El milagro del Papa Francisco, Por Juan Antonio Blanco Imprimir
Escrito por Indicado en la materia   
Sábado, 26 de Septiembre de 2015 12:00

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Le estoy muy agradecido al Papa Francisco. De veras. Pocos lo entenderán, pero es así. Dijo cosas oportunas, entre ellas algunas muy pertinentes respecto a los tiranos y las dinastías.

No agradezco lo que no dijo ni hizo. Lo reportado por El País, Washington Post y otros medios internacionales es rigurosamente cierto. Sin embargo, declarar a a Su Santidad “enemigo de Cuba” solo conduce a la soledad política. Ello no impide reconocer que sus críticos llevan parte de la razón.

Nada dijo el Papa de la suerte que corrió el desconocido disidente al que bendijo (¿exorcizó?) cuando rompiendo cinco cinturones de seguridad logró acercarse a él. Tampoco se conoce que haya emitido queja alguna porque las opositoras invitadas personalmente por la Nunciatura –solo para verlo pasar desde la acera frente a ese edificio y luego saludarlo desde la multitud congregada en la Plaza de la Catedral de la Habana– fuesen detenidas las dos veces por la policía antes de poder siquiera acudir a la cita. Quizás lo hizo la Nunciatura, pero solo podemos juzgar lo que es público, no lo que pueda presumirse que otros hicieron.

Es también cierto que dedicó una hora para ver a quien fusiló católicos, prohibió toda religión, expropió las pertenencias de las iglesias y expulsó a los curas de Cuba. Algo confuso si se tiene en cuenta que ya ese personaje no es el jefe del Estado que visitaba. Resultó a partir de ese momento aún más desconcertante que no encontrase tiempo (ni cinco minutos siquiera) para recibir a una representante de las Damas de Blanco que son reprimidas cada domingo cuando acuden a misa en cualquier provincia.

Tampoco es fácilmente explicable que si deseaba enfatizar el tema de la reconciliación no pudiese rezar unos minutos ante el paredón de La Cabaña –donde murieron fusilados centenares de jóvenes católicos gritando “Viva Cristo Rey”. Algo que resulta llamativo porque lo hizo hace poco por el alma del Padre Luis Espinal en el lugar donde fue abandonado su cadáver martirizado por militares bolivianos.

Pero –insisto– desde mi punto de vista el Papa Francisco hizo posible un milagro que muchos esperábamos con infinita Fe. Permitió hacer público y patente que la juventud cubana no es solo la que en la isla usa máscaras ideológicas para luego viajar a Miami y declararse apolítica. En una de sus homilías sucedió algo que permitió a todos constatar que el espacio que dista entre el gobierno y la oposición no lo ocupa solo la apatía. Hay muchos más, también inconformes, que buscan un camino propio para darle al país el vuelco que necesita.

El milagro de esta visita papal se materializó en el discurso público de un muchacho, Leonardo Fernández, al que habían dado la encomienda de darle la bienvenida al Sumo Pontífice, en nombre de los jóvenes cubanos del Centro Cultural Félix Varela. Ese Centro está ubicado en el antiguo Seminario San Carlos, cuna de la intelectualidad patriótica, liberal y católica que en el siglo XIX sentó por vez primera las bases de un pensamiento nacional. El mensaje de Leonardo –digna expresión de semejante herencia– estremeció a todos al abordar el nudo gordiano del drama cubano con palabras valientes y profundas, para nada crípticas.

Sin temor a enfrentar la intolerancia y el miedo ajenos, pidió a Francisco: “Ayúdenos a ser jóvenes que sepamos acoger y aceptar al que piense diferente, que no nos encerremos en los conventillos de las ideologías o religiones, que podamos crecernos ante el individualismo y la indiferencia, los grandes males de la rutina cubana”. Y luego agregó una frase que pudiera ser leída como el grito de los excluidos en aquella isla al reiterar “la esperanza (de la juventud cubana) en un futuro de cambios profundos, donde Cuba sea un hogar para todos sus hijos, piensen como piensen y estén donde estén”. Leandro sabe lo que dice: esos jóvenes tienen la esperanza de que el futuro traiga cambios profundos, o sea verdaderos, para que la patria sea finalmente de todos sin importar ideologías ni donde residen sus nacionales.

Lo dijo todo frente al Papa, al Cardenal –que no paraba de hacer muecas–, la policía secreta, las ridículas brigadas de acción rápida estudiantil que trajeron de la UCI y la Universidad de La Habana, y periodistas de todo el mundo. Y los jóvenes católicos allí presentes secundaron sus palabras con valiente y cerrada ovación. Agradezco al Papa no haberlo abandonado en esa circunstancia, aunque el acompañamiento lo haya realizado con el lenguaje propio de su investidura.

¿Cómo no voy a estar agradecido por este milagro? Eso es lo más genuino e imperecedero que queda de esta visita papal. Hemos constatado que en aquella isla todavía hay jóvenes que creen que otra Cuba mejor es posible y no tienen miedo de proclamarlo.

INFOLATAM

Última actualización el Sábado, 26 de Septiembre de 2015 12:02