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Lunes, 27 de Junio de 2011 01:35

Por Jorge Hernández Fonseca

Uno de los aspectos que comienza a debilitarse dentro del régimen castrista actual es su legitimidad. Esa pérdida de validación se evidencia mucho más con la puesta en práctica de los denominados “cambios” que el régimen de Raúl Castro implanta en el área socio-económica.

 

La pérdida de legitimidad del régimen castrista

Jorge Hernández Fonseca

 

26 de Junio de 2011

 

Uno de los aspectos que comienza a debilitarse dentro del régimen castrista actual es su legitimidad. Esa pérdida de validación se evidencia mucho más con la puesta en práctica de los denominados “cambios” que el régimen de Raúl Castro implanta en el área socio-económica.

 

Es notoria la diferencia de objetivos de los actuales “cambios” que se llevan adelante, en comparación con los “disparates” (según dijera el dirigente castrista Alfredo Guevara) que se aceptaron como válidos en el último medio siglo. Si hasta poco tiempo atrás se intentaba seguir un determinado ‘guión’ en los principales campos de la sociedad cubana, no se pueden introducir “cambios” fundamentales sin que haya una percepción de pérdida real de legitimidad a los ojos de los cubanos de la isla, así como ante los diversos actores internacionales.

 

La legitimidad del régimen castrista ha sido --histórica y contradictoriamente-- uno de los puntos fuertes de la dictadura implantada en Cuba. ¿Cómo Fidel Castro consiguió legitimar su régimen dictatorial –dentro y fuera de la isla-- en medio de un Mundo mayoritariamente democrático? Es una pregunta que politólogos e historiadores deben responder. Seguramente no faltarán las referencias al imaginario colectivo en los aspectos simbólicos asociados a Robin Hood, David y Goliat y al antropológico y ancestral espíritu “anti-imperio”, sea este griego, romano o “yanqui”.

 

Resulta lógico deducir que esta pérdida de legitimidad pudiera acarrear una afectación en la magnitud del control del poder político que el castrismo ejerce actualmente sobre la sociedad cubana. No hay evidencias de una relación causa efecto inmediato entre pérdida de legitimidad y pérdida del poder político, cuando de una dictadura se trata. No obstante, perder las razones de su proceder es claramente un primer paso para el fracaso de cualquier régimen autoritario.

 

El intelectual, historiador y exiliado cubano Rafael Rojas nos acaba de entregar un formidable análisis, “Contra el relato oficial”, sobre la legitimidad del régimen castrista basada en la “historia oficial”, ficción elaborada e imaginativa de la historia de Cuba, como sustrato inventado que justifica a la dictadura. Sin embargo, la legitimidad es un valor complejo y multidimensional, soportado no solamente en la ‘historia’, sino también en otras categorías importantes, en cuya profundización –como ha hecho Rojas con la categoría ‘historia’-- se podría obtener más claridad respecto a la situación crítica por la que atraviesa el poder castrista actualmente.

 

De la misma manera que se clasifica la ‘legitimidad’ como siendo un ‘valor’ para cualquier régimen, existe en la actualidad otro valor que se toma como referencia para otorgar --o no-- la legitimidad: ese valor es la ‘democracia’. El dictador cubano insistía mucho al inicio del proceso de toma de las riendas del estado, hegemónicamente, en el carácter “democrático” de su gobierno, insistiendo en que “democracia era esta (la suya) que le daba escuela a los niños, fusiles a los obreros y no discriminaba a los negros…”, distorsionando la palabra democracia.

 

Además de la categoría ‘historia’ y de la referencia democrática, la legitimidad de un régimen también es soportada por otra categoría importante, la ‘ideología’, vista como el motor intelectual de los acontecimientos, pasados, presentes y futuros. La mayoría de las veces la ideología se identifica como siendo el soporte principal de cualquier régimen y ofrece las bases para el análisis de la coherencia con lo sucedido antes, así como ofrece guías para predecir lo que pudiera suceder con acontecimientos futuros de un determinado gobierno.

 

Como es conocido, la ideología marxista-leninista, al inicio del proceso dictatorial en Cuba, era una ideología que deslegitimaba al gobierno, razones por la que Castro y sus hombres ocultaron sus verdaderas intenciones para poder tomar las riendas absolutas del poder político. Este procedimiento engañoso, como método de acción, deslegitimiza sin dudas al castrismo.

 

Otra categoría inmediatamente identificada como soporte de cualquier régimen es la ‘política’, vista como la actuación efectiva del régimen dentro de la sociedad que dirige, así como los eventos políticos que le dieron origen --golpe de estado, elecciones (libres o amañadas) revuelta armada-- entre otros indicadores de legitimidad política. La política legitima valorando el origen del régimen, analizando las Instituciones que crea, además de analizar lo realmente ejecutado en el mundo real de la sociedad que dirige y la manera de proyectarse gobernando.

 

Finalmente, la categoría ‘económica’, entendida como el área de toda sociedad donde se producen y comercializan los valores económicos y financieros, se constituye en otro soporte de cualquier régimen. Si la “economía” va bien, el resto de los problemas se ecuacionan con más facilidad. Es esta categoría la que más toca a todos y cada uno de los miembros de la sociedad.

 

De manera que, no es solamente a través de una historia oficial, aparentemente coherente, como se puede haber logrado la legitimidad del régimen castrista. Un factor relevante --sin ser absoluto-- que colaboró con la relativa legitimidad que hasta ahora ha disfrutado la dictadura cubana, no se debe tanto al haber elaborado una historia oficial favorable, sino a una causa externa: el apoyo militar y económico de la antigua Unión Soviética antes y de la Venezuela chavista ahora, verdaderos padrinos y sostenedores del castrismo, que si bien no son factores legitimadores, sí lo son de imposición, soporte y mantención del estatus dictatorial, sumado al anti-norteamericanismo militante practicado en toda Latinoamérica, en Europa y en Asia.

 

En el caso de Cuba, el hecho que el régimen haya abrazado una ideología que lo deslegitima a los ojos del ‘valor’ democracia, ha tenido que usar recursos retóricos y falsos como lo es la historia oficial –inventando una secuencia imaginaria de base marxista-- con vistas a procurar una legitimidad histórica de la que carece por falsa. Siendo el régimen castrista --a pesar de lo que diga-- un régimen no democrático, justifica parcialmente su procedimiento asociando hechos históricos reales a motivaciones marxistas inexistentes, creando una pieza de ficción.

 

Analizando las diversas categorías (además de la categoría ‘historia’, ya desmenuzada por Rojas) que servirían para legitimar al castrismo, tendríamos un panorama como el siguiente:

 

Desde el punto de vista ideológico, el marxismo-leninismo abrazado por Castro y su partido, además de constituirse en un elemento delegitimizador (por anti-democrático) demostró su falta de validad en la aplicación práctica de sus principios en el mundo real de todos los países donde fue aplicado, incluyendo a Cuba. No voy a referirme a la aseveración frecuente “Fidel Castro no es marxista”. Ya una polémica similar la viví estando en Cuba, cuando China y Rusia se acusaban mutuamente de no ser marxistas. La interpreto como un intento insensato de legitimar una ideología, el marxismo, demostradamente deslegitimada en la práctica social.

 

Con relación a la segunda categoría propuesta aquí como potencial legitimadora del régimen cubano, la ‘política’, hay que decir que no ha habido en toda la historia de la isla una política más destructiva, insensata y autofágica que la política aplicada en Cuba por el castrismo. Además de implantar una dictadura y lejos de crear Instituciones políticas sólidas, implantó un eunuco sistema de partido único; dividió la isla en múltiples provincias de manera artificial, sólo para multiplicar la burocracia y el control absoluto que lo caracterizan, y como es sabido, cercenó la libertad política, madre de todo avance en el campo del manejo gubernamental.

 

Respecto a la categoría económica, es poco lo que se pueda añadir además de lo dicho por el propio Raúl Castro al intentar, primero (ahora) tibiamente (después ya lo sabemos) eliminar todo vestigio de economía estatizada por ineficiente y corrupta e implantar un sistema de mercado. No se dice abiertamente por dos razones: primero, porque todavía no ha muerto Fidel y segundo, ganar tiempo en el difícil camino del asumir el fracaso con todas sus implicaciones.

 

Para el marxismo, el fracaso con la estatización de la categoría ‘economía’, representa similar revés que para la categoría ‘política’ representó la ‘dictadura’ propuesta por el leninismo. En ambos casos, no hay posibilidades de legitimización para el régimen cubano.

 

Siendo así, una dictadura precariamente legitimada, primero con el dinero soviético y ahora con el dinero chavista, carece de posibilidades de apelar a ser legitimada por razones históricas, ideológicas, políticas o económicas. Sólo le queda el camino sensato y responsable de entregar los destinos del país a personas que sean legitimadas por las urnas, restablezcan una historia diversa, inclusiva y verdadera, que implanten un sistema político democrático y multipartidista, así como una economía de mercado donde los cubanos retomen el control de sus destinos en todos los órdenes de la vida, con libertad política, económica y de expresión.

 

 

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