VIAJERA TERMINAL: Crónicas suizo-cubanas (XVII): AL CIERRE: viaje al centro de mi ser Imprimir
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Domingo, 20 de Diciembre de 2009 18:04

por Iria González-Rodiles

Quienes tienen ojos para ver y llorar comprenderán;

la verdad se oculta a los que sólo tienen ojos para leer.

(Veilleur de Paris, Adrien Pasquali*)

 

Después de detenerme, continuaré mi viaje, aunque en silencio. Un silencio que tal vez se asemeje un poco al mutis hecho, en determinado momento, por Oriana Fallaci o Guillermo Cabrera Infante.  O al modo expresado por el escritor suizo Nicolas Bouvier: “Uno no viaja para adornarse de exotismo y de anécdotas como un árbol de Navidad, sino para que el camino lo desplume a uno, lo aclare, lo escurra” (1).

 

A veces las muchas palabras enredan, empañan, en vez de lograr el efecto que realmente pretenden. En silencio se ha de ir en ocasiones, porque, como escribió José Martí, “hay cosas que para lograrlas han de andar a ocultas”. Y porque hay silencios que hablan, también, mejor aún que las palabras.

 

El XVII es un buen número para detenerme. El 17 de Diciembre es el día de San Lázaro. A lo largo de una Cuba fragmentada y en ruinas por añejas reyertas políticas, celebran este día los cubanos –sin faltar ni un año—, en la intimidad o al descubierto.  Allá, San Lázaro –no importa el atributo –si el amigo resucitado por Jesús, si el mendigo de la parábola bíblica  o el Babalú-Ayé de los yorubas— une, dentro o fuera de los templos, a todos los cubanos, sin discriminatorias excepciones. Y esta armonía que la celebración propicia, difiere ampliamente de la situación que vivimos a diario, desde hace medio siglo, en Cuba.

 

En el Santuario de El Rincón, de La Habana,  durante este encuentro de los creyentes con el popular y milagroso santito, comenzará, varios días antes del señalado, la más grande y auténtica “Marcha” del Pueblo Cubano. La espontaneidad marca siempre otra gran diferencia  entre este desfile religioso y las citaciones gubernamentales. Por demás, mi primer nieto,  (Lázaro) Rafael Diego, nació ese día: una especie de simbiosis entre dos países diametralmente opuestos, Suiza y Cuba, enlazados en el presente y para el futuro, por medio de esa sangre infantil.

 

Dado un extraño designio, existen almas nómadas o sedentarias. La mía es viajera, andante.  Mi vida ha estado marcada por los viajes, por los constantes cambios, desde mi niñez: debido al trabajo de mi padre –ingeniero ilustre de la Cuban Electric Company—, quien, junto a otros, iba construyendo las plantas eléctricas que aún funcionan en Cuba. Apenas cuando yo tenía dos años de edad, mi familia partió de El Guaso guantanamero hacia Camagüey; luego, hacia Cienfuegos; tiempo después, hacia Matanzas...finalmente, hacia La Habana. Desde “el arranque” hasta “el ahora”  he recibido “toda clase de lecciones”, pero pienso que la vida es así, un eterno aprendizaje. Quién sabe si aún después de la muerte, prosigue.

 

Y cuando llegue el día del último viaje,

Y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,

Me encontréis a bordo ligero de equipaje,

Casi desnudo, como los hijos de la mar (2)

 

El periodismo televisivo también me proporcionó constantes recorridos en mi tierra natal,  con viajes por todas las provincias y la Isla de Pinos: desde distintos puntos del país, por sus montañas, llanos, playas, campos y ciudades, centros de trabajo, de estudio y culturales, reporté en numerosas ocasiones. Pero aquellos viajes de familia o profesionales eran agradables. Otros, no lo resultaron del todo,  como las dos ocasiones en que salí de Cuba, mucho antes de mi partida hacia el exilio en Suiza:

 

La primera vez,  en 1966, hacia el Norte del antiguo Vietnam dividido, en misión de trabajo, exponiéndome a que las bombas o rockets de la aviación norteamericana y los fragmentos de metralla de la artillería antiaérea vietnamita cayeran sobre mi cabeza de forma accidental. A pesar de todo, un agente de la Seguridad del Estado cubana, durante un interrogatorio,  calificó este viaje como “una oportunidad” que me habían dado. Sí, de acuerdo, “la oportunidad” de morir inútilmente a mis 22 años, como le sucedió a tantos otros jóvenes cubanos, enviados a las guerras de Angola, Etiopía, Yemen, Argelia, las guerras de guerrillas latinoamericanas...a las cuales el distinguido agente jamás tuvo “la oportunidad” de exponerse.

 

La segunda, en 1984, para reportar la vida y el trabajo de los marinos cubanos en el barco granalero Antonio Maceo, motonave que estuvo amenazada por un fuerte huracán, durante toda la travesía hacia Canadá, bordeando la costa Este de Estados Unidos. Por demás, la embarcación se escoró  peligrosamente durante la carga en el puerto de Goderich,  del Lago Urón, y  fue azotada por una galerna en el viaje de regreso a la Isla. Y yo, dentro del barco, junto a los demás, claro está. Gracias a la pericia del capitán y de la  tripulación, el barco no zozobró.

 

Pero hubo otros itinerarios que considero más traumatizantes: cuando en Cuba me convertí en una “sin techo” junto a mis dos niños, aún muy pequeñitos, pernoctando en distintas casas de algunos conocidos. O cuando rodé por los Centros de Refugiados suizos y las casas de exilados cubanos en el país helvético, dando tropezones y descubriendo un mundo extraño, desconocido, ajeno al mío. No me siento víctima, pero, a veces, si los malos recuerdos me asaltan, recurro a El Zahir que no es un gurú, babalao, monje, pastor, chamán o sacerdote, sino el libro de un escritor que posee cierto don especial para entrar al corazón humano y sanarlo con sus mensajes:

 

Según la tradición de las estepas, llamada Tengri, para vivir a plenitud era preciso estar en constante movimiento, y sólo así cada día era diferente al otro. Cuando pasaban por las ciudades, los nómadas pensaban: “pobres, las personas que viven aquí, para ellas todo es igual”. Posiblemente las personas de la ciudad veían a los nómadas y pensaban: “pobres, no tienen un lugar para vivir”. Los nómadas no tenían pasado, sólo presente, y por eso siempre eran felices –hasta que los gobernantes comunistas los obligaron a dejar de viajar, y los metieron en haciendas colectivas” (3).

 

Como la mayoría de los cubanos, yo también experimenté lo mismo que los nómadas esteparios: en Cuba intentaron ‘encerrarme’ dentro de esa Isla Prisión –aún así, tierra siempre amada— y de mantenerme sometida, dentro y fuera de mí misma, con los falsos esquemas impuestos o inoculados durante décadas. Y no lo lograron. Nadie lo impedirá ahora tampoco. Digo como dijo un poeta español: Deshago el camino andando / y salgo a mi propio encuentro.

 

Desde que me decidí a escribir con transparencia sobre la situación en Cuba –todo aquello que, dada la censura, me resultó imposible expresar de forma más directa en mis programas televisivos de corte crítico Puntos de Vista— comencé a ser blanco de rabietas políticas bilaterales. Por eso, igual que la muchacha del filme cubano Alicia en el pueblo de las maravillas –sepultado en los archivos cinematográficos de la Isla por “subversivo”—, me pregunto: ¿Qué hace aún una mujer como yo en medio de tanta basura?

 

(“Nunca empañes tu vida hablando mal de mujer”, aconsejaba José Martí, Maestro y Apóstol, líder i-ni-gua-la-ble en la historia de Cuba.  Al parecer, algunos que se autotitulan “martianos” olvidan los Versos Sencillos –o bien, la descripción de la bailarina española— de José Julián Martí y Pérez, quien, ante todo, era un caballero por excelencia, como casi ya no existen hoy en día).

 

Perretas políticas bilaterales aparte, yo, otros, hicimos lo que debíamos. Y ahora hago lo que debo, también. Pero, tal parece que, una vez más, castristas y anticastristas coinciden: ambos dan la impresión de haber preferido que yo, otros, continuáramos sometidos al sistema totalitario cubano, en vez de arriesgarnos a colaborar para que Cuba salga definitivamente de su atascamiento político y económico: Lo siento, I’m sorry, je suis désolé, entschuldigen, pero es un asunto patrio que nos ocupa y responsabiliza a todos los cubanos por igual. Sin excepciones. Y si la mayoría de los cubanos dentro de la Isla hubiesen hecho lo mismo que yo, que otros,  probablemente Cuba andaría por caminos más próximos a la democracia y el despegue económico a estas alturas, a pesar de los castristas y los anticastristas.

 

La insuperable periodista Oriana Fallaci, escribió a raíz del bestial ataque arremetido por el  terrorismo musulmán contra las Torres Gemelas, en su libro Orgullo y rabia: “(...) La Italia todavía mussoliniana, de los fascistas negros y rojos, que te inducen a exhumar la terrible agudeza de Ennio Flaiano: “En Italia los fascistas se dividen en dos categorias: los fascistas y los antifascistas.

 

Orianna, dondequiera te encuentres, cualquiera sea la dimensión, la estrella, la  galaxia, donde te halles, escúchame y acéptame esta paráfrasis: “La Cuba todavía castrista, aunque con infinitos matices y colores, ocultos tras apariencias azules o rojas de sus ciudadanos, se asemeja a la cita que exhumaste de Ennio Flaiano: “En Cuba, en el exilio, en todo el mundo, los castristas se dividen en dos categorías: los castristas y los anticastristas”. No hay que vivir en un país totalitario para dejarse corromper por el totalitarismo”: George Orwell, estoy de acuerdo contigo.

 

“(...) –todas las doctrinas me tiran en lo absurdo—;

quiero escribir amor, o libertad, o memoria, o tiempo—

todo se lo llevan los que han logrado acuerdos falsos—

(...) Me veo, y voy con miedo y con recelo hasta mi espíritu. (4)

 

Pero los dimediretes políticos bilaterales, lejos de dañarme, han logrado que, al modo del escritor suizo, Nicolas Bouvier, me desplume, me aclare, me escurra, al menos, de gran parte de toda la basura inculcada por este mundo desde mi nacimiento hasta el instante exacto en que escribo esta crónica viajera. Y sé, lo experimento: “En el momento en que empezamos a arrojar el lastre, a eliminar lo que no nos pertenece, lo que proviene del exterior, es cuando ya estamos bien encaminados” (5).

 

Guillermo Cabrera Infante, dice en Mea Cuba: “He renunciado a cualquier esquema político para conducir mi vida. Es decir, toda solución política para mi vida”. Yo también.  Pero no  renuncio a conducirla desde la óptica de los derechos humanos, porque la Declaración Universal no excluye a ninguna persona.

 

Y porque es preciso insistir en el respeto a los derechos humanos mientras existan quienes, en la Isla o en el extranjero, continuen asistiendo a las convocatorias del odio con gritos de “Fidel, Fidel”, en lugar de “Cuba, Cuba”, o vociferando “Socialismo o Muerte”, en lugar de “Cuba  y Vida”... de ese modo, seguiremos frente a la tapia de un callejón sin salida, que nuestra bella tierra natal no merece.

 

Y mientras existan cubanos en el exilio que arremetan –al estilo de los mítines de repudio y brigadas de acción rápida castristas— contra quienes no sustentan la misma opinión hacia la salida del conflicto cubano, estaremos condenados a vivir en la trampa en que hemos caído del castrismo y el anticastrismo, como las dos únicas fuerzas políticas con posibilidades de decidir sobre los destinos de la nación cubana, sin lograr, a fin de cuentas, que la Isla emerja hacia la democracia y la prosperidad.

 

A Guillermo Cabrera Infante la Europa izquierdista le gritó: “vete para Miami” ; ahora, tal vez otros me griten a mí  “regresa para Cuba”...  Pero quien me ama, como nadie puede hacerlo, quienes aún me quieren, también me gritan desde la Isla:

 

No vengas ahora (...)

Huye.

Hay días malos, días que crecen

en un charco de lágrimas.

Escóndete en tu cuarto y cierra la puerta

y haz un nudo en la llave

y mírate desnuda en el espejo, como

en un charco de lágrimas (6).

 

Además, existen otros gritos de advertencia, escritos a través de la historia de Literatura y de los testimonios del destierro: “Es peligroso dejar el país de uno, pero es más peligroso volver a él, porque entonces tus compatriotas, si pueden, te clavarán un cuchillo en el corazón”. Sobre estas palabras de James Joyce, dice Guillermo Cabrera Infante en Mea Cuba: “Como en otras ocasiones las hago mías: sólo le añado una sabiduría moderna. Donde Jota Jota pone corazón yo podría decir espalda”.

Guillermo, si tú también puedes escucharme, desde algún punto del Universo, te aseguro que todo es aún peor que lo dicho por ti o por  James Joyce, porque, a fin de cuentas, poco se diferencia en ese sentido quedarse en el exilio o irse para Cuba: te dan una puñalada trapera en cualquier lugar donde te encuentres. Así, como te cierran la puertas de salida o entrada a Cuba, también en el exilio te dan portazos frente a tu propia cara, sean de izquierda, derecha, centro, ultras...que no son lo mismo, pero resultan igual.

 

Afirman que Alejo Carpentier dijo: “Asilarme en Francia? ¡Idiota! ¡Como si yo no supiera que el escritor que se pelea con la izquierda está perdido!”. En realidad, fue Carpentier quien se perdió a sí mismo en su alianza izquierdista. Y sabiéndolo. Porque el hombre que escribió El que siglo de las luces prueba su pleno conocimiento de lo que también sucedía y sucedería en Cuba. Pues yo, Alejo, dentro de la Isla Castrada, la Isla del Diablo, la Isla Prisión, como quieran llamarla, me pelié con la izquierda y sus ultras. Y no estoy perdida. Ni me pierdo. Y ahora, en el exilio, me peleo con cualquiera...y mi alma está más a salvo que nunca:

 

Si de pronto nos encontramos desnudos, es necesario tener el coraje de contemplarse en el espejo tal como uno es” (7).

 

Pero, ¿qué cubano no quiere volver a Cuba, algún día? ¿Cómo yo no voy a querer ir a Cuba?  Allá –como dice Buena Fe— donde “un beso simple y cierto” me espera...Deseos no me faltan, nunca me han faltado, de abordar  un avión para ir a mi país y abrazar a mi hija –tras seis años sin hacerlo— y a mi segundo nieto, que sólo conozco por fotos; visitar a mis colegas del periodismo independiente –Álida, Miriam, Luis Cino, otros— y a los amigos de antes que continúan siéndolo. Pero yo ni siquiera puedo ir a Cuba de incógnito, como Oriana Fallaci iba a su amada Italia. Porque entre Italia y Cuba existe una diferencia abismal. En Cuba nadie entra de incógnito: tanto es el control, el estado de sitio permanente, de vigilancia, sobre los ciudadanos en una sociedad totalitaria, como la cubana.

 

Aclaro: No tengo miedo de ir a Cuba, aunque tampoco menosprecio los tremendos riesgos que correría, pero mis colegas y conciudadanos están allá, presos o trabajando bajo peligro, amenaza y tensión, desde hace muchos años. Mientras, en el exterior se aplauden, premian y destacan los “pañitos tibios”, los vedetismos, la última onda...que pueden ser bienvenidos, siempre que en realidad se opongan a la dictadura, como un elemento más, secundario, pero nunca convirtiéndolos en el centro –porquen no lo son—, en lo espectacular, relegando u olvidando a quienes corren riesgos mayores o sufren prisión.

 

Tanta superficialidad política y humana, espanta. Con todo, escucho la advertencia de Blas Otero, de James Joyce, de Cabrera Infante y del mismísimo Pitágoras: Nunca regreses. Así que sigo mi viaje, a mi manera, como cantaba el gran Frank Sinatra... y como Dios me trajo al mundo:

 

Desnuda, sola, indefensa,

para intentar de nuevo

el nacimiento (8)

 

El renacimiento, la metanoia, el cambio que yo, los cubanos, Cuba, precisamos con urgencia. Con todo esto y más, no me ubico al lado de nadie. Sólo estoy al lado de Cuba. Prefiero mantenerme independiente, autónoma, libre, aunque pague un precio muy alto. ¿Qué importa otro más?

 

Adiós a la Gran Escena. Quienes se pregunten “¿por qué?”, sólo tiene ojos para leer.

 

Iria González-Rodiles

Bangkok, 9 de diciembre del 2009.

 

 

BIBLIOGRAFIA:

(*) Adrien Pasquali (Suiza, 1958).

(1) Le Poisson-Scorpion. Nicolas Bouvier (Suiza, 1929-1998).

(2) Retrato, Antonio Machado (España, 1875-1939)

(3) El Zahir, Paulo Coelho (Brasil, 1947).

(4) Suceso así remoto, Ángel Escobar (Cuba, Guantánamo, Marzo 3, 1957-Febrero, 1997).

(5) Donde el corazón te lleve, Susanna Tamaro. (Italia, Trieste, 1957).

(6) En un charco, Blas Otero, (Bilbao, Marzo15, 1916-Madrid, Junio 29, 1979).

(7) Donde el corazón te lleve, Susanna Tamaro. (Italia, Trieste, 1957).

(8) Óleo, Waldo Leyva (Cuba, Las Villas, 1943).

Fonte: Identificada en el texto

http://www.cubalibredigital.com