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Artigos: Cuba
A nadie le pedirán disculpas PDF Imprimir E-mail
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Miércoles, 25 de Junio de 2014 08:28

Por Camilo Venegas.-
Medio siglo después, el Paradero de Camarones no ha olvidado los nombres originales de las cosas; por eso mencionan a sus antiguos dueños cuando las señalan: el Bar de Roberto, la Barbería de Felipe Marín, el Garaje de Luzbel Cabrera, la Carnicería de Rao, la Tienda de Luis Bada, el Cine de Chena…

Tengo recuerdos muy nítidos de aquellos emprendedores frente a las ruinas de sus sueños. Una vez, en el bar de mi tío Roberto Yero, había una larga cola para comprar guarapo. Ya él se había tomado los dos rones de "por las tardes" y reaccionó molesto cuando me vio al final de la larga fila.

—¿Cómo tu vas a hacer cola en algo que era de nosotros, Camilito? —me dijo mientras me tiraba del brazo—. ¿Tú estás loco, chico? Ve a la casa y dile a Helemenia [su esposa] que te haga una limonada.

Mi tío Rao Yero nunca dejó de cortar filetes, alfileres, palomillas, hígados y ternillas en el aire. Sus brazos se agitaban como dos cuchillos, mientras él manoteaba sus recuerdos, frustraciones y rabias. "Antes hasta el más pobre comía carne por las tardes —repetía una y otra vez—. Ahora todos estamos comiendo mierda a partes iguales".

Pero quizás el caso más triste fue el de Chena, quien aceptó la humillación de convertirse en el portero de su propio cine por tal de seguir abriéndolo todas las noches. Un tarde me llevó una enorme caja de regalo: Eran las fotos de la cartelera, una estremecedora colección de los rostros que habían hecho reír y llorar a mi pueblo por décadas.

La idea de intervenir todos los negocios, abolir a los pequeños empresarios y hacer que el Estado se encargara hasta de remendar zapatos, fue del argentino Ernesto Guevara (quien también tiene el tristísimo "mérito" de ser el extranjero que más cubanos ha fusilado).

55 años después, con una Cuba arruinada y una cultura empresarial destruida, el régimen anuncia que todos los servicios volverán a ser privados. A nadie le pedirán disculpas. A ninguna de las miles de familias arruinadas se les devolverá nada, ni siquiera el cascarón vacío donde estuvo su negocio.

Nadie asumirá la responsabilidad por algo que obligó a los cubanos a pasar innumerables y absurdas carencias por más de medio siglo. Ya sabemos que el bienestar de los cubanos es lo que menos le importa a la anciana dictadura, tan concentrada como está en sobrevivir a su propia muerte.

Mientras tanto, en el Paradero de Camarones se seguirá llamando a las cosas por su nombre: el Bar de Roberto, la Barbería de Felipe Marín, el Garaje de Luzbel Cabrera, la Carnicería de Rao, la Tienda de Luis Vada, el Cine de Chena…

DIARIO DE CUBA


Este texto fue publicado en el blog El Fogonero. Se reproduce con permiso del autor.

 
La lengua cautiva PDF Imprimir E-mail
Escrito por Indicado en la materia   
Viernes, 13 de Junio de 2014 09:53

Por Andrés Reynaldo.-
Toda dictadura se apoya en una inversión moral. En no poca medida, el castrismo ha conseguido trasladar al exilio esa perversión de los valores. Si en Cuba la censura obliga a no llamar a las cosas por su nombre, de este lado suele demonizarse como estridente, troglodita y anacrónica la denuncia exacta y constante. En la Isla se amordaza con el miedo a la policía. En Miami con el miedo a sonar como un extremista.

 

Admito que llevan las de ganar. Por lo menos, han conseguido imponernos una enorme dificultad de lenguaje. A diferencia de otros dictadores latinoamericanos, a Fidel y Raúl se les designa como "gobernantes". Los términos "gobierno" y, en caso extremo, "régimen", sustituyen a las clásicas definiciones de "dictadura" y "tiranía". A las figuras que abiertamente abogan a favor del totalitarismo castrista suena mal identificarlas como "colaboracionistas". A su vez, se descarta como "paranoia" todo esfuerzo de mostrar la actividad persistente, coordinada y apenas disimulada de la Seguridad del Estado entre los exiliados, principalmente en Miami.

 

Los censores totalitarios no solo apuntan a reprimir la expresión pública de la verdad sino también a destruir el razonamiento y la memoria. Uno de sus principales logros consiste en divorciar la emoción de la objetividad. En ese lavado de espíritu, la exposición de los horrores de Fidel y Raúl y el reclamo de una debida justicia son mellados por una retórica que disfraza en su imparcialidad la intención de que las víctimas renuncien, incluso, a su derecho a dolerse. Ya en el colmo de la manipulación, se nos invita a adoptar esa lengua corrupta a fin de no parecernos "a ellos".

 

Al no llamar al castrismo por su nombre y apellido resulta complicado situarlo en sus alternantes familias. Esa familia, hoy por hoy, es el fascismo. Un fascismo que aprovecha la convocatoria del tradicional pensamiento revolucionario de la región y la contundente experiencia represiva del comunismo. Para cualquier mediocre lector de Historia las claves están a la vista. La gran excepcionalidad cubana consiste en impedir que las irremediables deficiencias inherentes a estos fenómenos afecten de manera terminal el control de los hermanos Castro.

 

En tiempos de la Guerra Fría, la coartada nacionalista y antiimperialista consiguió que una parte del mundo no juzgara a Fidel como uno de los más serviles y agresivos peones del totalitarismo soviético. Ahora, Raúl pretende imponerle un aura de liberadora modernidad a esta nueva fórmula de dominio. Tal como el comunismo castrista constituyó una de sus más asfixiantes variantes, el fascismo raulista se proyecta con menores espacios a la empresa privada autóctona, al marco legal de los ciudadanos y a la organización gremial que los canónicos modelos de Mussolini y Hitler.

 

Digámoslo, entonces, como hay que decirlo. Apostar por la hipotética conversión del verdugo sin abogar por el inmediato restablecimiento del derecho del oprimido no te convierte en un opositor moderado, con una exquisita visión estratégica, sino en un cómplice con conocimiento de causa. Por muy empresario, por muy cardenal, por muy novelista que seas. Sean buenas o malas tus intenciones, quien no se opone frontalmente al fascismo (y en general a toda forma de injusticia) deja de pertenecer al ámbito natural de las personas morales. ¿O no?

 

La monstruosidad de la causa no deja espacio para la legitimidad de sus gestores y simpatizantes. Que Ramiro Valdés sea un correcto caballero no lo exime de ser un asesino. Que la Iglesia Católica no quiera un baño de sangre no la obliga a celebrar misa por Chávez. A Raúl, a sus herederos dinásticos y a su mafia vasalla hay que pedirle lo que universalmente se le ha pedido a los tiranos. Lo que una vez supimos pedirle a Gerardo Machado y a Fulgencio Batista: ¡que se vayan!

DIARIO DE CUBA

Última actualización el Sábado, 21 de Junio de 2014 01:44
 
El primer destinatario PDF Imprimir E-mail
Escrito por Indicado en la materia   
Lunes, 09 de Junio de 2014 08:17

Por Manuel Cuesta Morúa.-

La Carta Abierta al presidente Barack Obama firmada por 40 prominentes personalidades en los Estados Unidos desata y actualiza, una vez más, el debate sobre las relaciones Cuba-Estados Unidos. Su intención general es loable y la suscribo en su concepto de que el acercamiento entre países que se han autopercibido y actúan como enemigos es una buena apuesta para lograr cambios detrás de las fronteras del conflicto. Cuba y la armonía geoestratégica en el hemisferio occidental lo demandan.

En tal sentido la política no es una táctica, el movimiento en el tablero de determinadas piezas con el fin de lograr un fin estratégico, sino un desplazamiento en la visión de cómo reestructurar las relaciones entre dos países que se han entendido muy mal durante más de medio siglo. Aquí la estrategia se convierte de por sí en la táctica.

Pero percibo un error en el orden de los destinatarios. El primer receptor de una misiva de tal naturaleza debió ser el presidente designado Raúl Castro, no el presidente electo Barack Obama. Y por una razón que en la carta se esgrime: el gobierno de Estados Unidos ya ha dado pasos en la dirección descrita y deseada por amplios sectores. La duración de estos cambios (seis años), su magnitud (una gama amplia de recursos, sectores y segmentos) y su profundidad (un espectro de personas que exceden los tradicionales vínculos familiares) habrían sido más que suficientes para que la sociedad civil hubiera salido ya de la zona económica de taxeo, en lo que a ayuda desde Estados Unidos se refiere, despegando hacia las primeras alturas donde el vuelo adquiere fuerza y estabilidad.

Si la sociedad civil, en lo que toca a la economía —en una concepción típicamente hegeliana de lo que también puede ser la sociedad civil― no cuenta con un tejido más o menos sólido, se debe a la idea restrictiva que de la economía civil tiene el gobierno cubano. La precariedad de esta economía no se explica por la insuficiencia de recursos diversos provenientes del exterior, sino por la construcción deliberada de un modelo subdesarrollado de sociedad civil en el que las clases medias, el emprendimiento y la inversión no tienen espacios.

No cabe pensar entonces que los incipientes sectores económicos independientes en Cuba son débiles por falta de recursos. Lo son por la limitación conceptual de las reformas. De modo que lo necesario en Cuba es que el Gobierno acabe de hacer una profunda reforma en la zona de lo prohibido para que se haga la luz en economía.

De ahí nace el segundo error en las buenas intenciones. Y como dice el proverbio, el demonio está en los detalles. No hay sintonía entre el propósito y las herramientas que se proponen en la Carta Abierta con las condiciones reales en el terreno. Para ser receptor de importaciones, créditos y servicios; al mismo tiempo que emisor de exportaciones en Cuba se requiere una reforma, sea de hecho, sea legal, que permita al sector privado operar en el ámbito del comercio y el crédito internacionales. Las licencias que podría otorgar el Departamento del Tesoro no tienen alcance sobre la legislación cubana, ni compatibilidad con los cambios producidos; tampoco capacidad para producir vuelcos de mentalidad en el Consejo de Estado en Cuba.

Todo proceso político de reciprocidad exige una lógica interna que haga efectiva las acciones probables de una agenda política: solo después de eliminado en Cuba el permiso de salida, tiene sentido el otorgamiento de visas de entrada y salida a Estados Unidos por cinco años. Y el impacto políticamente potencial de esta medida no ha sido calibrado en su magnitud. Primero Cuba, luego Estados Unidos.

Averiguar por el no lugar del pequeño sector privado dentro de la isla en la reciente Ley de Inversiones Extranjeras sería un buen dato para saber que se requiere una reforma que antes le confiera a aquel capacidad legal para endeudarse con bancos norteamericanos. No se trata de cantidad sino de cualidad. Y la cualidad del proceso está en La Habana, no en Washington.

Quienes apostamos por el soft landing necesitamos toda la finura posible en el diseño estratégico porque corremos el riesgo de ser acusados de cínicos. La apuesta no puede ser meramente retórica si queremos impedir la deflagración total de la agenda del diálogo y el acercamiento. Ya hubo una incursión fallida de la jerarquía católica cubana por las arenas de la política, que le agotó prematuramente su fuerza de interlocución, parece que también su credibilidad, frente a diferentes actores de la realidad cubana. Y de muchos que son serios en la arena internacional.

La lección es que si el menú de buenos propósitos no se corresponde con el análisis evidentemente objetivo de los hechos, es imposible obtener resultados estructurales y de mediano plazo como efecto de la aplicación real de las opciones propuestas.  Quienes creemos en la apertura y el diálogo tenemos más exigencias que aquellos que confían en las opciones de acoso y derribo. Ante el fracaso estos pueden aducir que les falló la puntería. En el mismo escenario nosotros tendríamos que defendernos en tres terrenos: nuestra condición ética, nuestra cabeza política e intelectual y nuestra integridad psicológica. Unos desafíos que descarrían a las mejores mentes.

Los hechos en Cuba son brutalmente antieconómicos. El Gobierno acaba de enviar un mensaje en la frontera a los miles y miles de agentes económicos individuales que, provenientes en lo fundamental de Estados Unidos, sostienen la cadena alimenticia del sector privado, advirtiéndoles de que se les decomisarán los bienes que importen sin justificación filial. Un ciudadano está corriendo el peligro de ser incluso juzgado y condenado a tres años de privación de libertad por introducir en el país 150 memorias flash. Puede que no tenga 150 parientes en la Isla.

Y parece cada vez más evidente, en otra orientación del análisis, que la autonomía de los actores económicos no impacta necesariamente en el terreno de las libertades civiles. Más axiomático aún, que solo la combinación entre estado de derecho y sociedad civil puede generar condiciones, garantías y confianza para el progreso de cualquier agenda económica. El punto de partida de cualquier crecimiento del bienestar económico está inicialmente en la sociedad civil, no directamente en la economía. Sociedad civil y estado de derecho son las dos inversiones extraeconómicas que más potencian la economía de una nación: le proporcionan estabilidad en todos los plazos y acumulación sostenida de capital para la reinversión en el conocimiento y el desarrollo. Todos lo sabemos: solo son productivas las reglas del juego que son claras e iguales para todos.

La Carta tiene, no obstante y entre otras, una virtud que me gustaría ponderar. Identifica a los sectores que ciertamente le dan vitalidad económica a una nación, incluso en los mismos Estados Unidos: la pequeña y mediana empresas, que son la base medular de las clases medias. Ello desinfla la noción de un Estado incapaz de comprender las reales potencialidades y dimensiones de la economía cubana, que le ha dado por la pretensión de jugar con los grandes conglomerados económicos, con las maldecidas transnacionales, y que cree puede ofrecerle algo, de igual a igual, a un Warrent Buffet, a  la Texaco o a la Halliburton. De ser satisfecha tal pretensión supondría un golpe de autoridad y prestigio económicos que no se corresponde con el historial del Gobierno, y llevaría a fortalecer corporaciones y oligarquías nacionales sin justificación en las condiciones naturales y primarias de la economía cubana: la magnitud de los recursos petroleros, minerales, agrícolas, o de cualquier índole, no dan para fundar emporios naturales en la estructura socio-económica del país. Nuestros potentados son meros rentistas con afiladas herramientas de extracción, innecesarios para la fluidez de la economía. En Cuba ni los marqueses ni los monopolios promovieron la riqueza social.

Eso traduce una comprensión de nuestra realidad económica por parte de los promotores de la Carta que merece ser compartida con la elite de poder cubana. Las transnacionales no son imprescindibles para nuestra reconstrucción. Somos tan débiles que una sola empresa de escala puede acabar con un proyecto de país.

En otras palabras. No hay justificación económica —¿dónde está nuestro esquisto?— para prolongar una dictadura con capital norteamericano. Una ironía si las hay.

Lo que me provoca una última reflexión. A diferencia de otras regiones, ningún actor democrático cubano debería nublar la dimensión moral del cambio. Los reajustes del poder han generado en Cuba dos sectores duramente marginados: quienes han perseverado en la inventiva económica y quienes han insistido en las libertades políticas; en conexión tanto con el resto del mundo como específicamente con Estados Unidos.  No habría en nuestro caso ninguna consistencia moral si la incorporación de la elite cubana a la realidad global no pasa simultáneamente por la incorporación de toda la sociedad, empezando real y simbólicamente por quienes fueron históricamente marginados. Y el Gobierno de la Isla insiste en exportar marginados económicos y marginados políticos. Ni Barack Obama ni ningún presidente norteamericano puede impedir estas derivas del fracaso.

Pero no podemos olvidar, en cualquier aproximación, que hay maneras no violentas de hipotecar el futuro. Una de ellas es reintroducir una fractura moral en el mismo espacio donde se introdujeron múltiples fracturas nacionales.

DIARIO DE CUBA

Última actualización el Lunes, 16 de Junio de 2014 01:54
 
Embargo y Totalitarismo PDF Imprimir E-mail
Escrito por Indicado en la materia   
Sábado, 14 de Junio de 2014 14:15

Por Pedro Corzo.-

La influencia a favor de los derechos ciudadanos de los residentes en Cuba, si Estados Unidos levanta el Embargo al gobierno de la isla es muy discutible, por otra parte es prudente recordar que el embargo es parte del diferendo Washington y La Habana, y que éste desaparecerá cuando los intereses de ambos gobiernos, no lo de sus pueblos, coincidan.

El fin del embargo no implica necesariamente cambios a favor del derecho ciudadano, pero si un mayor enriquecimiento de la nomenclatura y el fortalecimiento de la represión, si el gobierno cubano accede a recursos económicos que nunca le han faltado, recordemos lo generoso de los subsidios soviéticos y venezolanos,  por  qué suponer qué los bienes y dineros de Estados Unidos harán la diferencia.

Con estas experiencias previas sería prudente que las organizaciones e individuos que están favor de la democracia en la isla y consideran que el cese del embargo mejoraría las condiciones de vida, quizás deban solicitar a Washington que haga de  Cuba su protectorado con la facultad de administrar la vida y bienes de sus ciudadanos.

El totalitarismo insular es agresivo, sectario y controlador por naturaleza. Sus ajustes del presente no corresponden a cambios del proyecto original, están motivados simplemente por razones de sobrevivencia.

En el año de la victoria revolucionaria se fundó la Seguridad del Estado, se inició la subversión en el continente, incluido Estados Unidos, y Fidel Castro anunció por  televisión  que militarizaría la sociedad.

En julio de 1960, Eisenhower, como consecuencia de las nacionalizaciones de numerosas propiedades de EEUU., decidió reducir la cuota azucarera cubana en 700.000 toneladas. Tres meses después, octubre, Eisenhower, impuso un embargo parcial a la isla y rompió relaciones diplomáticas en enero de 1961.

La sociedad civil organizada desapareció y la autonomía universitaria se extinguió. Se reafirmó la pena de muerte con la  ley 923. La ley 988, 1961, hizo más expedita la aplicación de la pena máxima  y abolió ciertos recursos judiciales, aún vigentes, en la precaria legalidad socialista.

En noviembre de 1960 fue intervenido el circuito radial y televisivo más importante del país, CMQ, otros medios como el Diario de La Marina había sido confiscado con anterioridad, y los que sobrevivieron cayeron antes del tercer año del triunfo de la insurrección. Se estableció en el país una censura sin paralelos en el hemisferio.
Un año antes de decretarse el embargo, Fidel Castro dictó la Ley de la Nacionalización de la Enseñanza para crear las bases de la ideologización de la educación. Promulgó el carácter socialista de la Revolución, suscribió con Moscú acuerdos para la compra de armas y determinó la expulsión de los sacerdotes extranjeros que oficiaban en el país. La represión a las prácticas religiosas se hizo sistemática.

El 10 de septiembre de 1961 una turba del régimen asesinó  en una procesión religiosa al joven Arnaldo Socorro, que portaba un cuadro de la Caridad del Cobre. Seis  meses antes del embargo, 17 de septiembre, ocurrió la mayor  expulsión de sacerdotes y religiosos del hemisferio. En el vapor  “Covadonga” fueron desterrados junto al obispo Monseñor Eduardo Boza Masvidal, otros 130 clérigos.

En marzo de 1962, el mes del embargo, el régimen instrumentó la libreta de abastecimiento. También en ese término se constituyeron las ORI, Organizaciones Revolucionarias Integradas, golpe mortal a un eventual pluralismo.

El presidente John F. Kennedy, aumentó las restricciones comerciales en febrero y marzo de 1962, estableciéndose lo que en la actualidad conocemos como el embargo comercial de Estados Unidos a Cuba.

Después de la Crisis de los Misiles de octubre de 1962, en febrero de 1963, Washington impuso restricciones en los viajes a Cuba, dictó  regulaciones para el Control de los Recursos Cubanos y los bienes del estado cubano en Estados Unidos, fueron congelados.

Las  limitaciones de viaje  de estadounidenses a Cuba fueron suspendidas en marzo de 1979 por el presidente Jimmy Carter. Las restricciones para el gasto de dólares fueron también reducidas. En respuesta Cuba intervino en Angola y Etiopia. Posteriormente el presidente Ronald Reagan, 1982, reinstauró aspectos del embargo comercial que habían sido disminuido.

Una visión retrospectiva permite apreciar que las legislaciones y disposiciones del naciente régimen totalitario en detrimento de los ciudadanos de la isla, tuvieron lugar antes del Embargo, pedir el fin de este sin concesiones del castrismo, es ignorar el pasado.
El fin del embargo tal vez de un poco de color a las mejillas de los cubanos, pero no las libertades y derechos perdidos. Una realidad que trasciende los resultados o fracasos del embargo, es que Washington lo impuso después que el totalitarismo devoró la isla.

Apostar porque dictadura y embargo desaparecerán simultáneamente, es jugar a la ruleta rusa con un revólver de seis cargas con cinco balas y olvidar que el hombre puede ser o no libre, sin que importe su cuenta bancaria.

 

MARTINOTICIAS


Pedro Corzo

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Pedro Corzo, Santa Clara, 1943. Trabaja en Radio Martí desde 1998. Conferencista y escritor. Residió en Venezuela durante doce años y colaboró allí en varios medios de información.

Es presentador del programa Opiniones de WLRN, Canal 17 y columnista de El Nuevo Herald. Ha producido varios documentales históricos entre ellos Zapata, Boitel y Los Sin Derechos.

Entre sus libros se cuentan Cuba, Cronología, Perfiles del Poder, La Porfía de la Razón, Guevara Anatomía de un Mito,  Cuba, Desplazados y Pueblos Cautivos y El Espionaje Cubano en Estados Unidos.
 
"No creo que mi pueblo valga la pena". Confesiones de Alfredo Guevara PDF Imprimir E-mail
Escrito por Indicado en la materia   
Sábado, 31 de Mayo de 2014 11:55

Por Abel Sierra y Nora Gámez.-

Alfredo Guevara (1925-2013), una de las figuras más influyentes de la política cultural de la Revolución cubana y amigo personal de Fidel y Raúl Castro, murió el año pasado en La Habana. Desde el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), que fundó y dirigió por varias décadas, se exportaron imágenes épicas que dieron la vuelta al mundo en medio de la Guerra Fría. El ICAIC  contribuyó a que la Revolución fuera una representación, una gran película, de la que aún desconocemos el final. Unos meses antes de morir, y gracias al cineasta Arturo Sotto, sostuvimos un par de entrevistas con Alfredo Guevara. El resultado de esas conversaciones, o más bien confesiones, es una visión inédita y de primera mano de alguien que estuvo en el epicentro mismo del poder. Seguro de su corto tiempo de vida, Guevara habló sin tapujos de los líderes de la Revolución, de las intrigas y luchas intestinas que marcaron las primeras décadas; de su papel como censor, de la viabilidad del socialismo en Cuba y las recientes reformas planteadas por Raúl Castro. El primer encuentro ocurrió en su casa de El Vedado habanero, en febrero de 2012. La conversación se dio en un ambiente lujoso, adornado con cuadros de famosos pinto-res cubanos –podían distinguirse al menos, un Servando Cabrera y un Amelia Peláez–. Los bienes de Guevara –considerados “patrimonio cultural de la nación”– se encuentran hoy en el centro de atención de las autoridades cubanas, luego de que un inventario realizado en su casa tras su deceso arrojara la ausencia de tres obras importantes. El segundo y último encuentro fue en su oficina del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, un mes después. Su salud ya estaba deteriorada. “Siento que tengo poco tiempo de vida”, dice apenas comienza a hablar, “por eso me ha entrado en estas últimas semanas un deseo inmenso de apurar la vida que quede. Les estoy dando la entrevista porque no quiero que se queden cosas dentro de mí”.

La obsesión de Guevara por la trascendencia está implícita en el título de su último libro ¿Y si fuera una huella?  (Ediciones Autor, 2010), que junto a Tiempo de fundación (2003) y  Revolución es lucidez  (1998) intenta no solo asentar su legado y biografía sino también reescribir la memoria y la historia de la Revolución cubana. “Yo no sé cómo nos van a juzgar; debía saberlo porque ya empezaron y puedo sentir que van a ser muy agudos y a veces muy crueles, injustos”, comenta a pocos minutos de comenzar el primer encuentro y aclara: “Yo leí el último libro de Fidel [Fidel Castro Ruz: Guerrillero del tiempo, de Katiuska Blanco Castiñeira] y no le voy a mandar una carta diciéndole que las cosas no fue-ron de la manera en que él las está contando. Pienso que él tiene su versión y yo tengo la mía; pero no quiero ninguna contradicción. Quiero ser muy cuidadoso, yo tengo miedo... No es que esté cambiando la Historia pero es que se pone a hablar y a hablar... como hacen los viejos, que se les olvidan las cosas.”

A Guevara le gustaba pensarse como un romántico: “Yo quería que mi vida pudiera mirarse hacia atrás como una novela, que me pasaran muchas cosas, que viviera muchas cosas, esa era mi imaginación y pensaba que para eso había que ser o millonario o revolucionario. Decidí escoger el camino de la Revolución. Claro, también era más difícil emprender el camino de ser millonario. Lo bueno sería ser millonario y a la vez revolucionario” [ríe]. Su vida fue, efectivamente, agitada y marcada por las luchas dentro del poder. Interpelado sobre el tema, cita a Marguerite Yourcenar y sus Memorias de Adriano. El emperador Adriano “era un dios porque podía con su sola voluntad disponer de la vida de los demás. Esa es la clave del poder, y la clave de la educación antipoder es ejercer el poder como una obligación moral. Yo he tenido esa experiencia y es desgarrador pensar que la vida y el destino de otros dependen de ti. Efectivamente, el que tiene el poder es un censor, por-que si yo tenía dinero para producir siete películas pero tenía doce guiones, tenía que censurar también al decidir a cuáles de ellas les iba a poner el dinero y a cuáles no. Eso es censura también, eso es gobernar. Cuando Raúl Castro está invirtiendo en el puerto del Mariel y no en el mercado mayorista que hace falta para desarrollar el sector privado y para que los cuentapropistas no tengan que robar, porque todos roban, está censurando y tomando una decisión política, está ejerciendo un poder. ¡Las cosas que me han hecho decir! Ya no me importa”. Rápidamente su memoria regresa varias décadas y salen a relucir sus desavenencias con el Partido Socialista Popular –antiguo Partido Comunista de Cuba– al que culpa de imponer el estalinismo dentro de la Revolución: “Muchos de los errores que se cometieron a inicios de la Revolución son responsabilidad de los miembros del partido, que no tenían más méritos que el de ser confiables, pero eran unos incapaces y estaban en todas partes. Algunos eran obreros con ninguna formación política, sin la más mínima creatividad, era gente limpia y abnegada pero estaban deformados por el estalinismo, con una interpretación del marxismo que produjo una cosa que se llamó marxismo-leninismo, que no era otra cosa que la doctrina estalinista. Así no se puede dirigir un país”, concluye.

Para Guevara, este partido había perdido legitimidad tras haber construido una alianza con la dictadura de Fulgencio Batista: “El Partido Socialista Popular seguía las instrucciones de Stalin de crear un frente único antifascista, y para instaurarlo en Cuba establecieron incluso una alianza con el dictador Fulgencio Batista. El libro  Los fundamentos del socialismo en Cuba  de Blas Roca, en el que acaba con la historia de Cuba, se había publicado antes de la edición que seguramente ustedes conocen, que es la de 1961. Esa edición de la que hablo, que fue la primera, estaba dedicada a Fulgencio Batista. Eso no era condenable, porque estaba siguiendo la línea de la Internacional Comunista, pero esa alianza los derrotó para siempre políticamente; el partido se manchó.”Al referirse al impacto nefasto de las fórmulas estalinistas en el diseño y manejo de la cultura en esos prime-ros años y sus intentos por imponer el llamado “realismo socialista”, Guevara rememora la polémica que estableciera con el secretario del partido, Blas Roca Calderío, quien en 1963 lanzó airadas críticas al ICAIC  por proyectar en los cines de La Habana las películas  La dolce vita  de Federico Fellini,  Accattone  de Pier Paolo Pasolini,  El ángel exterminador  de Luis Buñuel y  Alias Gardelito  de Lautaro Murúa. En una carta que nunca se publicó entonces, sino muchos años después en su libro ¿Y si fuera una huella?, Alfredo Guevara comparaba a Blas Roca con Stalin y Beria: “Yo creo que fui muy duro con él entonces. Él no era una mala persona, pero sí estaba muy aferrado al modelo y a la experiencia soviética que ellos consideraban triunfadora, y al final se demostró que era un fracaso. La Internacional Comunista era el Partido Comunista Internacional, o sea que estaba más allá de las naciones mismas. Es un ideal al igual que el anarquismo, que el cristianismo. La Internacional era un Vaticano. Yo ya no creo en una globalización partidista y en consignas que sirvan a todos por igual. ”Pero las ambiciones de los líderes del PSP  iban más allá de imponer criterios estéticos. A inicios de la década de los sesenta coexistían en la cúpula del poder al menos tres grupos bien diferenciados: el Movimiento 26 de Julio, dirigido por Fidel Castro; el Directorio Revolucionario, con una fuerte base estudiantil y de clase media, y el PSP. Miembros de este partido, liderados por Aníbal Escalante, intentaron aumentar su control sobre las instituciones –entre ellas el ICAIC – y desplazar del poder a los líderes del 26 de Julio, incluso a Fidel Castro, a quien consideraban un “pequeñoburgués”.

“Para hablar de la conspiración en el ICAIC  tengo que hablar de Edith García Buchaca, quien vive todavía y sigue fastidiando con más de noventa años. Era la directora de la comisión de cultura del PSP  y, a la vez, secretaria del Consejo Nacional de Cultura. Ella se había planteado tomar el ICAIC  con la anuencia de unos cuantos de sus fundadores, que se asombrarían si les dijera quiénes eran. Fue al ICAIC  como presidenta de la Comisión Cultural del partido y dijo algo así: ‘Fidel, como ustedes saben, nos está pasando el poder al partido’, lo cual era mentira porque yo estaba al lado de Fidel y de Celia Sánchez y ellos no sabían de esto. Ella siguió hablando y me dijo que yo debía aceptar la presencia de un comisario político. Yo no puedo juzgarme ahora, debo de haber estado muy desconcertado. Le pedí un tiempo para pensar qué decisión tomar, si iba a renunciar o iba a aceptar al comisario político. Del ICAIC  salí para la calle 11 en El Vedado, Fidel vivía ahí con Celia Sánchez, y en el momento que llego a la casa Fidel no estaba pero hablo con Celia y le cuento. Ella empezó a gritar y a decir malas palabras porque Celia era fuerte, y me dijo que eso estaba pasan-do en todo el país. Me dijo que los sacara a todos ‘a patadas por el culo’, ‘¡nos tiene tomados los teléfonos, incluso el de aquí de la casa!’, me dice. En ese momento me di cuenta de que lo que se conoció después como la microfracción estaba andado ya.

”Yo no hice lo que Celia me dijo. Cuando al cabo de los días regresó a una reunión en el ICAIC  con Edith García Buchaca, le dije que había decidido renunciar, pero no ante ella, sino ante Fidel, a quien le iba a explicar lo que ella decía acerca del traspaso de poder al partido. En ese momento, ella empezó un recoge velas, que si esto, que si lo otro... Ella se fue y yo regresé a mi despacho y me puse a pensar, y decidí que todos los que [se] me habían colado en el ICAIC  se iban de allí. Iba a dejar solo a los que yo consideraba que eran cineastas o tenían potencial para serlo. Por ejemplo, a Santiago Álvarez lo dejé de milagro porque en aquel momento no parecía que iba a ser el cineasta que fue, parecía más un militantón [sic] que otra cosa; pero después fue algo extraordinario.”El 26 de marzo de 1962, Fidel Castro anunciaba ante las cámaras de televisión la existencia de una corriente sectaria –así se prefirió llamarle a la conspiración– al interior de las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI), que agrupaban a los miembros del Movimiento 26 de Julio, al Partido Socialista Popular y al Directorio Revolucionario. Años más tarde, en 1968, el mismo Aníbal Escalante volvería a estar involucrado en lo que se conoció en Cuba como la “segunda microfracción”. Al parecer, entre Aníbal Escalante y Alfredo Guevara, quien provenía del 26 de Julio, existían serias contradicciones. “Estoy seguro –señala Guevara– de que si llega a triunfar Aníbal Escalante, que intentó dos veces tomar el poder, yo no estaría vivo. Lo que no hizo la dictadura [de Fulgencio Batista] lo habría hecho el partido, del cual fui militante en mi juventud. Aníbal pretendía acusarme de agente de la inteligencia francesa, y comenzó a hacerme un expediente. Esto se basa en que, en una ocasión, estando yo en París, se me acercó la inteligencia francesa para enviarle una información a Fidel a través de mí. Así se hizo, yo le traje los documentos a Fidel y él me pidió que se los diera al Che, quien estaba manejando el asunto de una conspiración que estaba en curso para frustrar una negociación azucarera cubana; y ello afectaba a Francia, que dependía en ese momento del azúcar cubano. Esa conspiración la estaban llevando a cabo personas que estaban incluso en el Consejo de Ministros y con los que Fidel se reunía frecuente-mente, pero Fidel, como buen estratega, sabía quién iba a ir renunciando y abandonando el país. Aníbal guardó toda la información para conformarme un expediente que me desacreditara.”

Pero aunque Guevara insiste en distanciarse del PSP, no dudó en utilizarlo para acabar con el proyecto “Lunes de Revolución”, encabezado por Carlos Franqui –también miembro del 26 de Julio– y que agrupaba a varios intelectuales de renombre, entre ellos a Guillermo Cabrera Infante y Virgilio Piñera. En abril de 1961, Guevara aunó esfuerzos con Edith García Buchaca para censurar el documental  PM , realizado por Sabá Cabrera Infante, hermano de Guillermo, y Orlando Jiménez Leal. El filme documentaba una parte lúdica y extravagante de la noche habanera, que permanecía desconectada del contexto de plaza sitia-da y del discurso revolucionario del momento. La censura de este material desencadenaría acontecimientos cuya repercusión sería muy negativa en la cultura cubana. En la entrevista Guevara confiesa que el asunto fue más lejos de lo que él habría querido o imaginado. “Con la experiencia que tengo hoy digo que no debí haberme prestado para eso, aunque yo no estaba de acuerdo con la distribución de  PM  porque estábamos en el preludio de Playa Girón; ya estaban las ametralladoras emplazadas en las azoteas y en las calles. Estábamos esperando una invasión a Cuba. El problema es que el viejo partido se metió de cabeza en el asunto y llevó las cosas más lejos de lo que yo quería. Yo no tenía la experiencia que tuve después, pude haber jugado mejor, pero no  jugué con toda la inteligencia. Pero aprendí a ser diabólico después. Aunque asumo responsabilidad en el asunto, a lo que me negué fue a distribuir la película en los cines, pero yo les entregué la copia.”Un mes después de nuestro último encuentro con Guevara, entrevistamos a una nonagenaria pero aún lúcida Edith García Buchaca en su casa, donde se encuentra recluida en prisión domiciliaria desde 1964. De acuerdo con García Buchaca, fue Alfredo Guevara quien se le acercó para manifestarle su preocupación por la exhibición de  PM  y solicitar su ayuda pues no quería prohibirlo él directamente. Aunque ambos relatos no concuerdan en lo relativo a las cuotas de responsabilidad de cada quien, lo cierto es que García Buchaca, con otros miembros del partido, convocó a una reunión en Casa de las Américas para discutir el material y de esa reunión salió un documento que prohibía oficialmente, con la anuencia del ICAIC, la proyección y circulación del documental. Sin embargo, la censura al documental  PM  fue solo el acontecimiento más visible de una lucha que sucedía tras bambalinas por el control de los medios de comunicación. El propio Guevara da las pistas y cuenta también cómo asaltaron una de las televisoras más importantes del país, cuando el proceso de nacionalizaciones aún no había sido planteado en la isla: “Mi problema con Franqui viene dado porque yo vi un interés de él en apoderarse de las televiso-ras; el Che también se dio cuenta de eso. Carlos Franqui sabía que aquel que dominara los medios podía obtener mucho poder y eso fue lo que trató de hacer, pero gente clave de la Revolución comenzó a conspirar conmigo para adelantarnos a él y así fue. Asaltamos literalmente la televisora de Gaspar Pumarejo, que era el dueño del Canal 12 que estaba en la calle Prado y tenía una salida por la parte de atrás. Ustedes me ven así ahora pero yo era un joven calientico y con muchas posibilidades físicas. Fui acompañado de unos cuantos salvajes con mandarrias. Asaltamos aquello por la noche y en la mañana, cuando entraron las secretarias y el personal que trabajaba allí, se encontraron que yo era el nuevo Pumarejo. Ya teníamos dos televisoras. Esa noche me acompañaron el Che, Ramiro Valdés y el propio Raúl. Esto lo estoy diciendo por primera vez. Al final, Alfredo Guevara acudió directamente a Fidel Castro y cuenta: “Entonces yo hablé con él y le planteé mi preocupación con respecto a ‘Lunes de Revolución’. Mi posición era que ellos no podían seguir hablando en nombre de toda la juventud intelectual del 26 de Julio y Fidel hizo lo que le dio la gana y convocó a las reuniones en la Biblioteca Nacional y dio el discurso famoso que se conoce como ‘Palabras a los intelectuales’.” Dicho discurso, cuya sentencia más conocida es “dentro de la Revolución todo, fuera de la Revolución nada”, estableció públicamente el marco que, hasta la fecha, no solo ha regido el campo de la cultura sino también el de la política más general. Guevara, no obstante, insiste en que Fidel solo buscaba dirimir las diferencias internas de miembros del 26 de Julio que se disputaban el campo cultural y, de paso, menciona que las ideas socialistas en Fidel se remontaban a mucho antes de 1959: “Para mí ‘Palabras a los intelectuales’ es una acción de Fidel para tratar de mantener la unidad de la Revolución a un nivel superior; pero desde luego que ese es mi punto de vista. Todo esto es un enredo, no vayan a creer que esto fue fácil. Fidel no aceptaba ni acepta que dentro del movimiento 26 de Julio hubo divisiones internas. Y sí las había, porque no todos en el 26 de Julio aceptaban las ideas socia-listas. Fidel tenía las ideas socialistas incluso antes de embarcarse en el yate Granma, pero no las transmitía. Fidel era el cemento de todos nosotros, y tenía una idea clara de lo que debía ser la unidad, por eso las divisiones en el 26 de Julio nunca afloraron, nunca se supieron. ”Durante las primeras décadas de la Revolución, Alfredo Guevara supo navegar con acierto en las turbulentas aguas del poder. Al parecer, su cercanía a Fidel Castro lo mantuvo a flote ante las embestidas de algunos miembros del Partido Comunista en los años sucesivos. Sin embargo, en 1981, un altercado con Antonio Pérez Herrero, quien supervisaba el campo de la cultura desde el buró político del Comité Central del partido, lo hace salir del ICAIC. Cuenta Guevara que el pretexto del altercado fue una polémica que se dio a partir de Cecilia, una coproducción cubano-española que demandó grandes sumas de dinero: “Se decía que yo había dilapidado el presupuesto del ICAIC  para producir esa película y eso era mentira, porque esa película recuperó la inversión incluso antes de terminarse. Todo fue un montaje. En ese montaje estaba metido Antonio Pérez Herrero; habíamos tenido broncas tremendas que el propio Fidel conocía. Yo me reuní en un momento dado con Pérez Herrero y le dije que no aceptaba los métodos que estaba utilizando en el área de la cultura y le dije que si continuaba haciendo eso iba a provocar un problema para la Revolución. ‘Voy a tener que matarte’, le dije en una ocasión y saqué mi pistola. Antonio Pérez Herrero le llevó calumnias a Raúl de mí, y Raúl me llamó la atención y me dijo que Pérez Herrero tenía unas grabaciones que me perjudicaban. En ese momento le dije a Raúl que exigiera la grabación completa del material que él había recibido. Esa fue una de las causas que me lleva-ron a París... Fidel me pidió que saliera del ICAIC  y que no hiciera comentarios, que se supiera inmediatamente que me iba para la UNESCO. ”Luego de una década en París, Fidel Castro le pide a Alfredo Guevara que regrese a dirigir el ICAIC, pero Guevara encuentra un nuevo escenario. Había ya caído el Muro de Berlín y, con él, el gobierno cubano había perdido sus principales socios económicos, comerciales y políticos. En ese nuevo panorama de los años noventa, aquel viejo marco binario –que redujo la cubanidad a estar dentro o fuera de la Revolución– comenzó a fracturarse. Una vez de regreso, Fidel Castro le pide que trabaje junto a él en una nueva política dirigida a los emigrados cubanos en Miami para tratar de incentivar el consumo de estos en la isla. Casi al finalizar la segunda entrevista, Guevara se veía ya un tanto fatigado. Convino que tocaría un tema más, las reformas de Raúl Castro, y luego haría una pausa hasta un próximo contacto, que nunca llegó a ocurrir. Se mostró optimista ante las reformas, aunque realizó una extensa crítica al papel del Estado en Cuba: “Yo creía, incluso mucho antes de estos cambios que se están dando y de la convocatoria al Congreso del Partido, que si se empezaba el desmantelamiento de un Estado que usurpa a la sociedad –porque el Estado que ha sido creado en Cuba es usurpador de la sociedad, y la desburocratización es un modo de desmantelarlo de modo realista– resurgirá entonces una sociedad civil que ya existe pero que está aletargada. Con eso se puede crear una sociedad civil que presione al Estado. ”Desde su posición muy cercana a Fidel y Raúl Castro, Guevara confirma las versiones de quienes creen que las reformas no se han acelerado debido a la cautela que ha mostrado el general presidente, no solo para no cometer errores estratégicos, sino para no incomodar a su hermano Fidel. Sobre esto dice: “Yo soy muy optimista, sigo creyendo a veces que de verdad vamos a cambiar. Y Raúl es amigo mío personal y conoce a mi familia también, venían aquí a cenar y a estar con nosotros. Mi hijo siempre me interpela diciéndome que lo que yo le digo se lo he repetido muchas veces y que nada cambia, y tiene razón; pero yo sigo optimista, porque conozco muy bien a Fidel y a Raúl. Creo que con Raúl llegó el momento en que se pudiera transformar esta sociedad. Pero es que Fidel le tiene tanto miedo al capitalismo, a que toda su obra se desmorone, que Raúl no quiere contradecirlo. Raúl tiene que ir arrancando los cambios. Yo creo que ya él arrancó tanto, tanto de lo que parecía más difícil, que tal vez, si logra dar algunos pasos más, ya los cambios que se necesitan puedan venir más rápido. Yo se lo he dicho muchas veces a la cúpula del gobierno, a la dirección, ya no movilizamos a nadie porque la gente no se siente protagonista.”También se refiere a la inmovilidad de las estructuras del Partido Comunista, al que compara con la Iglesia: “Yo no veo diferencia alguna entre un cristiano y un socialista aquí en la Tierra; en el cielo, veremos [...] ¿Cuál es la diferencia entre la organización estructural de la Iglesia y la del partido? La pregunta me hace pensar en las cruzadas y en la Revolución también, porque la Revolución es el proyecto de imponer o propagar una idea en la conciencia de un individuo o de una colectividad. Ahí está la clave de que el proyecto socialista no haya funcionado, porque una cosa es proponer una idea al otro y otra cosa es imponerse al otro.”Pero, aunque Guevara intenta presentarse como un miembro más crítico y lúcido de la élite en el poder, su distanciamiento de la realidad de la isla se hace evidente y lo lleva a negar y relativizar el empobrecimiento que han sufrido grandes sectores de la población como consecuencia de la crisis de las últimas dos décadas: “Algunas veces, personas cercanas a mí me reclaman que nosotros no vemos la miseria, y no se dan cuenta que antes de la Revolución sí había miseria. Me viene a la mente ahora un restaurante que estaba al costado del Capitolio, en esa cuadra que está entre el Gran Teatro de La Habana y las ruinas del Campoamor, donde les vendían a los niños abandonados los cartuchos de las sobras de los platos en cinco centavos. Eso sí es miseria y entonces ahora le llaman miseria a la gente que vive en edificios de microbrigada con las tendederas en la calle y la gente medio en cueros. A mí no me pueden decir que esa miseria existe.”Mucho más sorprendente, por su descarnada franqueza, es su visión del “pueblo”, aquel en nombre del cual dirigió instituciones, escribió borradores de las primeras leyes revolucionarias y obtuvo una silla en el parlamento. Guevara, como Raúl Castro en su discurso del 8 de  julio en la Asamblea Nacional, sentía una gran decepción del pueblo cubano y sus cualidades: “De todas mane-ras, y me lo creo, soy portador de una visión casi mística de mi país y de mi pueblo, pueblo en el que no creo, no creo que mi pueblo valga la pena. Creo en sus potencialidades pero no en su calidad. A nosotros siempre nos han querido meter en el molde de la Unión Soviética. Conversando con un intelectual francés sobre las particularidades de Cuba en una ocasión, yo lo quería convencer de que éramos muy diferentes y ese día lo convencí, por-que le dije: ‘Sal a la calle. ¿Tú crees que con esos culos y con esas licras alguien puede entender  Ludwig Feuerbach  y el fin de la filosofía clásica alemana? ¿Tú crees que es posible eso?’ Acto seguido se rio y me entendió. Hay que tomar en cuenta el trópico, dios mío. En el trópico no se pueden aplicar ni siquiera las fórmulas más puras de Carlos Marx.”Sin embargo, a pesar de sus críticas y dudas, el anciano Guevara se resiste a hablar del fracaso del socialismo en Cuba. Puesto a juzgar, en definitiva, su propia vida, Alfredo Guevara prefiere creer que la Revolución y con ella algo de su propio legado tendrá cabida en la Cuba del futuro: “Nunca ha existido el socialismo, tampoco en Cuba. En Cuba lo que hay es una sociedad más solidaria, más preocupada por lo social. Nuestro proyecto original ha sido deformado y la única esperanza que nos queda es que tengamos la fuerza para cambiar, no la imagen sino la esencia estructural del proyecto. Si me equivoco, entonces habré perdido toda mi vida y será una novela como la he soñado, pero trágica. Porque lo único que merecería mi vida es que me suicidara.”

LETRAS LIBRES

Última actualización el Jueves, 05 de Junio de 2014 08:51
 
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