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Artigos: Cuba
e-mail al Comandante: Se nos fue Mandela PDF Imprimir E-mail
Escrito por Indicado en la materia   
Viernes, 06 de Diciembre de 2013 20:41

Por Jorge Hernández Fonseca.-

e-mail al Comandante

Comandante:

Una cosa que quería decirle es que hace unos días se 'regó una bola' en el exilio de que Ud. se había muerto y resulta ahora que no era Ud., era Mandela.

Como la 'lista de espera' avanzó, ahora debe Ud. estar al 'tocarle' en cualquier momento. 'Nuestro aguerrido y sacrificado pueblo trabajador' va a sentir mucho cuando sea su turno de 'irse del parque'. ¡Que le vamos’jacer!

Última actualización el Jueves, 12 de Diciembre de 2013 08:28
 
"Quimeras, trancisiones y escenarios" PDF Imprimir E-mail
Escrito por Indicado en la materia   
Sábado, 07 de Diciembre de 2013 21:36

Por Yoani Sánchez.-

Toda frustración es hija de un exceso de expectativas» me repite un amigo cuando se rompen los pronósticos de tintes hermosos que me invento a cada rato. Las últimas décadas de mi vida —y la de tantos cubanos— han sido  precisamente una suerte de vaticinios incumplidos, escenarios que nunca se concretan e ilusiones para archivar. Una secuencia de cábalas, ritos de adivinación y miradas a la luna, que chocan de frente con la obstinada realidad. Somos un pueblo de Nostradamus frustrados, de agoreros que no se ganarían la vida como tales, de profetas que hilvanan una predicción con otra, sin acertar en ninguna.Los años noventa resultaron, en nuestra historia nacional, los de mayor concentración de oráculos rotos. Recuerdo haber imaginado a la gente en la calle, los gritos de libertad, la presión de la necesidad y la miseria social explotando en una revuelta pacífica que lo cambiara todo. Era mi adolescencia y también éramos una sociedad imberbe… aún lo somos. Por eso el espejismo del antes y el después, de un hecho que otra vez partiría en dos el calendario de la nación, de acostarnos una noche pensando en el cambio político y antes de que se pusiera el próximo sol haberlo logrado. Como todo pueblo niño, creíamos en los magos. En esos que vendrían con la varita, la pancarta o la tribuna, a resolverlo todo.

Portada de la Revista Voces número 19.Portada de la Revista Voces número 19.

Y entonces ocurrió. Aunque no se parecía en nada a lo que yo había imaginado. Tuvimos el Maleconazo en agosto de 1994, pero lo que llevó a la gente a la calle no fue intentar transformar el país en su interior, sino saltarse la insularidad y escapar hacia otro sitio. No había banderitas agitadas, ni gritos de ¡Viva Cuba Libre!, sino puertas arrancadas para fabricar las balsas y un largo y prolongado adiós en nuestra costa norte. Mi sabio amigo me lo repitió… «te lo dije, te desilusionas  porque siempre esperas demasiado».

Han pasado dos décadas, la madurez no alcanzó a la sociedad pero algunas canas obstinadas comenzaron a aparecer en mi cabeza. Ya sé que entre el deseo y los acontecimientos la mayor parte de las veces hay un divorcio, una viudez insondable. Me hice pragmática, pero no cínica. Todo lo que aprendí de la realidad —parafraseando a un buen  poeta— no era todo lo que había en la realidad. Cuando desperté pensando «este sistema ya falleció», entonces me mordió su capacidad de ser un «muerto vivo» de cincuenta y cuatro años. Así que ahora he dejado de creer en las soluciones acompañadas de sonrisas y abrazos en las calles. Vienen tiempos duros. La transición será difícil y no tendrá un día siquiera  para celebrarla. Muy probablemente no habrá júbilo y cantos. Hemos llegado tarde a todo, incluso al cambio. Las imágenes del muro de Berlín cayendo a pedazos, solo fueron posible una vez. A nosotros nos tocará –y aquí me arriesgo a otro vaticinio- una transformación gris, sin instantáneas que recordar.


UN DÍA DESPUÉS DEL CASTRISMO… SI DESPUÉS DEL CASTRISMO EXISTE UN DÍA

Un día miraremos hacia atrás y nos daremos cuenta que el castrismo cayó o simplemente dejó de existir, llevándose consigo los mejores años de mi madre, mis mejores años, los mejores años de mi hijo. Pero quizás sea mejor así, no tener otro primero de enero, no contar con las fotos de señores de perfil griego con  palomas entrenadas sobre el hombro. Quizás sea mejor un cambio pasado por el agua del desánimo, que otra revolución carnívora que nos devore a todos.

Después, después tampoco habrá mucho tiempo para los festejos. Explotará la burbuja de las falsas estadísticas y nos daremos de  bruces con el país que realmente tenemos. Comprobaremos que ni el índice de mortalidad infantil es el que nos han dicho todos estos años, que no somos el pueblo «más culto del mundo» y que las arcas de la nación están vacías… vacías… vacías. Ya escucharemos a muchos decir a coro «con Raúl Castro estábamos mejor». Habrá que empezar a cambiarle el nombre al Síndrome de Estocolmo y ubicarlo en estas geografías tropicales.

Llegará la responsabilidad ese concepto para el que pocos están preparados. El asumir nuestras vidas y poner a «Papá Estado» en su justo lugar, sin proteccionismos pero también sin autoritarismos. La democracia es  profundamente aburrida, así que nos aburriremos. Ese miedo permanente a que nos escuchan, ese pánico a que el vecino o el amigo pueden ser un delator de la Seguridad del Estado, ya no estará. Habrá que ver entonces si nos atreveremos a decir en voz alta lo que pensamos, o si preferimos que los  políticos del mañana puedan manejar cómodamente nuestro silencio.

Las primeras elecciones libres nos encontrarán desde temprano en los colegios electorales, conversando y sonriendo. Sin embargo, a la tercera o cuarta cita con las urnas el abstencionismo rondará a casi la mitad de la  población. Ser ciudadano es una tarea a tiempo completo y ya saben ustedes, no estamos acostumbrados al trabajo eficiente y constante, ni a ser tenaces. Así que eventualmente delegaremos otra vez nuestra responsabilidad en algún populista que «hable  bonito», nos prometa el paraíso en la tierra y asegure que en el dilema entre «seguridad y libertad» él se encargará de hacer valer la  primera. Caeremos en su trampa, porque somos un pueblo niño, un pueblo imberbe.

Las cicatrices demoran mucho en quitarse,  pero las nuevas heridas son de rápida aparición. Esa combinación entre alto nivel  profesional y bajo nivel ético nos deparará tragos amargos. No me extrañaría que nos convirtamos en un emporio de la fabricación y el tráfico de drogas. Esa será también una de las tantas herencias que nos dejará el castrismo: un pueblo rapaz, donde la palabra valores resulta incómoda… innecesaria.

El bandazo al consumo más feroz también  parece inevitable. Años de racionamiento, desabastecimiento y tristes mercancías de etiquetas anticuadas, harán que la gente se lance sedienta al mercado. Pasará tiempo antes de que veamos brotar movimientos ecologistas, de comida naturista o que nos llamen a la moderación y no al derroche. Los apetitos de tener, comprar, exhibir se dispararán y esa será también parte de las secuelas que nos dejará un sistema que predica la austeridad mientras su cúpula ejercita el hedonismo.

Los veremos mutar, como camaleones que una vez dijeron «dije» y después dirán «diego». Los veremos cambiar la ideología por la economía, el manual de marxismo por el manual de empresa, los uniformes verdeolivo  por el cuello y corbata. Hablarán de necesaria reconciliación, de olvido, de «somos todo un  pueblo». Pasarán del mitin de repudio a la amnesia, de vigilar a seguir vigilando, porque una vez delator siempre delator.

Toda persona que una vez fue crítica al gobierno les resultará, a estos «conversos» del mañana, profundamente incómoda. Porque al mirarla recordarán que ellos no hicieron nada  por cambiar las cosas, que por cobardía u oportunismo se callaron. Así que entre sus objetivos tendrán el de sepultar a lo que una vez fue el sector disidente cubano. Lo usarán y lo apartarán. Escucharemos las historias de gente golpeada y encarcelada siendo contada  por ancianos olvidados de la seguridad social; como mismo hoy vemos a boxeadores olímpicos pidiendo limosnas en las calles. Las medallas del pasado resultarán hirientes para los cínicos del futuro… no dejarán espacio al heroísmo, porque les incomoda.

Las efemérides en los libros escolares cambiarán. Muchas estatuas serán retiradas y en su lugar se colocarán unas de las que tendremos que aprendernos el nombre y colocarles flores en sus aniversarios. Una epopeya será sustituida, otra se instaurará. Con todos los que dirán que ellos eran opositores y ayudaron a «tumbar al castrismo» ahora  podríamos fundar una fuerza cívica de millones de individuos. Vendrá la competencia a ver quién tuvo más mérito en el cambio y más condecoraciones que colocarse en la solapa. Querrán –como compensación- un  puesto en la administración pública, una  pensión, una mención en un manual de historia.


MALOS VATICINIOS, BUENA PREPARACIÓN
Cansada de lanzar flores al futuro y de imaginarlo luminoso, he llegado a creer que mientras lo pintemos con tonos oscuros más energía pondremos en cambiarlo. Es tiempo ya de pensar en el mañana, porque el castrismo ha muerto aunque camine, respire, apriete el  puño. El castrismo ha muerto porque su ciclo vital hace tiempo expiró, su ciclo de ilusión fue muy breve, su ciclo de participación nunca existió. El castrismo ha muerto y hay que empezar a proyectar el día después de su funeral.

Estoy deseosa de leer propuestas y  plataformas que planteen las disyuntivas a las que nos enfrentaremos una hora después de que el féretro de esta llamada revolución descanse bajo tierra. ¿Dónde están los  programas para ese momento? ¿Estamos preparados para ese cambio gris, sin héroes ni muros cayendo, pero que ocurrirá irremediablemente? ¿Ya sabemos cómo vamos a enfrentar los nuevos problemas que surgirán, las dificultades que brotarán por todos lados y que ahora están, pero silenciadas, falseadas?

Si nos preparamos para el peor de los escenarios, será un signo de madurez que nos ayudará a superarlo. El entramado cívico  jugará un papel trascendental en cualquier caso. Sólo fortalecer esa estructura social evitará que caigamos en los brazos del  próximo hipnotizador político o en las redes del caos y la violencia. No busquemos  presidentes —ya aparecerán— busquemos ciudadanos.

Olvidémonos del río de gente en las calles celebrando y del Ministerio del Interior abriendo sus archivos para saber quién fue informante o quién no. Muy probablemente no será así. El entusiasmo de la manifestación  pública se ha agotado y los documentos más reveladores ya no existirán, los habrán quemado, se los habrán llevado. Hemos llegado tarde a la transición. Pero eso no significa que nos saldrá mal, que nos arrepentiremos de emprenderla.

Podemos, al menos eso podemos, empezar desde cero en tantas cosas. Beber de las experiencias y los desastres de otros; atinar a darnos cuenta que tenemos la posibilidad de sembrar la semilla de la democracia en un mundo donde tantos tratan de enderezar su tronco que nació torcido. Si nuestro cambio sale mal, tendremos a medio planeta que nos señalará y preguntará «¿Y esto era lo que querían para Cuba? ¿Este era el cambio que tanto anhelaban?». Sin frases apologéticas, tenemos una responsabilidad no solo con nuestra nación, sino con buena parte de la humanidad que cree aún en que se puede transitar con éxito de un autoritarismo a un sistema participativo.

LA REALIZACIÓN ES HIJA DE UN RETO DIFÍCIL
Ya sé que dirá mi escéptico amigo cuando lea este texto. Se reirá entre dientes para afirmar «aún cuando te pones pesimista, sigues siendo una soñadora». Pero también reconocerá que ya no soy esa adolescente que esperaba un día despertarse con el griterío de alegría en la calle, sumarse a la multitud y dirigirse hacia la estatua de José Martí en el Parque Central. Ya sé que no será así. Pero puede ser mucho mejor.

Publicado originalmente en la Revista Voces


Yoani Sánchez

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Licenciada en Filología. Reside en La Habana y combina su pasión por la informática con su trabajo en el Portal Desde Cuba. Sánchez ganó en el 2008 el premio de Periodismo Ortega y Gasset en la categoría de trabajo digital. Fue seleccionada por la revista Time entre las 100 personas más influyentes del mundo en la categoría “Héroes y pioneros” y su blog estuvo entre los 25 mejores del mundo, en una selección hecha por esa misma revista junto a la CNN. Fue premio del jurado en el concurso español Bitácoras.com y ganadora en los premios The BOBs, que incluyen a más de 12 mil participantes de todo el mundo. Estuvo en la lista de los 100 hispanoamericanos más notables del año que cada año confecciona la revista semanal del periódico El País y en la lista de los 10 intelectuales más importantes de la revista Foreign Policy y Gato Pardo.

Última actualización el Martes, 10 de Diciembre de 2013 09:16
 
La grandeza de Mandela PDF Imprimir E-mail
Escrito por Indicado en la materia   
Domingo, 08 de Diciembre de 2013 11:27

Por Carlos Alberto Montaner.-

Nelson Mandela, una de las figuras más nobles y admirables del siglo XX, fue amigo de Fidel Castro. ¿Y qué? David Rockefeller también presumía de los mismos lazos. Carlos Andrés Pérez, hasta poco antes de exiliarse, pensaba que Fidel era amigo suyo. Al fin y al cabo, cuando Hugo Chávez, en 1992, trató de derrocarlo a tiros, y dejó decenas de muertos en las calles de Caracas, Fidel le mandó un mensaje de solidaridad y condenó la acción fascista del teniente coronel.

Se ha dicho muchas veces: la política hace extraños compañeros de cama (Groucho Marx aseguraba que no era la política, sino el matrimonio lo que hacía extraños compañeros de cama, pero ésa es otra historia). Mandela tenía buenas razones para mostrarse agradecido al dictador cubano. Fidel había sido intensamente solidario con quienes se oponían al apartheid, aunque liquidar la segregación racial era más una coartada política lateral que el objetivo básico de La Habana.

Lo esencial, dentro de la lógica de la Guerra Fría, era conquistar territorios para mayor gloria de Moscú y del mundillo dominado por los comunistas. Por eso Castro, de un modo oportunista, en su momento cambió de alianzas y mandó sus tropas a consolidar el poder en Etiopía y liquidar a los somalíes en el desierto de Ogaden. Su lucha no era contra la supremacía blanca, sino por la supremacía roja.

No obstante, para Mandela, o para cualquiera dentro de su piel curtida a palos y calabozos, que un país remoto como Cuba, dirigido por un líder blanco, enviara a pelear a cientos de miles de soldados durante catorce años consecutivos contra los intereses de Sudáfrica, y a veces contra el ejército de ese país, era algo que debía agradecerse.

Por las razones que fueran —y las de Cuba tenían que ver con la enfermiza personalidad de Fidel Castro, un tipo que se creía Napoleón y parece que lo era—, la pequeña isla caribeña se convirtió en una fuente constante de solidaridad y ayuda.

A Mandela no hay que juzgarlo por sus amigos, sino por su inmensa condición de estadista. Fue prudente y flexible, como solo lo son las grandes figuras de la Historia.

Llegó a la cárcel como un marxista dispuesto a recurrir al terrorismo para lograr sus propósitos y, progresivamente, desechó los disparates ideológicos y renunció a las actitudes violentas.

Entró en la prisión como un Lenin justamente colérico, y 27 años más tarde salió como un Gandhi sensato y apacible.

Podía estar lleno de rencores —era lo natural—, pero se los tragó y supo darle la mano al adversario y sustituir lo que pudo haber sido una infinita cadena de venganzas por un simple mecanismo de arrepentimiento público y solicitud de perdón.

Junto a Desmond Tutu, propició la creación de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación. El lema era muy elocuente: "Sin perdón no hay futuro, pero sin confesión no existirá el perdón".

Llegó a ser amigo del último gobernante blanco, Frederik William de Klerk, con quien compartió el Premio Nobel de la Paz en 1993, y fue capaz de entender que la regla de la mayoría no podía utilizarse para humillar y barrer del país al 20% de blancos que durante siglos los habían maltratado.

Los blancos eran una tribu más de las varias que componían el país. Sus antepasados procedían de Inglaterra u Holanda, pero eran y se sentían sudafricanos. Había que contar con ellos que, además, tenían los capitales económico y humano.

Mandela no intentó la aventura colectivista ni despojó de sus bienes a los blancos para favorecer a los negros, lo que hubiera sido una medida inmensamente popular, aunque hubiese destrozado la economía.

Es verdad que comenzó a gobernar en 1994, varios años después del derribo del Muro de Berlín, y de la desaparición de la URSS y de casi todo el bloque comunista europeo, pero tuvo la prudencia de entenderlo, mantenerse dentro de la ley y respetar la propiedad privada y el mercado.

No quiso eternizarse en el poder. Lo hubiera podido hacer. Lo idolatraban. Gestionó el país democráticamente durante cinco años y le dio paso a otros gobernantes. Sabía que en las naciones serias las instituciones tienen más peso que las personas que administran el Estado.

Fue, por todo eso, uno de los grandes políticos del siglo XX. Sin duda, el mayor de África.

Tomado del DIAIRO DE CUBA

 
MITOS Y REALIDADES PDF Imprimir E-mail
Escrito por Indicado en la materia   
Miércoles, 04 de Diciembre de 2013 18:40

Por Yaxys Cires Dib.-

Un número significativo de opositores cubanos —así como otros actores sociales— no sabe a ciencia cierta lo que desea para una Cuba postransición. Esa es la causa de que a veces den a entender que se sentirían muy a gusto si sobreviniera un panorama político regido por las bases éticas, políticas y económicas de un socialismo cubano en versión light (castrista).

Sin reparar en el coste final, algunos demócratas han comprado el discurso hábilmente elaborado por académicos de filiación socialista, cuyo objetivo central es lograr un supuesto "socialismo democrático" que nada tiene que ver con lo que en el mundo hoy se entiende por tal (socialdemocracia).

Las propuestas de estos intelectuales buscan perfeccionar el sistema socialista cubano a partir de la realización de determinados cambios que lo atemperen y adecúen a las nuevas realidades nacionales e internacionales, pero todo ello sin abandonar la esencia del régimen.

Los demócratas cubanos, sin necesidad de ajustarse a las reglas de nadie, también —¿por qué no?— tienen derecho a preguntarse qué quieren para su país y, sin complejos, ofrecer una alternativa democrática diferente; aunque ello signifique realizar cambios profundos en todos los órdenes. Esta labor es casi imposible si antes no se desmontan diversos mitos.

El primer mito es el de la supuesta moderación. La verdadera moderación es la del que cree en la democracia; es la postura del que respeta el pluralismo, pero no la del que permanece aquiescente ante la falta de libertad; porque en ese caso la moderación se convierte en indiferencia o indolencia, posturas éticamente inaceptables.

Por tanto, no se le puede llamar intransigente al que discrepa del régimen o de las estrategias de otras personas, aun cuando lo haga en un momento en el que creemos que no es conveniente hacerlo, siempre y cuando la discrepancia se manifieste por medios pacíficos.

¿Por qué solamente hay que aceptar como moderadas las propuestas venidas de unos cuantos? ¿Acaso la legitimidad no viene de la condición de ciudadano y la moderación del cumplimento de la justa ley? En ese sentido, si alguien peca de falta de moderación, no es precisamente la mayoría de la oposición o del exilio, sino quien impone por todos los medios un statu quo inamovible.

Reformas: un medio y no un fin

El segundo mito es el del reformismo. La opción reformista ha sido acertadamente defendida por gran parte de la oposición, con la esperanza de que haya figuras en el seno del régimen que sean capaces de plantear y/o implementar ciertos cambios relevantes.

La idea del cambio desde dentro no es nueva; por ejemplo, en España, fue muy exitosa. Sin embargo, para ello tendrían que cumplirse al menos dos de estas premisas: a) igual que para que haya democracia tiene que haber demócratas, para que haya reforma tiene que haber reformistas con voluntad de serlo; b) tienen que existir instituciones que funcionen y que muestren aunque sea un mínimo indicio de que apoyarían un debate sobre las reformas (en España fue la Corona y el propio Congreso); c) tiene que haber una oposición unida, convertida en un actor político que presione con sus propuestas; y d) tiene que existir una labor internacional que favorezca la reforma.

Ser reformista no significa ser buena persona o tener un talante campechano; el reformista, ante todo, demuestra una voluntad real de cambio (independientemente de hasta donde quiera llegar). El reformista por excelencia no es el oportunista que da el paso al frente cuando la reforma está en movimiento, y ve imposible el regreso. Tanto en España como en Rusia, los reformistas mostraron sus credenciales mediante sus propuestas antes del gran cambio.

En todo caso, creyendo que el reformismo es un camino que no deberíamos desechar los cubanos, debemos ser conscientes de que la reforma es solamente una etapa del proceso de transición. Es un medio y no un fin. El único fin debe ser la democracia plena, con el respeto de todos y cada uno de los derechos humanos. Por tanto, el verdadero reformismo es muy distinto al que sostienen algunos, que consiste en realizar cambios cosméticos para instaurar una versión corregida del mismo régimen, pero reciclado. El gatopardismo tampoco es reformismo.

El tercer mito es el del socialismo democrático, entendido como sistema. No existe ni una sola experiencia que avale la existencia de un socialismo democrático, en tanto que sistema político, económico y social. Cosa muy distinta es que los partidos socialistas y socialdemócratas, desembarazados de cualquier vestigio comunista, formen parte del modelo democrático, del Estado de bienestar y de la economía de mercado.

En este caso, el socialismo democrático no es más que una opción política, un partido más en el abanico de posibilidades entre las cuales podrán elegir los ciudadanos, pero siempre dentro de las reglas del Estado de derecho. Por consiguiente, lo que algunos en Cuba llaman "socialismo democrático" no es otra cosa que una opción partidista, pero elevada a la categoría de régimen político y con pretensiones de permanencia indefinida en el poder.

Los que creen en este supuesto socialismo democrático niegan la posibilidad de que prosperen las alternativas distintas al Estado socialista. Luego, aunque se cuiden los modos y las formas, sigue siendo por su esencia una propuesta profundamente antidemocrática.

Pelajes y costumbres

Lo políticamente correcto se ha impuesto en el debate sobre Cuba, gracias a la propagación de estos y otros mitos. Como si de dogmas se tratase, hay quien pretende que todos sigamos ciegamente lo que algunos han bautizado como "moderación y reformismo", cuando en realidad no lo son; o aceptar una especie de sistema socialista bueno, del cual nunca se ha tenido noticias.

El discurso político democrático se ha dejado condicionar por estas ideas, influyendo lamentablemente en la valoración apresurada sobre otros opositores. Durante mucho tiempo, utilizando estos mitos, también se ha vendido la idea de que el exilio es por definición el baluarte del pensamiento y la praxis más radical y reaccionaria. Un estereotipo que se refuerza mediante la combinación de medias verdades y mentiras totales para demonizarle.

Dejando a un lado cualquier infantilismo político, hay que reconocer que en todas partes cuecen habas y que en casi todos los cielos vuelan halcones. Pero no habrá que esperar mucho tiempo para ver cómo la mitomanía nacional, quizás en acto de arrepentimiento, nos narre el relato fabuloso de cómo y cuándo de las entrañas de algunas mansas palomas salieron los zorros del oportunismo criollo.

Ya lo decía el proverbio latino: "Vulpes pilum mutat, non mores". Lo cual, en castellano quiere decir que el zorro podrá cambiar de pelaje, pero nunca modifica sus costumbres.

Tomado de CUBAENCUENTRO

 
JFK y Castro se encuentran medio siglo más tarde PDF Imprimir E-mail
Escrito por Indicado en la materia   
Lunes, 18 de Noviembre de 2013 13:05

Por Carlos Alberto Montaner.-

Se alborotó el avispero a los 50 años del asesinato de John F. Kennedy. El Secretario de Estado John Kerry no descarta que Fidel Castro o los soviéticos estuvieran detrás de esa muerte. Lo acaba de afirmar a media lengua. No cree, como medio país, la tesis oficial de que Lee Harvey Oswald era un loco suelto que actuó por su cuenta y riesgo.

Kerry no es el primer funcionario norteamericano de alto rango que tiene esa sospecha. El presidente Lyndon Johnson, sucesor de Kennedy, pensaba lo mismo. Joseph Califano, Secretario del Ejército en esa época, coincidía con su presidente. Winston Scott, el jefe de la CIA en México, país al que Oswald acudió poco antes del crimen y se entrevistó con diplomáticos cubanos y soviéticos, sostenía algo similar.

No disputaban que Oswald hubiera disparado. Era su rifle, eran sus huellas digitales y lo prueban los exámenes balísticos. Incluso, casi todos, aunque con dudas, aceptaban que fue el único tirador, pero algunos suponían que el asesino había sido dirigido hacia su objetivo por la mano cubana. (O, al menos, como barrunta Brian Latell, alto oficial de la CIA en su libro Castro´s Secrets: Cuban Intelligence, the CIA, and the Assassination of John F. Kennedy, La Habana conocía lo que iba a suceder).

Castro tenía razones para alentar la muerte de Kennedy. Sabía que el presidente norteamericano estaba tratando de asesinarlo. Y lo sabía –según Latell—porque uno de los presuntos magnicidas, el Comandante Rolando Cubela, era un doble agente. Lo sabía, también, porque alguno de los gángsters detenidos en Cuba le había contado a sus captores que la Mafia había sido cooptada, nada menos que por Bobby Kennedy, para liquidar a Fidel.

El gobierno cubano niega su vinculación al crimen y ha puesto en circulación otras hipótesis improbables a manera de cortina de humo. Fidel Castro insinúa que fue Lyndon Johnson. Pero su aparato de desinformación afirma que fueron los exiliados cubanos. Concretamente, Herminio Díaz, un antiguo compañero de Fidel Castro en una violenta organización gangsteril llamada Unión Insurreccional Revolucionaria (UIR) de los años cuarenta, y Eladio del Valle, un excongresista cubano.

Ninguno de los dos podía defenderse de la acusación porque habían sido asesinados. Herminio, cuando desembarcaba clandestinamente en Cuba. Del Valle apareció muerto de un tiro en el pecho y un machetazo en la cabeza. Su muerte ocurrió en Miami. Nunca se supo quiénes lo ejecutaron, pero las investigaciones apuntaban a un trabajo de la inteligencia cubana.

Hay cuatro fuentes que no cuentan todo lo que saben. La primera es Estados Unidos. Washington mantiene censuradas cientos de páginas relacionadas con el viaje de Oswald a México y sus relaciones con los servicios cubanos. ¿Por qué? Una hipótesis es que el crimen se hubiera podido evitar si se hubiera transmitido correctamente todo lo que sabía la estación de la CIA sobre las relaciones de Oswald con al aparato castrista. Ocultan un caso terrible de negligencia.

La segunda es La Habana y, especialmente, el oficial de inteligencia Fabián Escalante –hoy general–, quien, aparentemente, estaba en Dallas el día del asesinato. Escalante, además, pudiera aclarar las relaciones (¿íntimas?) entre Silvia Tirado de Durán, empleada del consulado cubano en México, y Oswald. También, la participación del asesino en una fiesta “cubana” en DF, como relatara la escritora mexicana Elena Garro, presente en el baile.

La tercera es Moscú. La inteligencia soviética sabe mucho sobre Oswald. No es lógico que la URSS hubiera utilizado a una persona con la biografía de este personaje para matar al presidente norteamericano, dado que inmediatamente hubiera despertado sospechas, pero es muy significativo que Oswald se hubiera reunido en México con Oleg Nechiporenko, un agente de inteligencia de quien se afirma que no era extraño a estas siniestras tareas.

Pero acaso el testimonio más importante es el de la Mafia. ¿Por qué Jack Ruby, un hampón de poca monta, decide ejecutar a Oswald “para ahorrarle a Jacqueline Kennedy la pena de participar en un juicio doloroso”? Conmovedor, pero impropio de un endurecido gangstercillo. Oswald había negado ser el autor del asesinato y en ese momento todo era muy confuso. ¿Trataba Ruby de borrar otras huellas?

Cuando se cumplan 100 años de la muerte de JFK tal vez sepamos un poco más. O nunca.

Tomado de INFOLATAM

 
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