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Artigos: Cuba
Lo que nunca absolverá la historia PDF Imprimir E-mail
Escrito por Indicado en la materia   
Viernes, 26 de Julio de 2013 12:55

Por Eugenio Yáñez.-

Si algo hay que reconocerle al castrismo es su infinita capacidad de tergiversar la realidad para interpretarla siempre a su favor. Tenebrosa habilidad que ya cumple sesenta años afectando la vida de todos los cubanos, en un sentido o en otro.

Todo comenzó con un rotundo fracaso militar el 26 de julio de 1953, producto del proyecto irracional de un líder irresponsable, con objetivos utópicos, mal planificado, pésimamente ejecutado y peor dirigido, que al final del día dejó por resultado decenas de muertos, la mayoría no en combate, sino tras los asaltantes haber sido capturados, torturados y asesinados por las fieras del gobierno dictatorial de entonces.

Se ha hablado y escrito bastante sobre el ataque en muchos lugares y momentos, por lo que no hay que insistir en esos aspectos. Sin embargo, es oportuno destacar que ese grosero fracaso y colosal irresponsabilidad son los factores medulares que fundamentan la fiesta nacional más importante de la llamada revolución cubana.

Así se justificó un proceso que desechó la celebración tradicional de las fechas de inicio de las dos guerras de independencia del siglo XIX, así como la del día de la fundación de la República de Cuba —a pesar de que nació lastrada con la Enmienda Platt— para establecer como la única gran efemérides nacional, a celebrar por todos, la evocación del fracaso militar y la exaltación de la irresponsabilidad política y social.

Y todo a través de actividades políticas solemnes condimentadas con carnavales, algún pan con lechón, mucho alcohol, y cientos de invitados extranjeros disfrutando en Cuba del turismo solidario que pagan los cubanos sin que se les haya consultado nunca si están de acuerdo en pagarlo, en lo que ha venido a convertirse en una casi perfecta y excelente versión tropical y socialista del pan y circo romano.

Cuando Raúl Castro se quejaba hace algunos días de la pérdida de valores cívicos y ciudadanos por parte de los cubanos de la Isla, a quienes acusó de aprovecharse de la supuesta nobleza de la supuesta revolución, y llamaba a recuperar todo lo que se había perdido de virtudes y comportamiento adecuado en sociedad, podía haber planteado, de haber sido honesto consigo mismo y no pretender escurrir el bulto, que los problemas comenzaron desde el mismo momento en que se elevó el fracaso a nivel de fiesta nacional, se exaltó la irresponsabilidad como virtud, se identificó la alegría ciudadana con el consumo de alcohol y el libertinaje, y se entronizó la manipulación y tergiversación de los acontecimientos como historia oficial.

Nada de eso lo estableció ni lo provocó el imperialismo yanki, la mafia de Miami, los disidentes, la Ley de Ajuste Cubano, los agentes de la CIA, el bloqueo, la sequía, los mercenarios, los huracanes, los bandidos, el cambio climático, o la gusanera. Porque, al contrario, todo ha sido obra de los que hoy detentan el poder en Cuba y lo han detentado por más de medio siglo, sin elecciones libres ni consultas populares, esos “líderes históricos” que muestran con orgullo, para situarse por sobre todos los demás cubanos y hasta por sobre las leyes y la nación, que ellos fueron los que comenzaron precisamente con el asalto al Moncada aquel 26 de Julio de 1953.

Es decir, que la legitimidad vitalicia que siempre han pretendido y pretenden los “dirigentes revolucionarios”, y que con tanto esmero y placer le reconocen sus amanuenses del patio o en el extranjero, se fundamenta en la evidente irresponsabilidad, en haber fracasado estrepitosamente, en haber llevado el país a la ruina, y en haber demostrado desde el primer momento la condición de invencibles de los vencidos.

Podría estarse discutiendo demasiado tiempo sobre las promesas y los resultados demostrados por ese liderazgo histórico, pero para juzgar fría y objetivamente sus verdaderos logros basta con mirar, una vez más, lo que prometió Fidel Castro en el llamado Programa del Moncada, que supuestamente expresó en su discurso conocido como La Historia me absolverá —y digo supuestamente porque la única versión existente es la que ofrece el mismo interesado— y que puede resumirse en el siguiente párrafo, que aquí se desglosa en oraciones para beneficio de los lectores:

“El problema de la tierra,
el problema de la industrialización,
el problema de la vivienda,
el problema del desempleo,
el problema de la educación y
el problema de la salud del pueblo;
he ahí concretados los seis puntos a cuya solución se hubieran encaminado resueltamente nuestros esfuerzos,
junto con la conquista de las libertades públicas
y la democracia política”.

Podríamos hablar ahora durante mucho tiempo sobre las tierras sin cultivar en el país y la incapacidad de producir alimentos en los campos cubanos, del descalabro de todas las industrias cubanas en todas partes, del lamentable estado del parque de viviendas para los cubanos de a pie en todo el país, de la situación real del desempleo en estos momentos, de los abrumadores problemas en la educación y el fraude escolar, y del continuo deterioro de “la salud del pueblo”, esos seis puntos a los que Fidel Castro prometió, en su discurso de 1953, encaminar resueltamente los esfuerzos para encontrar soluciones. A lo que habría que añadir la conquista de las libertades públicas y la democracia política, según dijo el tantas veces vencido invencible Comandante.

Juzguen los lectores por sí mismos:

¿Se ha cumplido en algún momento el programa del Moncada?

¿Podrá la historia absolver al líder “histórico” de la llamada revolución cubana?

Tomado de CUBAENCUENTRO

 
La crisis de los misiles de azúcar: escenario y posible salida PDF Imprimir E-mail
Escrito por Indicado en la materia   
Jueves, 25 de Julio de 2013 10:04

Por Yoani Sánchez.-

La única salida que le queda (a Raúl) sería anunciar el cambio político, la apertura tantas veces exigida por sus ciudadanos y por organismos y gobiernos internacionales. Sólo podrán superar este grandísimo error, colocando en el centro de la atención la despenalización total de la discrepancia en Cuba, la legalización de otras fuerzas políticas y el desmonte final del totalitarismo.

La crisis de los misiles de azúcar: escenario y posible salida

Por Yoani Sánchez

Los imprevistos, las situaciones que nadie vaticina, son para la política como la pimienta en la comida. Cuando parece que las posibles variables de un escenario están sobre la mesa, se cuela entre ellas un hecho que lo cambia todo. Tal es el caso de la crisis diplomática generada por las armas transportadas desde Cuba en un barco norcoreano y descubierto en el canal de Panamá. Después de años tratando de lavar el rostro frente a los organismos internacionales, este incidente atrasa en décadas al gobierno de Raúl Castro y lo devuelve a la época de la guerra fría. Ya no le queda tiempo al octogenario político para revertir el efecto de tan desacertada operación. Hasta su anunciado retiro en 2018, no le alcanzan los días para hacer olvidar la chapucería de estos misiles escondidos bajo un cargamento de azúcar. Cualquier otro, en su caso, renunciaría o removería al ministro de las Fuerzas Armadas, pero una jugada así no tiene precedentes en el castrismo.


Al conocerse el tráfico de este arsenal bélico, salta inmediatamente la pregunta de cuántas veces se habrán realizado operaciones de este tipo sin ser descubiertas. Abunda los testimonios y las especulaciones sobre el envío desde Cuba de tropas y armas a países en conflicto. Lo sintomático es que en esta ocasión ha sido interceptado el contrabando en pleno itinerario, lo cuál nos lleva a una nueva cuestión ¿Por qué en este caso se ha podido saber? ¿Torpeza o intención? ¿Chapucería o desactualización sobre el funcionamiento del mundo actual? Las interrogantes se suceden, pero las respuestas a todas ellas sólo las conocen unos pocos. Lo cierto es que tal hecho confirma las denuncias de quienes por años han documentado el apoyo de Plaza de la Revolución a guerrilleros, insurgentes, grupos de desestabilización y gobiernos sancionados por organismos internacionales. Envueltas en el halo del “internacionalismo proletario”, dichas ayudas se hicieron en la mayoría de las ocasiones a escondidas, con subterfugios como el de transportar soldados en buques mercantes o hacer llegar pertrechos militares a escondidas. Era la época en que el ojo aguzado de los satélites no rastreaba con tanta precisión el planeta y el oso soviético estaba allí para sacarle las castañas del fuego a su aventajado discípulo del Caribe. Una era pasada y remota.
Si los dirigentes políticos cubanos creyeron que aún se podían ocultar aviones y misiles en un barco, hacerlo cruzar el canal de Panamá y llevarlo a feliz término en un puerto norcoreano, eso prueba su gran desconexión con la realidad del mundo que habitan. La nota emitida por el Ministerio de Relaciones Exteriores forma parte también de esos anacronismos, al intentar explicar el cargamento como un envío de pertrechos “obsoletos” que iban a ser reparados en el país de la dinastía de los Kim. Las justificaciones o falsedades que una vez lograron algún efecto, suenan a los oídos de los ciudadanos de este tercer milenio como historias para dormir niños incautos. La ingenuidad se quedó en el siglo XX y es bueno que así sea, porque ya los gobiernos no logran engañarnos tan fácilmente como antaño.
La actuación de las autoridades cubanas ha resultado de tal torpeza, que hace sospechar si se trata de una operación preparada por el propio castrismo para ser descubierto con las manos en la masa. Cada vez que las relaciones entre La Habana y Washington parecen abocadas a un acercamiento, algún hecho genera un abismo entre ambos gobiernos. El ejemplo más conocido fue el derribo de las avionetas del grupo Hermanos al Rescate en febrero de 1996. ¿Podrían en esta ocasión los ortodoxos dentro del poder estar dinamitando lo que consideran un débil proceder de Raúl Castro al intentar dialogar con el vecino del Norte? ¿O es el propio General presidente quien ha construido este escándalo para evitar llegar a una mesa de negociaciones? La “conspiranoia” es infinita. No obstante, detrás puede estar una respuesta más sencilla aunque parezca increíble: la cúpula cubana creyó realmente que aún podía seguir jugando a los soldaditos y saltándose las disposiciones de las Naciones Unidas, sin ser descubierta. El poder por demasiado tiempo convierte a quienes lo ejercen en una especie de autistas desconectados de la realidad. Así que éste puede ser uno de los casos más crónicos de autismo político que tengamos ahora mismo en nuestra aldea global.
En medio de la compleja situación que vive Cuba, ¿por qué el gobierno se atreve a hacer una operación tan descabellada? Después de tantos esfuerzos para aparentar frente a la comunidad internacional que el país transita por un proceso de aperturas, ¿cómo encaja esta pieza de los “misiles de azúcar”? ¡Pues no encaja! Evidentemente las relaciones con los viejos aliados ideológicos aún se colocan por encima de las pragmáticas estrategias diplomáticas. Los antiguos camaradas siguen siendo priorizados, aunque a los ojos del mundo estos se vean como una dinastía familiar, violadora contumaz de los derechos humanos de sus ciudadanos y que amenaza contantemente con un conflicto nuclear al resto del planeta. Los compañeros de ruta se auxilian mutuamente, así tengan que violar las mismísimas resoluciones de la ONU para lograrlo.
Una vez descubiertas las cajas con misiles, los aviones MIG-21 y las baterías de cohetes, queda saber cómo Raúl Castro saldrá de una situación tan delicada. Pedir disculpas no sería suficiente, pues aún así el gobierno tendrá que cumplir alguna que otra sanción diplomática derivada de sus actos. Actuar como el insensato que reafirma su “derecho soberano” de enviar armas a “reparar” en Corea del Norte, aislaría aún más a las autoridades de la Isla en momento en que les urge el soporte económico llegado desde afuera. La insolencia conspiraría también contra una posible distensión de la Posición Común europea y contra un relajamiento del embargo norteamericano. Responder con una andanada de ataques oficialistas hacia el presidente de Panamá, tampoco resultará de mucho, pues éste problema toca a otras naciones que no se muestran dispuestas a olvidarlo tan fácilmente. Entonces, ¿cómo lograría el castrismo pasar la página, minimizar lo ocurrido y presentar ante el mundo una verdadera postura de mea culpa y compromiso pacífico?

La única salida que le queda sería anunciar el cambio político, la apertura tantas veces exigida por sus ciudadanos y por organismos y gobiernos internacionales. Sólo podrán superar este grandísimo error, colocando en el centro de la atención la despenalización total de la discrepancia en Cuba, la legalización de otras fuerzas políticas y el desmonte final del totalitarismo.
Tomado de EL PAÍS; ESPAÑA
 
El Apartheid Castrista contra el Pueblo Cubano PDF Imprimir E-mail
Escrito por Indicado en la materia   
Martes, 23 de Julio de 2013 11:16

Por Jorge Hernández Fonseca.=

Si el argumento sudafricano para la discriminación de los negros se buscó en cierto tipo de filosofía antropológico-social, el argumento castrista se encontró en la filosofía marxista, fuente en la que la revolución cubana de los hermanos Castro fue equivocadamente a beber, extrayendo el mantra del antinorteamericanismo como sustento de semejante disparate.

El Apartheid Castrista contra el Pueblo Cubano

Jorge Hernández Fonseca

21 de Julio de 2013

Cuba sufre 54 años de un sistema totalitario. Las cuatro principales áreas en la sociedad de la isla están sometidas a un férreo control policial. El área política está dominada por un sólo partido, que ha establecido una dictadura de hierro contra toda la sociedad. El área social sufre una castración en sus raíces, que impide a los miembros de la misma desarrollar sus capacidades económicas, políticas y sociales individuales, que no sean las que el partido decide, es decir, ninguna. El área económica fue totalmente estatizada, de manera a cortar toda iniciativa social sobre ella, provocando una pobreza generalizada que se manifiesta en un racionamiento que ya sobrepasó el medio siglo de existencia. El área ética ha sido truncada de manera tan fuerte, que la cultura cubana pudiera decirse que ya no existe más dentro de la isla.

En muchos sentidos, pudiera asociarse el régimen cubano al apartheid implantado en África del Sur años atrás por un grupo étnico --en este caso los blancos-- para oprimir y tirar todo tipo de derechos al otro grupo étnico (mayoritario) del país –los negros-- por razones que aparecieron profusamente (como en Cuba) en la literatura, en el caso de África del Sur fundamentos racistas, de base supuestamente antropológica, irrigada por una filosofía (como en Cuba) que justificaba con razonamientos mentecatos (como en Cuba) la necesidad de la opresión.

Si el apartheid sudafricano era visible en escuelas, campos deportivos, reparticiones públicas, tiendas por departamentos y salas de teatro, en la Cuba castrista de hoy es similar, sólo que municionada por el marxismo --y sus derivados-- siendo que este discrimina no solamente a los negros, sino a todos ciudadanos de cualquier raza, por el único delito de “no ser ‘del’ partido”.

Si el argumento sudafricano para la discriminación de los negros se buscó en cierto tipo de filosofía antropológico-social, el argumento castrista se encontró en la filosofía marxista, fuente en la que la revolución cubana de los hermanos Castro fue equivocadamente a beber, extrayendo el mantra del antinorteamericanismo como sustento de semejante disparate.

Hay que decir que el marxismo no es solamente Hegel, Kant o Feuerbach, como sus edulcorados  y supuestamente cultos defensores suelen resaltar; es también sobre todo, en la práctica social, Stalin, Pol Pot, y Ceausescu, que llevaron a la práctica del día a día las más puras ideas marxistas de opresión, horror y empobrecimiento. De la misma manera que Newton no es solamente Galileo, Copérnico o Kepler, en sus bases, los son sobre todo Henry Ford, Von Braun o Neil Armstrong, que dieron fe concreta de sus postulados e ideas en el mundo real.

El antinorteamericanismo chovinista se mezcló con lo más rancio de la doctrina marxista (la idea de una élite minúscula que asalta el poder e impone una “dictadura buena” para evitar “el retorno al pasado”) representando en el caso de Cuba por los norteamericanos y queda así conformado el “lev motiv” para destruir material y espiritualmente la Cuba de siempre, acabando con la rica cultura cubana, sus costumbres, su pujanza, su vivacidad, su economía…

El apartheid castrista no puede perdurar y eso lo sabe Raúl Castro, que intenta hacer “cambios” lampedúsicos (para que todo siga igual), lo que nos da una guía exacta de lo equivocado de la línea marxista seguida (no importa lo que digan, lo importante es lo que hacen). Si el propio hermano del dictador mayor --segundo al mando de todo en Cuba durante la destrucción de la isla-- una vez al mando quiere urgentemente cambiar, es señal inequívoca de que el marxismo --de nuevo-- no funcionó en Cuba como dice en el “librito” y que hay que desterrarlo.

La clave de lo anterior está en el “cómo”. En Sudáfrica los blancos reconocieron su error, hicieron su “mea culpa” y se unieron a los negros para edificar una nueva nación. Raúl puede (debe) hacer lo mismo, si de verdad quiere una Cuba nueva, en la que quepan todos los cubanos, piensen como piensen. Pero no, no es lo que hemos visto que los “marxistas” cubanos de dentro y fuera de la isla pretenden. Por todos los medios se aferran a su doctrina disparatada, recalentando acusaciones contra la “mafia de Miami”, sobre la “derecha exiliada” y contra todo lo que no sea continuar un camino fracasado que ha destruido material y moralmente la Nación cubana, su creatividad, su urbanidad y su decencia.

Yo no estoy seguro de que todavía estemos a tiempo --y todos los implicados convencidos-- de edificar --como hicieron los sudafricanos en su país-- una Cuba nueva y democrática. Veo los altos dirigentes cubanos colocando sus fortunas a buen recaudo, sobre todo, los hijitos de papá en la isla garantizando poner a su nombre en el exterior el capital del país dilapidado por la cúpula gobernante. Veo los marxistas opositores defendiendo todavía, desde el exterior, los mismos principios que nos llevaron al precipicio y veo algunos oportunistas de turno, seguir la línea del engaño a la Nación ofendida, uniéndose a inversiones de Raúl y sus generales.

Presiento, por los signos visibles del castrato, que habrá que esperar; primero a la muerte de Fidel, cuando el trauma nacional se manifieste. Si es que entonces no se produce la “primavera cubana”, que todos esperamos, habrá que aguardar el último aldabonazo a la muerte de Raúl, cuando muy difícilmente la desidia marxista se podrá mantener oprimiendo la Nación cubana.

Artículos de este autor pueden ser encontrados en http://www.cubalibredigital.com

Última actualización el Jueves, 25 de Julio de 2013 16:53
 
Socialismo y chirimbolos de guerra PDF Imprimir E-mail
Escrito por Indicado en la materia   
Martes, 23 de Julio de 2013 11:25

Por Raúl Rivero.-

Madrid – Los jefes del gobierno y la élite de sus ayudantías están dispuestos a privatizar la penuria que conquistó el estado en más de medio siglo. Pueden permitir que los cubanos compren y vendan sus casas y los carros que sacaron los abuelos de las agencias en los años 50. La necesidad los obliga también a dejar que, quienes tengan familias o amigos con recursos en el extranjero, improvise un bar o una fonda y ponga un trío a tocar guarachas de Ñico Saquito y bolerones en el garaje o en la terraza.

Aunque les moleste un poco, hay licencias relacionadas con el pan, el dulce de guayaba, las limonadas frías, el agua de coco, las croquetas enigmáticas y las tierras baldías que son ahora parte de la poderosa y arraigada monarquía del marabú. Están abiertos, cómo no, a estudiar la posibilidad de que la nuevas generaciones vean un caimito y comprueben la textura de las guanábanas.

Ahora sí, nada de cambios reales, ni de modernización de la sociedad, transformaciones esenciales para que los ciudadanos gestionen sin límite sus talentos para progresar, sean libres a la hora de elegir una opción política o ejerzan sus derechos a estar informados sin tutela ideológica. Eso sí que no.

Lo dijeron desde el primer momento quienes están allá, bajo el fragor de ese poder intolerante. Y lo explica la historia de supervivencia del socialismo en otros sitios donde los dirigentes del paraíso proletario hicieron reciclajes puntuales para seguir a la sombra del árbol de las manzanas y protegidos por la serpiente.

Los políticos que en Europa, en América o en cualquier lugar del planeta, por intereses económicos, oportunismo comercial y otras agendas sentimentales o secretas, quieren ver a toda costa vocación de cambio en el régimen, han tenido que mirar al cielo o cerrar los ojos por el conflicto internacional del barco norcoreano apresado en el Canal de Panamá.

La nave llevaba a bordo una colección de cohetes, aviones y otros cachivaches rusos de guerra cargados en un puerto cubano y ocultos bajo grandes camadas de sacos de azúcar turbinada.

El episodio del carguero del nieto de Kim Il Sung y el trasiego de armas en una operación torpe y desfasada es una muestra de que el régimen continúa con sus lealtades intactas al esquema de un sistema más obsoleto que los chirimbolos bélicos que llevaban a Corea del Norte.

Lo peor del asunto es que, ante el hecho, esos señores se pusieron a mirar las estrellas. Y cerraron los ojos, porque es un gesto natural, una práctica común, un ejercicio que hacen cada semana ante las palizas que reciben las Damas de Blanco. Es una indiferencia que anula sus discursos democráticos.

Esa represión permanente, el acoso, la violencia física y verbal, los arrestos arbitrarios y las condenas a los opositores pacíficos es otra evidencia clave de la fidelidad de la nomenclatura a sus esencias. Ellos no quieren cambiar nada. La intención de los camaradas es remover un poco la superficie para crear ilusiones. Siempre hay quien quiera perderse en esa espuma.


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Confieso mis intolerancias PDF Imprimir E-mail
Escrito por Indicado en la materia   
Viernes, 19 de Julio de 2013 12:00

Por José Prats Sariol.-

Ahora resulta que las víctimas somos intolerantes: no aplaudimos el reformismo del castrismo tardío como solución para Cuba. Daría risa, si no fuera diabólico.

El último truco es un grotesco monumento a la astucia. Tan grotesco como los nuevos apellidos del "patriciado criollo": los Castro Espín y los Castro Soto del Valle, los Guevara, los Cienfuegos…, dignos bocados para cierto historiador heráldico, de rimbombante estilo.

Y se han lanzado con todo: cónsules dando conferencias en Miami sobre repatriaciones y compras de casas, autos e inversiones en cooperativas; giras autorizadas para disidentes, con suave aterrizaje y vigilada tolerancia; apoyo a evangelizaciones conciliatorias de la Iglesia Católica y otras congregaciones cristianas, con el "amor todo lo puede" de bandera para incautos; invitaciones a artistas, escritores y deportistas residentes en el extranjero; mensajes a Washington sobre control policíaco y mediático de las masas y seguridad caribeña contra los narcos y capitales sucios…

La élite del poder apuesta a que su continuidad parezca el menor de los males. Y lo está haciendo muy bien. Por lo pronto sus oponentes aparecemos como conservadores de una confrontación antigua, intolerantes de los nuevos tiempos, aires, arreglos jugando golf, donde tal vez hay invitaciones para apellidos llenos de pátina o riqueza: Céspedes y García Menocal, Bacardí, Saladrigas, Díaz Balart, Lobo, Zayas, Mas, Goizueta, Fanjul …

En realidad, no me gusta ni el sustantivo (tolerancia) ni el verbo (tolerar). Suelen alojar un barniz hipócrita que tapa prejuicios, dogmas, discriminaciones. Sacan una pezuña demagógica por debajo de la saya de la abuelita buena, como ahora Raúl Castro y sus "Lineamientos"; como puede leerse en el discurso de Díaz-Canel al clausurar el congreso de la Unión de Periodistas, donde repite lo de dentro de la revolución todo, es decir, un nuevo ropaje para la anciana censura, tras una poco verosímil autocrítica al Partido.

Prefiero encasquetarle el prefijo: Soy intolerante con las religiones fundamentalistas, las dictaduras y caudillos, la pederastia, el racismo, la homofobia, el sexismo en sus vertientes machistas o feministas, los fanatismos políticos de cualquier signo, las leyes injustas, las salvajes desigualdades económicas que avergüenzan al planeta. Y no me da pena, más bien todo lo contrario, defender mis tajantes intolerancias: Decir que con ellos —los Castro y su pelotón— nada.

Como apenas me represento a mí mismo, puedo darme ese lujo, por lo general no apto para políticos, empresarios, diplomáticos, funcionarios. Pago, desde luego, el precio. A veces muy caro, como el exilio cuyas letras aún me cobran.

No toleré a un viejo amigo gay, lingüista noruego, cuando comenzó a andar en Cuba con menores de edad, allá por los 90 del siglo pasado. Rompí la amistad. Pongo mis límites morales, cercas donde no dejo pasar al único partido que su misma ley autoriza, fronteras a quienes transitan a un capitalismo despiadado, sin sindicatos autónomos.

Me fui de una casa en Puebla, en México, cuando el dueño habló de los pobres como haraganes, indios churrosos y analfabetos que están así por falta de voluntad y apego a sus costumbres enfermizas. Me fui tras decirle que su punto de vista era intolerable.

No tolero en silencio el actual disfraz reformista de la dictadura cubana. Señalo a los guerrilleros sobrevivientes, generales y familia cercana, como nuevos empresarios inescrupulosos. Pero entiendo a los que por necesidad, oportunismo, creencia o ingenuidad, aceptan, sonríen o celebran el engaño final, el colofón al estilo ruso o sandinista.

¿Por qué tendríamos que creer en una rectificación de fondo, de extirpar las raíces del sistema, cuando ni siquiera ellos lo dicen? ¿Por qué aceptar una transición con los mismísimos demoledores del país? ¿Por qué en las postrimerías sí y en medio siglo no?

Soy un intolerante. No permito que me tupan las entendederas con argumentos donde al final va a resultar —como dice Raúl Castro en sus últimos discursos a públicos cautivos—que la "revolución" ha sido víctima de la ingratitud, la picardía, la vulgaridad y la siesta de los cubanos.

Ah no. Entiendo a los gobiernos que circundan a Cuba, muy en particular al de los Estados Unidos y al de México. Sus intereses —se sabe— son los suyos, incluyendo negocios turísticos, agrícolas, industriales. Razono los de la comunidad cubana de Miami, cuyos cambios sociales, económicos, demográficos y culturales en las dos últimas décadas, giran hacia el fin del embargo, constituirse en una emigración como la mexicana de Los Ángeles, de pachucos a yucas, boniatos, ñames.

Comprendo la amenaza de un baño de sangre o un éxodo masivo tras una crisis de gobernabilidad. Comprendo la miseria del arroz con averigua y el espanto de las venganzas, la diferencia entre lo real y lo anhelado. Pero me asquean las negociaciones donde tú me manipulas a mí y yo a ti, hasta que nos ponemos de acuerdo en cómo manipular a la mayoría.

Ese toma y daca recuerda el "Aé, aé, aé la Chambelona", el choteo caracterizado por Jorge Mañach que asoma en algunas estampas de Eladio Secades. Infecta, desmemoriza, se parece a aquellas historias de Inglaterra que Chesterton ridiculizara.

Va a ocurrir. Quizás ya está ocurriendo. Tal vez sea el mal menor. Pero no me pidan que calle. Mucho menos que salude. No sé jugar golf. No podría colar la bolita ni en Varadero ni en Miami Springs. Confieso un apego cariñoso, testarudo, a mis intolerancias.

Romado del DIARIO DEL CUBA

 
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