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Artigos: Cuba
Ahmadineyad, Chávez y la peligrosa guerrita fría PDF Imprimir E-mail
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Domingo, 15 de Enero de 2012 12:50

Por Carlos Alberto Montaner.-

El comportamiento más grave de cualquier gobernante es la imprudencia temeraria. ¿En qué consiste? Esencialmente, en arrastrar intencionadamente a las sociedades que dirigen a conflictos innecesarios potencialmente devastadores. No tiene nada que ver con la defensa de principios, sino con la irresponsabilidad y la estupidez. Ni siquiera está emparentada con la valentía, porque las consecuencias las pagan otros.

   El ex gobernante cubano Fidel Castro habla con el presidente iraní, Mahmoud Ahmadineyad (izq.) en La Habana. Ahmadineyad visitó Cuba el miércoles y el jueves pasados.
El ex gobernante cubano Fidel Castro habla con el presidente iraní, Mahmoud Ahmadineyad (izq.) en La Habana. Ahmadineyad visitó Cuba el miércoles y el jueves pasados.
HO / AFP/Getty Images

Cuando un tipo insensato camina por una cuerda floja a cien metros de altura, se juega su propia vida y es posible que despierte alguna admiración por su disposición a morir. Cuando el que camina por la cuerda floja es un gobernante irresponsable, quienes caen y mueren son los miembros inocentes de la comunidad que preside.

Acabamos de ver un caso de imprudencia temeraria que debería estudiarse en los libros de texto sobre cómo no se debe gobernar. El dictador Ahmadineyad, señor de una teocracia brutal que practica el terrorismo, patrocina a Hezbolá, lapida mujeres, asesina homosexuales y reprime las libertades, fue invitado por Hugo Chávez a una gira por el circuito de los países del Socialismo del Siglo XXI.

Cuatro de ellos –Venezuela, Nicaragua, Cuba y Ecuador– lo recibieron con los brazos abiertos, se solidarizaron con el personaje y dieron vivas a una “revolución islámica” que desde 1979 se dedica a retrotraer a los persas a modos de vida medievales controlados por fundamentalistas religiosos.

Es evidente que Irán ya está en guerra con Estados Unidos, la Unión Europea e Israel. No es algo que pudiera ocurrir. Ya está sucediendo. Esa guerra, que por ahora se libra en el terreno económico, en las sanciones comerciales multilaterales y en las acciones encubiertas, y que a corto plazo pudiera convertirse en un enfrentamiento convencional, tiene su origen en el peligrosísimo desarrollo de armas nucleares por parte de un gobierno fanático que no vacila en declarar que está dispuesto a “borrar del mapa” al estado judío.

¿Hay que creerle a Ahmadineyad cuando amenaza a Israel? Por supuesto que hay tomarlo en serio. Unos siniestros personajes capaces de planear el asesinato del embajador saudí en Washington o de volar la AMIA en Buenos Aires –una institución judía de beneficencia– y matar a un centenar de personas inocentes, son capaces de cualquier locura.

Chávez está precipitando a Venezuela y a sus satélites al desastre. ¿Por qué lo hace? Porque este caudillo iluminado, influenciado por Fidel Castro, ambos afectados por el mismo síndrome redentorista, elemento típico de las personalidades mesiánicas, está empeñado en construir un frente internacional que destruya a Estados Unidos y a la economía de mercado para instaurar sobre la tierra un régimen colectivista guiado por principios igualitarios. Ambos se ven como los herederos de la labor que dejaron inconclusa los traidores de la Unión Soviética, presididos por el canalla Gorbachov.

Fidel Castro comenzó esta misión revolucionaria planetaria exactamente cuando desaparecieron la URSS y los países comunistas. En lugar de aceptar la derrota del marxismo-leninismo y el fracaso de todas las supersticiones de la secta, se lió la manta a la cabeza y salió a construir la nueva utopía comunista. Se puso al frente de una nueva “Guerrita fría”.

En 1991 reclutó para esa tarea a un Lula da Silva, personaje escasamente instruido y demasiado pragmático para el gusto de Fidel, pero era lo que había disponible, y entre ambos confeccionaron el Foro de Sao Paulo, donde comparecieron desde los narcoterroristas de las FARC, hasta los sandinistas. Mas no había dinero ni voluntad política colectiva para ser efectivos y las reuniones no pasaron del parloteo ideológico. Eso cambió cuando Chávez entró en escena cargado de petrodólares.

En el 2001, Fidel Castro, en la Universidad de Teherán, invitado por el ayatola Ali Khamenei, hace su famosa profecía: “la colaboración entre Irán y Cuba puede poner de rodillas a Estados Unidos”. ¿En qué está pensando? Sin la menor duda, en armas nucleares que Irán puede fabricar y que él puede llegar a poseer como parte de esa asociación, idea fija que no le abandona desde que llegó al poder y que en los últimos años suele defender con el ejemplo de Corea del Norte: esto los hace invulnerables.

Chávez, totalmente seducido por la estrategia diseñada por Fidel Castro, continúa desarrollándola tras la enfermedad que casi liquida al comandante cubano. Por eso Ahmadineyad merodea por tierras americanas. Por eso lo recibe un coro de gobernantes irresponsables convocados como figurantes. Algún día tendrán que explicarles a sus pueblos por qué los llevaron al despeñadero. Por cierto, la brasilera Dilma Rouseff se negó a formar parte de la comparsa. Es una persona sensata.

Periodista y escritor. Su último libro es la novela La mujer del coronel.

www.firmaspress.com


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Última actualización el Domingo, 15 de Enero de 2012 12:53
 
Si mi tío los viese… PDF Imprimir E-mail
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Viernes, 13 de Enero de 2012 12:39

Por Martín Guevara.-

Si  mi tío, el guerrillero heroico, se levantase de su tumba y me viese, se volvería a meter en ella. Eso afirmaban algunos en Cuba, durante la época en que viví allí.

Las maestras, los profesores, las directoras de institutos, la policía, los representantes del Partido, del Consejo de Estado, los CDR, las milicias y algún que otro pariente parecían verse en el derecho de comunicármelo. Casi se tomaban este asunto como una tarea.

El motivo era, al parecer, que me percibían como un ser inadaptado a ese modelo de sociedad.

A la luz de hoy, esos recuerdos no me resultan especialmente gratos, pero admito que, dentro de la molestia permanente en que me creía sumido, me causaba cierta satisfacción, una suerte de gozo solapado, el esfuerzo por incomodar. La búsqueda de la más imbécil rebeldía juvenil me mantuvo al borde del idiota clínicamente diagnosticado y terminó estirándose hasta más allá de lo recomendable.

Estuve tanto tiempo enredado en mi propia riña con mis enemigos imaginarios que, ni siquiera hoy, estoy seguro de haber alcanzado la edad adulta. Me resulta extraño, cuando no tengo más remedio que entender que cuento con los años que tengo, y cuando estoy obligado a compararme con mis contemporáneos. No puedo mirar de frente el hecho sin más y, como si se tratase de la constatación de una terrible sospecha, siento que descubro repentinamente un execrable acto de que fui objeto en el pasado, como si me enterase de súbito que fui un niño abandonado y adoptado. Como si me dijesen que soy el hijo de la criada. Y que me dejaron de garantía por cinco gramos de cocaína, hasta que regresasen a pagarla y jamás se hubiesen dignado volver.

Rebelión juvenil, caprichosa sí,  absurda quizás, que no obstante me ayudó a correr una cortina para no divisar el final del camino, me ayudó a echar una alfombra sobre la sangre húmeda y cenizas con serrín sobre los casquillos del campo de batalla.

Hubo quienes gritaron tanto, que ensordecieron todo alrededor.

Mayte se ahorcó, colgándose de un framboyán, algunos años después de dejar aquel puesto de dirigente de la Unión de Jóvenes Comunistas en la secundaria, en el cual se desempeñaba a la manera de un Torquemada del estalinismo, señalando, delatando y destruyendo la vida de compañeros de aula, marcada por la urgencia del ascenso en aquel crimen generalizado. O bien por el miedo a ser tomada por alguien con desafección al sistema. O quizás sólo tuviese pavor a que se hiciese público su latente lesbianismo. Mayte sólo abandonó el cargo de delatora habitual cuando encarcelaron a Benjamín por la venta de unos pantalones vaqueros, de los que ella misma había comprado unos para regalarle a Amalia, la niña de sus ojos inyectados en remolacha. Sin embargo, cuando en prisión apuñalaron a Benja, Mayte quedó tocada y al poco se hundió, colocando un banquito al pie de la rama más fuerte del árbol florido, para quedar suspendida eternamente, como en el vuelo de un cernícalo o de un colibrí, detenida en un único punto en el aire, por siempre.

Pedrín no paró de comprar periódicos para revenderlos al grito de ¡Rebelde!, ¡Rebelde!, unos años después de haber participado en varios pelotones de fusilamiento, cosa de la cual, según me confesó entonces, no estaba del todo avergonzado, ya que ningún soldado sabía si llevaba la bala definitiva en su fusil.

 

Pedrín no se ahorcó, gracias a que no estaba seguro de si había liquidado a alguna de aquellas personas, pero también , a merced de la misma razón, se vio invitado a abandonar la cordura.

Nilda, el chivatón de cuarto, Cuca y su marido, tan perfectos y chismosos ellos, igualmente enloquecieron o se dedicaron a recoger colillas de tabaco por el Vedado o, como Fefa, la del núcleo del Partido, terminaron haciendo felaciones en los chupa chupa de la rotonda de Alamar, casi sin dientes y con una halitosis que armonizaba con su labor. Los que se salvaron de terminar en el infierno terrenal dentro de la isla compraron su salvación con el desgarro del destierro y mantienen pulcra discreción acerca de sus anteriores prácticas.

Pero los que ahora están empezando a salir de sus madrigueras, los que hoy harían lo imposible por borrar todo vestigio de nexo con el poder absoluto, toda pista que los relacionase con medio siglo de obsecuencia incondicional, de prácticas vejatorias para con sus víctimas, éstos no son venidos de las asustadas viviendas pobres, de las aulas de construcción Girón de las escuelas al campo, ni tan siquiera de las aulas vocacionales de la ciudad-escuela Lenin.

Son los distribuidores del pan. Los que administraban el hierro y el miedo. Los que estudiaron en escuelas militares para familiares de dirigentes, los que hicieron carrera en el MININT (ministerio del Interior), los que dirigieron a Mayte a Pedrín y a Nilda, como instrumentos del odio entre todos los ciudadanos, odio que permanecerá por mucho más tiempo como sedimento, de consecuencias lapidarias, que el ya impresentable y obsceno medio siglo en que violentaron a diestra y siniestra todo material sensible de ser humillado.

Estos dirigentes, generales, conductores del despropósito personalista en que se convirtió la revolución muy al poco de haberse declarado, hoy se acomodan en sus puestos de poder de cara a un futuro muy alejado de las teorías de igualdad social.

Pero lo que más me habría costado suponer, y de hecho nunca imaginé, es que los mismos lideres del gran complot contra las libertades, los propios silenciadores de toda discrepancia, estarían hoy  renegando del enorme cúmulo de advenedizos engaños, de instrumentalización de las mentes, de métodos violentos que no dudaron en utilizar, para llevar a cabo el objetivo de permanecer todo el tiempo que fuese posible asidos al bastón de mando. Ver a estos gerontes manifestar abiertamente la fe en el Vaticano, en el libre mercado, en la diferencia de clases, aunque no debería resultarme incongruente, sí que me asombra, al igual que su ausencia total de vergüenza, de honor, e incluso admito cierta admiración por la desfachatez con que se mueven. Resultan muy modernos.

La URSS, Mongolia, China o Vietnam echaron por tierra todas sus promesas iniciales, como está haciendo Cuba, pero al menos los líderes reformistas no fueron Lenin, Ulan  Bator, Mao o Ho Chi Min. Cierto decoro o reparo en la desfachatez los dejó al margen de liderar la transformación en capitalismo salvaje. En Cuba estamos viendo a los que decían capitanear la superioridad moral capitulando de todos y cada uno de los postulados iniciales, que en su mayoría ni siquiera fueron ideas suyas.

Hoy miro a la cara de toda esa escoria y les digo, sin hacer uso de la voz, algo parecido a lo que me solían decir, pero con alguna diferencia en el contenido.

Si aquel tío mío, se levantase de su tumba y viese lo que están haciendo y han hecho, más les valdría haber conservado algunas fuerzas para correr o pelear, porque él no iría jamás a regresar a su tumba, sin antes poner orden en ciertos asuntos de carácter doméstico.

 
CUBA 2012: ¿QUÉ HACE FIDEL Y QUÉ HACE RAÚL? PDF Imprimir E-mail
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Jueves, 05 de Enero de 2012 11:37

Por Carlos Alberto Montaner.-

Otro primero de enero. ¿Qué ocurre en Cuba a los 53 años de instaurada la dictadura comunista? Algunas cosas importantes. Fidel, a sus 85 años, apartado del poder por su edad y sus dolencias crónicas, ya no manda. Tiene algunos momentos de lucidez en medio de una creciente bruma senil como la que afecta a sus dos hermanos mayores, Angelita (89) y Ramón (87), todavía vivos, pero dementes.

Cuando no dormita, Fidel se entretiene viendo la televisión internacional y leyendo informes que le entregan sus asistentes. Lo tratan reverentemente, como si mantuviera alguna autoridad real. Es pura ilusión. Cada cierto tiempo, algún viajero afectado por una suerte de curiosidad antropológica interrumpe su letargo y el Máximo Líder, con la lengua enredada y en voz muy baja, lo que aumenta el martirio, le inflige, muy mal hilvanados, algunos cuentos de la Sierra Maestra o le explica cómo la solución del problema del hambre está en las plantaciones de moringa, una planta generosa y comestible que acaba de descubrir.

El Comandante, melancólicamente, advierte de que su hermano Raúl está deshaciendo toda su "obra revolucionaria", pero nada puede hacer, aunque a veces llama a algunos de sus viejos amiguetes para quejarse. Estos odian escucharlo. La oreja de la Seguridad del Estado es poderosa y cualquier complicidad, aunque sea pasiva, puede costar muy cara. Le responden con frases vagas y evasivas que no los comprometan. Allí le llaman a eso "hablar para los micrófonos". Son las miserias de los juegos de poder.

Raúl Castro, mientras tanto, continúa la lenta demolición del desastre que le dejó su hermano. El juicio, resumido por uno de los allegados, a condición de que no se revele su nombre, es implacable: "Fidel se dedicaba a la politiquería y se olvidaba de la administración". Y luego sigue: "se rodeó de acólitos corruptos e incompetentes que lo alababan constantemente, pero en privado se burlaban de él". La frase con que concluye su diagnóstico es muy severa: "el problema más grande del país no es el embargo norteamericano, sino la herencia del fidelismo. Raúl debería fusilar a unos cuantos". No sé si la historia absolverá a Fidel, como pronosticó hace sesenta años, pero los raulistas ya lo condenan.

Raúl no va a fusilar a nadie. Fue un joven sanguinario, mas a los 80 años la ancianidad y la influencia de su hija Mariela lo han moderado. Ser un asesino de opositores no es bien visto en los tiempos que corren. Raúl tiene tres objetivos. El primero, es mantenerse en el poder junto a sus militares. El segundo, aliviar la asombrosa improductividad del sistema. El tercero, organizar la transmisión de la autoridad para que su muerte no interrumpa el control de la dinastía.

El primer objetivo y el tercero dependen del segundo. Marx, que se equivocó en casi todo, tenía cierta razón cuando aseguraba que las relaciones de producción generaban las percepciones y, por ende, los comportamientos. Nadie duda en Cuba de que el país es un desastre miserable del que millones de personas quieren escapar. Apenas quedan defensores del colectivismo. Raúl quiere desmontar el sistema, pero poco a poco, en una demolición controlada.

Eso, sencillamente, no funciona y lo están comprobando. Crear y dirigir un sistema económico libre es un contrasentido. La economía de mercado exitosa es producto del surgimiento de un orden espontáneo, no de la planificación de unos cuantos burócratas trasnochados. Por eso siguen cayendo los índices de producción agrícola; por eso los microempresarios autorizados a existir —"cuentapropistas", les llaman— descubren cuán difícil es actuar en un ambiente económico hostil en el que continúan dependiendo de un Estado muy torpe que es el único suministrador de insumos y créditos.

Por otra parte, la demanda de libertades civiles es creciente. Los cubanos, incluidos los simpatizantes de la dictadura, quieren poder viajar libremente. Casi todos esperaban que se eliminara la odiada "tarjeta blanca" o permiso de salida. Los que estaban fuera pensaban que se suprimiría la necesidad de visa para ingresar a la patria. Pero Raúl se negó. Tiene miedo.

Sabe que los regímenes comunistas, como ha descrito el periodista Juan Manuel Cao, "colapsan por la estampida de la gente que huye". Su apuesta, absurda, irreal, es por una mejora sustancial de las condiciones de vida de los cubanos hasta el momento en que se reconciliarán con el gobierno y con el sistema híbrido de socio-capitalismo de partido único y mano dura. Eso no va a ocurrir nunca. A estas alturas debería saberlo.

Tomado del DIARIO DE CUBA

Última actualización el Sábado, 07 de Enero de 2012 11:41
 
Cuba triste PDF Imprimir E-mail
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Viernes, 06 de Enero de 2012 12:02

por Manuel Cuesta Morúa.-

La víspera de 2012, que en sentido cristiano debemos situar en la navidad, develó el rostro inusual de Cuba: el de la tristeza. El 31 de diciembre fue eso: el día del resumen en el que el progreso acumulado de frustraciones, esperanzas rotas y expectativas inciertas llegó algo hastiado a ese convencimiento que un autor posmoderno logró encerrar en esta frase poética: todo lo sólido se desvanece en el aire.

La tristeza es el estado psicológico que muestra la realidad o sensación del vacío desvanecido. Ese espacio etéreo en el que, a pesar de tener los pies puestos sobre la tierra, sentimos el estallido aéreo de los sueños y de aquellos objetos o troncos aparentemente sólidos que sostienen y dan sentido a nuestras vidas. Que esa tristeza aparezca en las caras de los cubanos es síntoma de que aquel vacío está expresando o el fin de una época, o el fin de nuestros propios vacíos o el vacío de nuestros fines: como propósito y objetivo.

Aquella tristeza es rara. Los cubanos somos idiosincráticamente alegres. No porque no nos atrape el desconsuelo en algún tramo del camino, sino porque sabemos ocultarlo, domarlo y enmascararlo hasta destruirlo en medio del jolgorio y el choteo, el escape adánico y hedónico, y la conclusión de la fiesta.

Y el 31 de diciembre es una de esas fases conclusivas en el que nuestra fiesta permanente nos embarga, nos embriaga y nos hace olvidar. Y provoca la epifanía: el momento en el que se revela, de un solo golpe, el ciclo repetido de esperanzas, como en los rituales antiguos de la fertilidad.

Enfatizo lo siguiente: la fiesta es olvido. Si una crítica justa se nos hace a los cubanos es que lo rematamos todo en una fiesta, y de que nunca nos faltan motivos para inventarla. Sin embargo, a menudo no se advierte que, en un sentido fundamental, aquella es casi siempre un modo de olvidar para recuperar, aferrándonos a la vida por su lado más aceptable: el del divertimento.

Si festejar nos parece hoy ese evento alegre para celebrar en reunión un logro o momento positivo, como puede ser el del nacimiento, la fiesta es en realidad ese carnaval humano en el que todo se invierte para confundirse: roles, jerarquías, funciones y temperamentos —en ella siempre pillamos bailando a personas normalmente hieráticas—, y muchas cosas se revelan como sorpresas: el regalo, las parejas ocultas, los amigos desconocidos o las dotes bien disimuladas de nuestros contemporáneos. Y la inversión —en el sentido de virar al revés― es el olvido necesario y momentáneo del tiempo y la realidad pasados más inmediatos. No para negarlos, sino para banalizarlos y humanizarlos de modo que nos suministren nuevas fuerzas. Es como el descanso, antes de continuar, en el que nos despojamos de nuestros ropajes al uso.

Si no se olvida, no hay fiesta. Si no hay fiesta, no se reponen energías ni se balancea el pasado, es decir, no hay paz ni reposos mentales que nos permitan reiniciar el proceso ritual de recrear nuestras vidas. A eso es a lo que llamo el vacío del fin, que no podía concluir esta vez en la fiesta anual del 31 de diciembre. El asunto no es exclusivamente económico, es fundamentalmente espiritual.

¿No hubo fiestas en Cuba? Claro que sí. Se lanzaron, artificialmente, fuegos artificiales. Algunos bebieron, comieron lechón asado, bailaron junto a amigos y familiares y a alguien debe quedarle por ahí cierta resaca. Pero, aun así, aquellos que pudieron, festejaron como cualquier día de goces. La fiesta colectiva de la nación, a través de cada familia del país; esa fiesta no ocurrió este 31 de diciembre.

¿Esta muerte de la fiesta colectiva anticipa de algún modo el fin de nuestros propios vacíos? Probablemente. La literatura de la decadencia, en su tendencia predominante, era y es decadente en sí misma porque no fija a través de la escritura y la reflexión las otras fiestas de ese espíritu que empieza a poblar los cuerpos vaciados. Ese espíritu plural que comienza a llenar y a otorgar nuevos sentidos, poco a poco y con variadas intensidades, al cuerpo social y cultural de la nación. Con sus particulares fiestas.

Pensemos en la pública fiesta religiosa de la Virgen de la Caridad del Cobre; en el Festival Poesía sin Fin; en las lecturas del Club de Escritores; en el Convite anual de Primavera de Cuba; en la Cena de Generación Y, y la presentación de su revista Voces; en los Encuentros de la Revista Convivencia; en la creativa irrupción cultural y de pensamiento de Estado de Sats; en el Coctel Anual de Nuevo País; en los Foros del Comité Ciudadanos por la Integración Racial; en los Premios Tolerancia Plus y en un rico etcétera de apariciones culturales. Si así lo concebimos, podríamos entender la decadencia ―el vacío del fin― como la necesaria quiebra societal que precede al retorno cultural de lo reprimido, de lo marginado y de las tendencias sociales por largo tiempo ocultadas.

Y que cada retorno se renueve en su propia fiesta anuncia la reconstrucción estable del tejido social mediante el rito anual y público de la conversación báquica, el humor desenfadado, la poesía total, la risa de sí mismo, la reconciliación abierta y la música y danza reparadoras ―el fin de nuestros propios vacíos.

El vacío del fin solo es y solo lo entiendo por tanto como el fin de la época revolucionaria, que justo muere como ritual algún tiempo después de morir en los hechos, luego de ser anticipada por la muerte de su espíritu.

Cuando los cubanos no pudieron olvidar/celebrar sus míseros salarios, el puesto de trabajo perdido o a punto de perder, la incapacidad para proveer a sus hijos o padres con el alimento cotidiano, la indigencia multirracial en la tercera edad, la violencia social y policial, la racialización de la miseria, el cinismo de Estado, el hundimiento de los valores humanos o las certidumbres interrumpidas por acontecimientos incontrolables están manifestando el fin de una época en que esas mismas miserias, incapacidades o certidumbres interruptas eran celebradas cada 31 de diciembre como el sacrificio obligado, en medio de las feas herencias revisitadas, antes del reinicio de cada 1ro. de enero.

Y esa continuidad circular no puede repetirse ya más como reparación y restauración de ese orden político a través de una auténtica fiesta de fin de año, captando así ese fin del vacío revolucionario.

Detrás del silencio altamente sospechoso de este 31 de diciembre ―en lo que podría ser interpretado como la huelga de la fiesta en un pueblo supra divertido― puede intuirse el sondeo amargo en el intento de colmar, finalmente, el vacío de nuestros fines. La búsqueda de nuevas metas y objetivos que, tras la recuperación y reparación de las familias, culminen en una nueva fiesta colectivamente gozada un 31 de diciembre. Porque hasta que nuestros vacíos no sean colmados, Cuba seguirá triste.

Tomado de CUBAENCUENTRO

Última actualización el Sábado, 07 de Enero de 2012 11:42
 
El prontuario criminal del castrismo PDF Imprimir E-mail
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Viernes, 06 de Enero de 2012 20:57
Por Pedro Corzo.-

El legado de Fidel Castro, del que no se puede excluir a su hermano Raúl porque hizo aportes esenciales a la sobrevivencia del régimen, es un prontuario criminal que empequeñece al de cualquier otro dictador del hemisferio.

Castro irrumpió en la política a través del pandillerismo universitario. No pudo acceder al liderazgo de la Federación Estudiantil Universitaria, y se asoció con los dos grupos más violentos que operaban en la década del 40 en la Universidad de La Habana.

Su capacidad para sobrevivir se desarrolló entre aquellas familias mafiosas. Allí aprendió a mezclar el asesinato con la adulación. Audaz, inteligente y manipulador, se rodeó de un grupo de incondicionales que le han sido fieles por décadas.

Más tarde, un enemigo sin convicciones lastrado por la corrupción le permitió convertir unas escaramuzas rurales en una epopeya digna de Homero. La clase dirigente cubana y la prensa nacional, salvo honrosas excepciones, hicieron dejación de su soberanía. El populacho fue consumido por un nuevo César que desde el principio les dio circo y poco a poco les robó el pan.

El totalitarismo se dio nuevas leyes. Las parodias de procesos legales permitían asesinatos públicos. Se fusiló en parques, cementerios y detrás de las escuelas. Se militarizó la sociedad. Se implantó el terror. Se impuso un paradigma que promovía el odio para resolver las diferencias. Las bases culturales y morales de la nación fueron quebradas para introducir nuevos valores y dogmas.

La escuela fue cuartel y centro de adoctrinamiento.

Decenas de miles de personas fueron a prisión. Miles más partieron al exilio. La libertad intelectual desapareció. Se estableció un estricto control de los medios informativos. Las religiones fueron enclaustradas en sus templos. Una especie de nueva devoción impuso sus propias tradiciones, cultos, lutos y fiestas.

Paradójicamente el chauvinismo que impulsó el oficialismo de que Cuba y lo cubano era mejor y superior, fue transformándose en un profundo sentimiento de frustración, según el individuo fue viviendo los fracasos y padeciendo las contradicciones del régimen.

El “compañero” se quedó de pronto sin los sostenes teóricos que por décadas le habían sido insuflados. Se percató que se había formado en un ambiente en el que las consignas sustituían los pensamientos y la mentira se convertía en verdad y en poco tiempo volvía a ser mentira, que el fraude procedía desde las más altas esferas y que la igualdad era otra gran estafa.

El miedo y la conveniencia sustituyeron al concepto del derecho personal. Un amplio sector del país se conduce con feroz individualismo, practica el cinismo más ramplón y conforma una masa coloidal que se adapta a la situación que menos esfuerzo demande.

Los promovidos progresos cubanos, deporte, educación y salud, fueron otra decepción. Se acabaron las contribuciones y el milagro social se desplomó.

En la isla se ha establecido una nomenclatura que ha disfrutado sin interrupción del poder absoluto. Se instituyó una aristocracia artística, deportiva e intelectual, supeditadas al compromiso político. Las Fuerzas Armadas sirvieron como ejércitos mercenarios, y hoy son generadoras de fortunas para sus generales. El movimiento obrero es otra empresa del estado.

La estafa, la vulgarización del lenguaje y las costumbres, la masificación del ciudadano hicieron desaparecer al individuo y por consiguiente la privacidad.

El pudor se escabulló en la promiscuidad y la prostitución, presentes en toda sociedad, pero siempre cuestionadas.

La corrupción, el abuso de poder y el cisma provocado por la sectarización moral e ideológica de la nación, han alcanzado niveles nunca imaginados. Décadas de castrismo han esparcido una dolorosa sombra en el presente, y prometen un angustioso alumbramiento de futuro.

En la actualidad la economía es parásita, mendiga, dependiente de la generosidad de otros países como Venezuela y China. Se habla de reformas económicas, pero no se puede obviar que el régimen ha reprimido por décadas el desarrollo de una economía independiente.

Fidel y Raúl Castro dejan una herencia lamentable. Los números están en rojo, no solo porque la economía esté destruida, sino por la frustración de millones de personas que compraron el sueño que les fue robado, por la amargura de los que enfrentaron el sistema sin éxitos y por una sociedad que salvo excepciones, ha perdido las esperanzas.

Periodista de Radio Martí.


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