Bon voyage, Michaelsen Imprimir
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Sábado, 30 de Enero de 2010 02:41

Por BELKIS CUZA MALE

La voz que respondía con susurrantes monosílabos del otro lado del teléfono se apagaba lentamente. Emma, la señora que lo atendía y era el hilo que parecía ahora unirlo al mundo, al menos, al mundo de sus amigos, le acercó el teléfono al lecho de muerte. No era yo la única, por supuesto. Muchos llamaban para despedirse, porque Eduardo Michaelsen fue siempre y lo seguirá siendo donde quiera que esté, en vida o espíritu, un ser humano rodeado de amigos. Así fue en su apartamento habanero del Vedado, así fue en San Francisco, en la calle Baker.

Heberto Padilla, que solía visitarlo a menudo mientras estuvo trabajando en esa ciudad a finales de los 80, me lo describía como un sitio a lo Michaelsen, lleno de libros hasta el tope, de papeles y de su vida como creador, al igual que en La Habana. Pero sobre todo, me hablaba de los fabulosos platos con que el amigo lo recibía siempre. Y yo podía imaginármelo, con aquella figura larga y quijotesca, de larga barba, ojillos traviesos y voz cascada, rítmica, tan suya, con aquella risita, cocinando como un gran chef.

Ya no está en este plano, lo he sentido subiendo una larga escalera, quizás la misma de algún cuento mágico de esos que él pintaba, con mujercitas sensuales y chulitos de barrio, y símbolos fálicos apostados en los lugares más extraños del cuadro. Y el color y la luz que se desprendían de todo lo que hacía. Lo he visto también ahora, sentado frente a su ventana, contemplando ese parquecito que dice veía desde allí y a donde, me aseguró en nuestra última entrevista, quería que dispersaran sus cenizas. ¿La muerte? No, no le temía, según confesión propia. Veamos: ``Es una liberación. Es un descanso eterno. Más nada'', dijo en el número homenaje que le hizo Linden Lane Magazine en el 2007 (www.lacasaazul.org/Linden_Lane_VOLXXVI_2007.html).

Si Michaelsen hubiera sido millonario (que lo era de mil otros modos) se hubiera comprado un palacio en una montaña para albergar a sus amigos todos, esos y otros que durante su vida le acompañaron y compartieron lo mucho o poco que tenía. Su hogar era el hogar de artistas y peregrinos a los que apadrinó como mecenas moderno. Renecito Cifuentes, que vivió en su apartamento del Vedado y que lo quiso mucho, me enseñó a no olvidarlo, y me recordaba con tristeza que a lo mejor no alcanzaría los 90, que no dejara de llamarlo.

En el 2007 hizo una gran exposición en Miami y lo trajeron de visita, siempre con el esfuerzo de los amigos y auspiciado por el doctor Arturo Mosquera, quien fue su admirador y amigo. Sería su última exposición y también su último viaje fuera del mundillo de su apartamento.

duardo Michaelsen pertenece ya a la galería de los grandes artistas cubanos,junto a tantos otros: René Portocarrero, Amelia Peláez, José Mijares, Mariano, Wifredo Lam, etc, etc. Sí, este pintor primitivo, que comenzó como restaurador en el Museo Nacional de La Habana, pasará a la historia de la pintura cubana como un ser que se entregó a su vocación natural, la de darle color a sus visiones. Moderno aquelarre de seres vistos a través de su retina y su cubanía. Un pintor que recogió como nadie la sensualidad, el vigor y la picardía del cubano de la calle. Mitología propia que engarza con los duendes de ese Santiago de Cuba, donde una calle lleva el nombre de su abuelo.

Hay una foto clásica ya de Eduardo Michaelsen, con 60 años en las costillas, bajándose de un camaroreno en Cayo Hueso. Son los días del Mariel, y este ``joven'' Michaelsen, sin miedo a nada, se lanza a conquistar una nueva vida en tierras extrañas. Y como se sintió acogido y cómodo en San Francisco, con tantos nuevos amigos llenando de nuevo su apartamento, fijó su residencia allí y allí moriría la madrugada del 27 de enero.

No lloremos por él, no señor, porque detestaba los dramas, quería ser Charles Chaplin, porque eso era precisamente lo que le gustaba, hacer reír a la gente. Acaba de irse al cielo en un globo de colores, con música de Candilejas de fondo. Le digo adiós con la mano en alto, mientras le grito que no me olvidé.

Y fue precisamente una extraña voz la que usurpando mis pensamientos me dijo al oído: Bon voyage, Michaelsen!

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Última actualización el Sábado, 30 de Enero de 2010 02:44