“Las Farc todavía les rezan a los fusiles”: Joaquín Villalobos Imprimir
Escrito por Indicado en la materia   
Viernes, 07 de Junio de 2013 09:00

 

4 de septiembre de 2012 EFE/Rolando Pujol

El Tiempo (Colombia)

Villalobos, uno de los gestores de la paz en su país, afirmó que los que negocian hoy por parte de la guerrilla en La Habana podrían catalogarse de la tercera edad, y además advirtió que no encajan con la dinámica de una Colombia que es mucho más sofisticada. Para Villalobos, mientras las Farc conserven la vía armada, seguirán bloqueando a la izquierda que pretende consolidarse como una opción.

¿Hasta el momento qué análisis hace del proceso de paz entre el gobierno colombiano y las Farc?

Soy bastante optimista de las posibilidades que tiene Colombia, y lo más importante, veo claramente que hay confluencia de factores que han generado una oportunidad que no se puede perder. Esa confluencia es el entorno regional, internacional y por la condición de la izquierda latinoamericana que está siendo altamente exitosa en cuanto a la participación política. También por el hecho de que las Farc sean prácticamente la última guerrilla que queda, por la fuerza que tiene el Estado y su control sobre la mayor parte del territorio colombiano, e incluso, la debilidad política en legitimidad que tienen las Farc. Todo eso genera una condición para negociar y convertir a esta guerrilla en un actor político que juegue su papel dentro del sistema democrático.

Hasta aquí ha destacado lo bueno, sin embargo, quisiera saber ¿qué cree que le falta a este proceso, cuál ha sido su deuda?

Creo que quizás el elemento más importante es el término de los tiempos. Las Farc perdieron la oportunidad en El Caguán, pero ahora tienen otra. Por eso dentro de este proceso son quienes más necesitan actuar con velocidad, y necesitan insertarse en el escenario democrático, porque en la nueva condición de ellas les estorban las armas. Las Farc han demostrado que están como fuera ya de tiempo, debieron haber entrado en esto mucho antes, y por eso hoy tienen el problema de tener una visión que proviene de la ruralidad, consecuencia de una guerrilla que ha estado más de medio siglo alzada en armas, hecho que la hace no encajar con la dinámica de una Colombia que es mucho más sofisticada, mucho más dinámica y con un mundo que se mueve de una manera diferente. Es esa una de las mayores dificultades.

Ustedes se enfrentaron a la disposición de dejar las armas, ¿Cuándo es el momento para tomar esa decisión?

El caso de El Salvador y el de acá son bastante diferentes. Tratando de hacer una simetría me doy cuenta de que en mi país la guerrilla era la demandante por negociar, fue la que propuso el convenio, la que estableció la correlación militar para dialogar y la que puso la agenda; acá es al revés. Es otra condición. En El Salvador la insurgencia reflejaba una vocación política y las armas eran instrumentales, mientras aquí yo creo que las Farc todavía le rezan a los fusiles. Todavía es una organización que santifica la lucha armada por sí misma, en cambio, en El Salvador la lucha armada era un instrumentos para producir cambios. Creo que a las Farc esa transición las hace lentas, que es la idea de que las armas ahora no sirven para nada. Les hace estorbo y daño, les genera problemas de ilegitimidad y también problemas políticos.

¿Qué tanto cambió las guerrillas de su tiempo, a esta de las Farc que usted dice que es la última que queda, se pueden comparar?

Suelo dividir a los rebeldes en dos tipos: el que es fruto de las condiciones, que emerge porque hay una causa real que normalmente en un personaje que viene de la normalidad; y el patológico, que son eso que podrían ser rebeldes y plantearse la revolución en Suecia o en Suiza y que nacen con eso de venerar la idea de una transformación utópica. En el continente hubo de las dos cosas, hubo alzados que vieron la lucha armada porque no había de otra manera. Y en mi país, por ejemplo, en los primeros 80 años del siglo pasado la transición se hizo con golpes de Estado, fraudes electorales y gobiernos militares, es decir, no había otra posibilidad. Cuando un gobierno te asesina arzobispos que son la principal figura religiosa del país, uno dice: si mataron al arzobispo ya no hay nada que hacer. Pero esa no es la realidad hoy de Colombia. Este país está transformado y en esa condición creo que las Farc todavía tienen una patología religiosa con relación a la lucha armada. Esa transición es la que está operando ahora acá: si la van a dejar y cómo van a resolver eso. Por ejemplo ese no fue el caso del M19, incluso no fue el caso de los sandinistas en Nicaragua, ni tampoco es de El Salvador. Son casos completamente distintos.

Usted decía que veía una guerrilla débil, ¿cuál es la radiografía que hace de las Farc hoy?

La veo con una pérdida de capacidad de comando y control. Nosotros terminamos la guerra enteros, negociamos sin haber enterrado dirigentes de la guerrilla, pero esa no es la condición de las Farc. Mantuvimos la capacidad de comando y control hasta el día que firmamos, y teníamos la capacidad de crecimiento y dominio del territorio, elementos todos que son un contraste de cómo están aquí y como estaban allá. Evidentemente las Farc hoy tiene pérdida del territorio, en la capacidad de comando, control, de crecer, además del poder en la capacidad de realizar operaciones y, fundamentalmente, pérdida de legitimidad con relación al uso de la violencia. Ese es el elemento más importante.

Lo vi hablar que de no firmar las Farc un acuerdo inevitablemente se convertirían en una banda criminal, ¿por qué lo dijo?

Por el cambio generacional. Los que ahora están en la mesa de negociación de La Habana representan a una dirección que incluso ahora linda con lo que podrían llamar tercera edad. Están en el límite de eso. Eso no es casual. Yo me metí a la insurgencia a los 20 años y firme la paz a los 40 años. Pero siempre recuerdo que hacíamos una broma entre nosotros que decía que si esto se alargaba, no por nuestra voluntad, pues lo que había que hacer era cambiar la dirección y poner más jóvenes. Porque para librar la guerra hay que estar joven. Las Farc están en una condición bastante complicada. Además es bastante obvio que las generaciones que vienen no tienen la capacidad política de antes, por eso las Farc como movimiento político si puede renovarse políticamente, pero actuando armada lo que le va a quedar son actores violentos que se van a convertir en bandidos.

Cuando le escuche esa idea me llamó la atención que venía hablando de las maras y terminó en las Farc como bandas criminales. ¿Hay alguna relación?

Sí, la degradación. El caso de El Salvador es lo que yo llamaba la transición de una violencia organizada que es la guerra, a una violencia anárquica, y esto es factible acá con sus propias características. No hay que olvidar que Colombia es un país que tiene minería ilegal, tiene robo de gasolina, tiene una serie de riquezas naturales y mecanismos para aterrizar en actividades ilegales. Por ejemplo, la droga y el crimen organizado abren múltiples posibilidades para actores que vengan de la violencia y que se puedan convertir en criminales sin ningún problema. Si eso ha ocurrido con estados como la unión soviética, como Bulgaria, y otros países en donde se formaron estructuras criminales a partir de desmovilizaciones de fuerzas de los Estados, qué no podrá ocurrir en Colombia.

Se ha formado un debate en el país a partir de cuál debe ser el castigo para los miembros de la guerrilla. Con su experiencia ¿cuál cree que es esa fórmula ideal que debe aplicarse?

Es muy difícil y es un tema muy sensible, además porque es algo que la sociedad colombiana va a tener que ir construyendo en el camino. Lo único que yo puedo señalar con eso es que la capacidad de perdón de la sociedad tiene relación con lo que ve, y ahora es muy temprano para decir que la capacidad de perdón que estamos viendo ahora, será la misma que pueda tener en un momento más avanzado del proceso de paz. Basta con hacer una comparación, y es cuál era la capacidad de perdón que tenía la sociedad colombiana cuando estaba en marcha el proceso de El Caguán, pues era bien alta con tal de que todo eso terminara, pero las Farc no lo entendieron. Eso es lo que hoy yo llamo que las Farc tienen que pagar más y obtener menos, con un atenuante que es que si se tardan en negociar van a obtener nada y pagar todo. A eso se lleva cuando no se toman las oportunidades. En este caso en la medida que avance el proceso y la gente vea un dibujo más claro del final, y sueñe e imagine cómo puede ser el fin de la violencia política en el campo y vea a unas Farc dispuestas a dejar la violencia, en ese momento habrá que medir qué es lo que gente está dispuesta a dar, pero ahora es muy temprano para decirlo. Ahora lo que la gente tiene al frente a unas Farc a la que no les cree porque ha hecho terrorismo, que se vinculó al narcotráfico, y eso está ahí.

Tanto Frederick de Klerk, el expresidente de Sudáfrica y premio nobel de paz, como usted decían –en visita a nuestro país– que después de los procesos han encontrado nuevamente violencia. ¿Quiere decir eso que un proceso de paz no es completo del todo?

Hay que evitar tener una visión demasiado celestial de un proceso de paz. Los riesgos de una violencia posconflicto están ahí y Colombia los tiene. Son además de una proporción real, fuerte y de distinto tipo. Puede que una persona se desmovilice y se vaya al crimen, o gente que se resiste a desmovilizarse, o pueden ser heridas sociales que dejan la guerra. De igual manera le sumo dos cosas; primero, entre más tarde se llega al fin de la violencia política, más peligroso es el posconflicto; y segundo, entre menos previsión se haga de todas las variables que pueden generar violencia en el posconflicto, mayor es el riesgo. Hay que acabar con la violencia política y disponer las mayores capacidades de los motores de fuerza del Estado, y la sociedad debe atender los riesgos de la violencia posconflicto que son normales. Son parte del proceso de transición.

¿Cómo analiza hasta acá la preparación y participación de este proceso de paz por parte del gobierno del presidente Juan Manuel Santos?

El principal elemento que yo veo es que el presidente Santos ha tomado la oportunidad, incluso con costos, lo cual habla muy bien de lo que yo diría es un estadista. Porque está tratando de meter a un actor dentro del sistema, a un actor incomodo que le genera problemas en un momento en el que él tiene una opinión pública muy favorable, todo porque sabe que ese problema se tiene que resolver y que él tiene la oportunidad de darle una solución de una vez por todas para Colombia. Si existiera una visión politiquera podría perfectamente no resolver el problema, encaminarse en la senda de la Colombia sofisticada y olvidarse de esa Colombia rural profunda que es generadora persistente de problemas para el país.

Se ha planteado la posibilidad de que no dejen las armas, ¿cómo ve eso?

Completamente absurdo. Las Farc todavía están viendo las armas como si fueran un crucifijo, están ahí como rezándole. En mi opinión las armas les hacen estorbo y debería tener prisa por abandonarlas porque Colombia tiene una agenda social extraordinaria que está bloqueada por la agenda de seguridad. Por decirlo de una manera más claramente, en Colombia las Farc son un bloqueo al desarrollo de una izquierda, además son el elemento que mantiene a este país como una hegemonía conservadora, ellos son los responsables de eso. Entre más rápido se desmovilicen y comiencen a actuar políticamente, más oportunidades pueden haber para que la izquierda se conviertan en un real agente, en un gran actor político en Colombia.

Ustedes hicieron parte de un grupo de jóvenes que buscaron cambiar el mundo, y hoy uno se los encuentra adecuados al sistema, ¿se podría hablar ustedes como una generación frustrada, o qué se puede decir de quienes buscaron alguna vez la revolución?

Yo lo pongo a partir de lo que fue mi experiencia en El Salvador, si se juzga a la insurgencia salvadoreña a partir de lo que fueron sus sueños, los sueños de jóvenes que no cumplían 20 años y que obviamente no se podían alzar gritando ‘reforma o muerte’, era bien importante una utopía en esa condición y, entonces, podríamos decir que perdieron; pero si se juzga a través de las transformaciones que se hicieron en El Salvador indiscutiblemente que ganamos. Transformamos El Salvador en una sociedad democrática, y eso vale para todo el continente. Aquí en el caso de Colombia la constitución del 91, que logra el M19, es un éxito extraordinario. Y si la izquierda ve los resultados en transformaciones es ganadora, incluso esta. Ahora, las Farc rezándole al fusil pues sí que están frustradas. Y por lo menos yo no pertenezco a ese campo.

¿Cuál es esa clave indiscutible por la que hay que pasar si se quiere la paz?

Es la tolerancia. Es el reconocimiento del otro, del espacio del poder del otro, la aceptación de la existencia de las minorías, es inclusión. Eso le ayudaría a Colombia a construir reglas de convivencia que es todo el reto que tiene en la siguiente etapa. Poder desplegar agenda a través de la cultura de la legalidad. Alrededor de la fortaleza de las instituciones y la confianza que esto da.

Romado de INFOLATAM/EL TIEMPO (COLOMBIA)