CUBANOS VIEJOS Imprimir
Escrito por Indicado en la materia   
Domingo, 27 de Abril de 2014 12:37

Por Harold "Popy" Ortìz.-

Porque las nuevas generaciones de cubanos en el exilio casi no conocimos a la floreciente Isla de Cuba de los años 50 ni su esplendor a nivel mundial, porque no ayudamos a edificar esas preciosas ciudades pletóricas de desarrollo y envidia del continente, porque nuestros padres, abuelos o hermanos no fueron fusilados por la dictadura comunista -quizás por eso-, no comprendemos a cabalidad el amor salvaje y la añoranza por la patria, que tienen los primeros cubanos que salieron de Cuba, y el rencor lacerante que les oprime el pecho contra la tiranía castrista.

Por eso es nuestro deber mirar atrás, y enseñar a nuestros herederos a hacerlo también, y saber que esos señores, primero, edificaron a la inigualable Perla de las Antillas, y cuando su futuro era excelso, se la quitaron para destruirla, segundo,  nos abrieron las puertas del exilio con las uñas de sus manos y pusieron el gentilicio “cubano” en los más alto del país más desarrollado del mundo, de ahí que todos los beneficios que hoy tenemos sobre otras naciones en gran parte se lo debemos a ellos, que son titanes sufridos y laboriosos de nuestra historia más reciente en el exilio.

Me encanta y me llena de orgullo patrio, una frase que leí en un cartel de un negocio; decía algo así: “Los cubanos son los culpables de que Miami sea un paraíso”.  Y muy bien se puede colegir que no se refiere a nosotros, las nuevas generaciones de exiliados.

Yo tuve el privilegio de conocer a un gallardo y aguerrido cubano “viejo” el Sr. Hugo Orizondo Meneses, y a su esposa María del Carmen (Cuca), que nos visitaban semanalmente cuando salimos de Cuba, toda la familia,  y nos fuimos a Dominicana.

Ese Guajiro, como Hugo se llamaba y en ocasiones llamaba a la gente, nos abrió las puertas entre la prospera comunidad cubana en Santo Domingo, incluso,  mi ex esposa, Marta Pérez Delgado,  trabajó con él durante muchos años y llegó a quererlo como un padre y a llorarlo como una verdadera hija, cuando se fue con Dios. Porque ese cubano “viejo” y su esposa  nos ofrecieron amor familiar en el momento más duro: cuando se abandona Cuba, nos trasmitieron su experiencia, y nos mostraron con su ejemplo digno, tesonero y honesto el duro camino del exilio para lograr propósitos honradamente.

Y en aquellas tardes henchidas de cariño por parte de los Orizondos, Hugo nos contaba el enorme trabajo que habían pasado -con sus hijos pequeños-,  en sus primeros años como exiliado, primero, en las salvajes y peligrosas montañas de Colombia, y luego en los campos Dominicanos.

Nunca olvidaré  que un día, en una de esas visitas de ellos a nuestro pequeño apartamentico, pero  ya amueblado con lo imprescindible, me dijo sonriente: “Guajiro, tu estas bien, nosotros no teníamos donde sentarnos y nos sentábamos en latas”.

Hugo Orizondo llegó a tener todo cuanto quiso  a fuerza de doblar el lomo, conoció países, políticos y personas distinguidas, escribió dos libros,  pero su único anhelo era volver a una Cuba libre, y el Señor se lo llevo a destiempo. Y él se llevó su ambición más grande a la tumba, y eso me arropa el corazón cada vez que lo pienso.

A Hugo - como a todos los cubanos ”viejos”-,  le brillaban los ojos con una luz diferente (luz que no tenemos así los cubanos “nuevos”), cuando hablaba de su patria amada, que era el tema obligado de cada reunión. Hugo, en sus años finales,  hubiera cambiado –como casi todos los cubanos “viejos”-, la totalidad de sus propiedades por una humilde casita en su tierra añorada.

Comprenderlos, admirarlos y honrarlos nos será más hacedero cuando pensemos en todo cuanto pasaron, y en el legado que nos dejaron.  Porque los “cubanos viejos” son los cariñosos abuelos de las nuevas generaciones de exiliados, los que de verdad se jodieron para desbrozarnos el camino que nosotros encontramos convertido en una moderna autopista.

Harold Ortiz Ríos

(ver articulo): https://www.facebook.com/haroldortizrios

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(Inspirado en el artículo que sigue de un autor anónimo, pero que casi seguro fue uno de esos cubanos “viejos” que lloraron en silencio sus penas mientras araban la tierra de un país extraño, o limpiaban las letrinas de un hotel. Y en memoria de Hugo Orizondo Meneses, un Guajiro de Sancti Spíritus. Con foto de Hugo, adjunta)

LOS VIEJOS CUBANOS

Una perspectiva de Los Viejos Cubanos que vinieron en el 1960 vista por los cubanos que vinieron en el 1980 y despues...

Ahora que está de moda criticar a los viejos cubanos, vale la pena abrir el álbum familiar.


Ahí están bajando del avión, en los años 60, con sus ropas de domingo y una sonrisa nerviosa, todavía mojada por las lágrimas de la partida.
A muchos, sobre todo a los jóvenes, les cuesta entender que en la década de 1950, incluso con la dictadura Batistiana, Cuba era un mejor lugar para vivir que Estados Unidos.

En lo social. En lo económico.  En lo humano.  Acostumbrados a una cultura mediterránea en todo su esplendor y tolerancia, con una creciente permeabilidad entre clases, razas y credos, no es difícil imaginar el desgarramiento, el temor y la amargura de aquellos exiliados que al buscar apartamento tropezaban con un letrero de ‘No Cubans’.  No pets.

La más pujante clase media de América Latina recogiendo tomates y aguacates en Kendall y Homestead.  Miami, que hoy es un campo de contradicciones, era un campo a secas.

El rencor desfigura.

Esa primera década de refundación a partir de cero debió constituir una descomunal prueba para un pueblo que ya casi tenía en sus manos un porvenir envidiable.  Basta mirar las ruinas para comprobar lo que estaba en pie.
Pasamos la página del álbum y vemos a nuestros héroes con carro del año, casa propia y los hijos a punto de entrar a la universidad.  La bonanza de un lento sacrificio.  Y las arrugas prematuras.  Y la consternación de las ilusiones que se fueron en sobrevivir con dos trabajos.  En morderse la lengua en inglés y español.  En poner las dos mejillas muchas veces.  Ya pérdida la esperanza de volver.

Es natural, pues, que odien a Fidel con saña inmisericorde y fanática.  Y que ese odio con frecuencia paralice su razón.  Porque la razón que les toca comprender es salvajemente injusta.

Sobre esos hombros encorvados se levanta una callada y preservadora lección.  Del pastel de guayaba a la devoción constitucional, del taburete a la guayabera, esas canas coronan una larga batalla por nuestra identidad.

Académicos, campesinos, comerciantes, artistas, médicos, pícaros y mártires, soñadores y pragmáticos, ricos y pobres, restituyeron a la nación el patrimonio dilapidado por Fidel.

A ratos, el país de sus sueños es más concreto que el país real.  Ellos guardaron la receta y recordaron la canción.

En la última página del álbum, con el cuello almidonado y el pelo fragante a agua de colonia, tienen el candor de las piedras lavadas por la tormenta.

Los viejos cubanos: clave y aliento.  Ellos horadaron en la roca, con uñas y dientes, las puertas que yo encontré abiertas.  Ellos protagonizaron, a noventa millas, toda una epopeya de reafirmación nacional.  Déjalos quejarse.

Déjalos refugiarse en sus pesares.  La taza de café se les demora en las manos mientras leen las noticias de la isla. Y vuelven a oler las magnolias de desaparecidos patios.  Y en el frío cristal de la tarde vuelven a tocar el rostro de sus muertos.

Los viejos cubanos, curtidos a la intemperie.  Déjalos que sean como son.  ¡Porque son la sal de nuestra tierra!

(Autor desconocido)