de Colón habitaban los indios taínos y la historia recoge a la princesa Anacaona casada con el cacique Caonabo de la gran tribu de Maguana.

Pero Haití ha sido siempre una nación sufrida, empobrecida y olvidada por todo el mundo. El atraso histórico del pueblo haitiano ha sido de siglos después de su liberación de Francia desde 1801.

El primero de enero de 1801 asumió el poder  su líder revolucionario, Jean Jacques Desialinés, que resultó un hombre de mano dura, despótica y cruel con su pueblo. Asesinó a casi todos los blancos  y el 17 de octubre de 1806 fue ultimado. Mas tarde la isla se dividió en dos dominios donde Henri Christopher mandaba en el Norte y Alexander Pétion en el Sur.

Desgraciadamente sus gobernantes  han sido tiránicos y despóticos que solo han querido robar las riquezas de esa nación y condenar a un pueblo a la ignorancia y analfabetismo. Haití ha sido declarado siempre como el país mas empobrecido del continente americano y su suelo el más devastado del Caribe. Recuerdo que en Cuba cuando le decía a mi abuelo materno algo sobre Haití me decía: “Ese país ni se mienta, dime algo de Santo Domingo pero no de Haití”. Y eso me dolía saber que existía una nación que se daba como desaparecida como país caribeño. Ya en 1825 Haití le pagó a Francia $ 90 mil francos para no ser invadida de nuevo. Se dice que la cantidad original había sido $125 mil francos.

Haití es un territorio árido y despoblado en sus regiones rurales. Su población  7.5 millones  de habitantes  (cifra aproximada) y de ellos   5.0 millones habitan en su capital, Puerto Príncipe.  Carece de  superestructura adecuada y la gente en el campo vive de forma primitiva. Sus casas de adobe y muchos bohíos sin puertas y ventanas.  Abandono, miseria, desnutrición y olvido de toda la población en general, Solo para alarmar dice la Organización de las Naciones Unidos para la Agricultura y la Alimentación (FAO) que ms de 4 millones sufren de hambre. Y esto es grave ya que de nacen solo el 34% de cada 1,000 habitantes. ¡Alarma total!

Conocí a Haití cuando residiendo en República Dominicana viajaba cada tres meses a Cabo Haitiano y a su capital para la comercialización de tabacos (venta de puros) y durante estos viajes pude apreciar la miseria y el hambre que sufre la mayoría de sus ciudadanos. Una deforestación total ya que en mis recorridos en transporte automotor pude apreciar muchos caminos vecinales y angostas carreteras totalmente rudimentarias y destruidas. Esa pobre gente descalza y casi sin ropa que cubrirse. Por favor ese era el Haití que vi en 1996 y 1997 y que nunca ha tenido solución.

Y si continuamos con algo de su historia todos sus gobiernos han sido nefastos y corruptos.  En 1915 sufrió una invasión y ocupación norteamericana hasta 1934. En 1937 una gran matanza, conocida como “Parsely” de sus nacionales que viven en la República Dominicana por su dictador, Rafael Leónides Trujillo.  La dictadura de la familia Duvalier (1957-1986) representada por François Duvalier “Papa Doc” y heredada por su hijo, otro sanguinario “Baby Doc” mucho martirizaron a ese pueblo.  Ambos crearon y mantuvieron  un ejército particular de asesinos, los famosos Tonton Macoutes.

En 1987 una revuelta derroca al último Duvalier y asume el poder un Consejo Nacional de Gobierno al frente  el general Henri Namply. Se celebran elecciones en 1990  y es elegido presidente, el sacerdote Bertrand Aristide, otro fracaso de gobierno corrupto siendo destituido por la Cámara de Diputados que votó 83 contra 11. Provisionalmente asume el poder el presidente del Tribunal Supremo de Justicia, Joseph Nerette. En diciembre 1991 se celebraron elecciones y la inconformidad de sus resultados llevó al país a un cao y una inestabilidad de gobierno hasta que 1994 el general Raoul Cédra tomó las riendas del poder.

Regresa al poder Aristide y es electo nuevamente presidente para el periódico de 2000-20004. Antes del término de mandato es sacado nuevamente y en su lugar aparece Bonifacio Alexander. La ONU envía un destacamento militar de orden llamado MINUSTAH fuerza internacional. Otras elecciones y gana el actual mandatario, René Préval.

¿Ha existido libertad y democracia en esta República de Haití? Un pueblo que no tenido ni paz, ni bienestar, ni desarrollo, ni vida en toda su existencia. Es por eso que la ayuda y cooperación para el bienestar de este empobrecido pueblo debió comenzar hace muchos años atrás. No creo que solo una reconstrucción necesite después de esta gran desgracia sino una construcción total tanto física y material como de humanidad total.

Miami, Florida, USA.    / Esta dirección electrónica esta protegida contra spam bots. Necesita activar JavaScript para visualizarla

Última actualización el Sábado, 23 de Enero de 2010 14:09
 
Nuestro breve paso por la vida PDF Imprimir E-mail
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Sábado, 23 de Enero de 2010 14:13
Por JOSÉ M. BURGOS S.

Irremediablemente, llegará el día en que emprenderemos el viaje definitivo hacia lo desconocido.
Atrás quedarán sepultadas para siempre, victorias y derrotas, riqueza y pobreza, orgullo y humildad.
Los famosos, buenos o malos, quedarán en los libros y las personas comunes, entrarán al mundo del olvido.
La vida es breve y, sin embargo, la vivimos como si nuestras vidas no tuvieran fin. Trabajamos arduamente haciendo esfuerzos desesperados, olvidándonos de vivir,  a fin de conseguir dinero suficiente que nos permita vivir holgadamente porque pensamos que así lograremos la felicidad.
No es raro ver a médicos, abogados, ìngenieros y muchos profesionales que, después de haberse sacrificado para obtener un diploma, continúan sus carreras desenfrenadas en busca del éxito que les genere dinero. Así transcurren nuestras vidas hasta que llegan al día del anhelado retiro, viejos, cansados y con la salud quebrantada.
Hemos logrado una meta, pero, ¿a qué costo? vendiendo nuestros mejores años en pos de un sueño que nunca se materializó, porque ya no podemos hacer lo que hubiéramos podido hacer antes y no lo hicimos. No tenemos ni el ánimo, ni las energías para disfrutar de un hermoso día de campo y contemplar un bello atardecer.
Cuando nos encontremos a las puertas de la muerte, nos daremos cuenta de que, aunque hayamos amasado inmensas fortunas, no podremos con ellas comprar ni un segundo más de vida. Entonces, sólo entonces, nos daremos cuenta que dejamos pasar muchos cosas porque estuvimos muy ocupados tratando de atesorar riquezas que aquí quedarán. Valoraremos la esencia de la vida cuando ya sea demasiado tarde.
Vale la pena reflexionar.
José M. Burgos S.
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Última actualización el Sábado, 23 de Enero de 2010 14:15
 
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