La reaparición de Al Qaeda, otro mal trago para Obama Imprimir
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Sábado, 02 de Enero de 2010 21:43

Por: Marcelo Cantelmi

El presidente norteamericano corre el riesgo de incurrir en el mismo error que sus predecesores: el de la respuesta militar y la visión simplista frente a la amenaza del terrorismo.

Una broma muy recorrida advierte que para juzgar la presidencia de Barack Obama hay que aguardar primero a que asuma el poder. El chiste es un recordatorio un tanto bizarro sobre las expectativas que la irrupción de este extraordinario político generó hace un año dentro de pocos días, cuando juró el cargo y que acabaron, muchas de ellas, en enormes frustraciones.


La lista de esas pérdidas puede ser extensa, desde el cierre que no será inmediato y quizá no lo sea nunca de la cárcel de Guantánamo; el dudoso final de la intervención militar en Irak, y el incremento de la guerra en Afganistán; o el descubrimiento ahora de un tercer frente bélico en Yemen. Los críticos de Obama listan también la ruptura de los puentes menos edificados que imaginados con América latina; el fracaso de la conferencia de cambio climático; la ausencia de una política ejecutiva para cerrar la herida crónica de Oriente Medio y la configuración de un mundo tan o más peligroso que el anterior.

En estos días del inminente primer aniversario todos los espectros de lo peor de la realidad parecen corporizarse con la misma velocidad con que se desmaterializó la mística del "yes we can" que llevó a Obama a la Casa Blanca. El atentado terrorista en el avión de Delta que une Amsterdam con Detroit, frustrado en el último minuto debido a la suerte más que a cualquier otro factor, reactivó conceptos que eran de otro reino, como Al Qaeda, guerra antiterrorista y su contraparte de la "guerra santa" de la Jihad.

El mismo Obama amaneció este primero de año en sus vacaciones de Honolulu, organizando la reconstrucción del sistema de inteligencia para enmendar los incomparables errores cometidos por los servicios que habían sido avisados con antelación de un posible atentado. E incluso les habían citado el caso de un nigeriano joven en alguna sospechosa estadía en Yemen.

El mismo individuo que compró en efectivo su pasaje en Amsterdam y que no llevaba equipaje, lo que no sorprendió a la seguridad del aeropuerto. Y que subió al avión con una carga explosiva atada en su pierna que pudo pasar porque tampoco se lo revisó en el scanner. Y eso pese a que este hombre hacia dos años que estaba en las listas de sospechosos de terrorismo de la inteligencia norteamericana.

Ese episodio no es el único que amarga las horas de Obama. En las vísperas del año nuevo, un suicida entró en una base operacional de la CIA en Afganistán y mató a ocho agentes en el mayor ataque contra la agencia en un cuarto de siglo.

El atacante logró ingresar invitado por los mismos espías que creían haber hallado a un eficiente informante. Dos de los muertos eran mercenarios de la empresa XE, que es el nombre que usa ahora la muy desprestigiada máquina de guerra privada Blackwater.

Es interesante explorar el sentido de estas fallas. Hace pocos meses esa y otras centrales de inteligencia de Estados Unidos y sus similares de Europa concluyeron que la red Al Qaeda ya no configuraba una amenaza. Para los amantes de las conspiraciones, el principal error puede haber estado en ese diagnóstico.

Pero si solo por un instante imaginamos que esa conclusión fue correcta, se develaría que lo que desafía a las tropas aliadas no son fanáticos de una red descrita desde los albores del gobierno de George W. Bush con más creatividad cinematográfica que realismo, sino partes de una resistencia con extremos desbocados y anárquicos.

El atacante nigeriano de Detroit, como los terroristas del metro de Londres, o los de la estación Atocha de Madrid, entre otros casos, fueron individuos con iguales finalidades pero desconectados entre sí. No eran células de un mismo organismo. Y si algunos reivindicaban a Al Qaeda lo hacían como se evoca a una marca cargada de símbolos explícitos.

Vale recordar que los agentes de la CIA asesinados en Afganistán operaban en ese país y en Pakistán persiguiendo, según el reporte oficial, a militantes de aquella organización sin embargo inexistente y convertida en una excusa cuya vitalidad como tal no parece ceder desde que la corporizó Bush. La inexistencia de una red con centrales, ejecutivos y un máximo responsable, en este caso el extravagante e inmaterial Osama bin Laden, es una realidad mucho mas compleja que obligaría a tomar este desafío muy fuera de lo militar. No es, sin embargo, lo que se está caminando.

La aparición de Yemen, un estratégico paso para el petróleo que se envía a Occidente, como un nuevo frente de guerra que Obama no está necesariamente heredando, recuerda, como también lo hace el complicado escenario de Afganistán, a los casi diez años en los '90 que Bill Clinton y su escudero británico Tony Blair dedicaron a bombardear a Irak con tal acierto que los misiles destruían los refugios antiaéreos donde la gente se apiñaba para intentar escapar a la muerte. Culpa de los medios como siempre, esas imágenes en las televisiones del mundo árabe multiplicaron el sentimiento anti-norteamericano en un espacio donde la mayoría es gente joven que, en muchos casos, tiene el futuro cancelado por el despotismo extendido en la región, la pobreza y la ausencia de libertad.

Esa rabia y la que produce la pesadilla interminable de Oriente Medio es semilla de casi todo. El fundamentalismo religioso, que es esencialmente reaccionario así como el terrorismo, no son causa sino consecuencia de esos desmadres. Para combatirlo es preciso modificar las condiciones que lo hacen posible. Ese es el camino no militar que vuelve a ser ignorado con los efectos que ya son visibles.

Esta elaboración implica otro aspecto inquietante. Si no hay una red de malvados que organicen a estos terroristas -como plantean con extraordinario oportunismo los halcones republicanos--, los atacantes se auto generan y amenazan crecer de modo exponencial como reacción al puño militar norteamericano y a un presidente que ha perdido enormes cuotas de credibilidad en el mundo árabe. No se equivocan allí si entienden que aun deben esperar lo peor.

Yemen, que poco a poco ocupará los títulos de los diarios, es una afrenta a los derechos humanos no solo por la tiranía que lo gobierna en alianza con Washington, sino por la junta de bárbaros de diverso origen que se han ido acomodando en esas playas a favor de la furia popular contra los poderes occidentales.

Los bombardeos en ese país contra supuestas bases y cuarteles de una red que no lo es, como sucedió con las armas de destrucción masiva iraquíes, está dejando una montaña de muertos civiles y un semillero que multiplicará con la potencia de esa furia la aparición de delirantes dispuestos a todo, como el jovencito millonario de Nigeria.

Última actualización el Sábado, 02 de Enero de 2010 21:48