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Artigos: Cuba
Cuba sin Chávez PDF Imprimir E-mail
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Viernes, 01 de Julio de 2011 09:48

Por HUBER MATOS ARALUCE

La publicitada complicación de salud de Hugo Chávez y su prolongada estancia en La Habana nos obliga a prever la futura posibilidad de una Cuba sin Chávez.  El autócrata venezolano pudo haber muerto por la cirugía que se le hizo en la isla o por la enfermedad que la provocó.   Podría perder la vida o el poder por cualquier otra razón.  Es probable que en tal circunstancia  Cuba se quede sin la subvención venezolana.

 

Sin la más importante fuente de ingresos de la economía isleña, que no se limita al petróleo venezolano, el castrismo quedaría dependiente de otras dos fuentes nada seguras: a) Las remesas y los envíos de los exiliados cubanos.  b)  Las ganancias del turismo.  Los ingresos de la industria turística son relativamente modestos porque una buena parte de los insumos necesarios para atender el turismo tienen que ser importados.

 

Además, el turismo es una industria susceptible  a las conmociones sociales. Por ejemplo, la industria turística de Egipto está pasando por una situación muy difícil como consecuencia de la revuelta popular relativamente pacífica que conmocionó a ese país.  Un cambio de mando en Venezuela provocaría tensiones en Cuba que perjudicarían el turismo.   Esta industria comenzaría a sentir las consecuencias mucho antes que el petróleo venezolano dejara de llegar a Cuba y los hoteles apagaran sus unidades de aire acondicionado.

 

En estas circunstancias el gobierno cubano quedaría dependiendo de las remesas, los envíos de mercadería y lo viajes de los exiliados a la isla.  La tiranía estaría a merced de la continua generosidad de sus enemigos los exiliados, o a la política de Washington sobre los viajes y envíos de los exiliados a Cuba.   ¿Cómo actuaria sobre este asunto Obama de ser reelegido? O quizás un presidente republicano puede decidir  frenar al máximo esos ingresos.

 

Raúl Castro y sus acólitos no son ajenos a estas posibilidades.  Tienen y tendrían dos alternativas: Acelerar el proceso de reformas o empecinarse como han hecho hasta ahora atrincherados detrás de sus temores al cambio.

 

En el primer caso tendrían que llegar a un acuerdo con los Estados Unidos.  En este escenario los planteamientos de una transición hacia la democracia por parte de los exiliados difícilmente podrían pasarse por alto.

 

Lo que decidieran hacer los castristas son sus opciones, pero tenemos que tenerlas muy en cuenta.  La  oposición dentro y fuera de Cuba debe prepararse para una eventual  Cuba sin Chávez no importa cuando suceda.  Las fuerzas democráticas cubanas no han estado preparadas para el caso ni todavía lo estamos.  La confusión creada en las últimas semanas nos ha brindado la oportunidad de meditar en lo que debemos hacer si un día Chávez ya no está en el poder.   No podemos arriesgarnos a que nuestro país tome un camino de incertidumbres después del castrismo.

 
El saco de los inconformes PDF Imprimir E-mail
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Sábado, 02 de Julio de 2011 10:54

Por YOANI SANCHEZ

Una imagen endulzada muestra a Cuba como un país donde triunfó la justicia social a pesar de tener como enemigo al imperialismo norteamericano. Durante más de medio siglo, se ha alimentado el espejismo de un pueblo unido en torno a un ideal, trabajando denodadamente por alcanzar la utopía bajo la sabia dirección de sus líderes. La propaganda política y la turística, distorsionadoras de nuestra realidad, han echado a correr la voz de que quienes se oponen a la causa revolucionaria son mercenarios sin ideología al servicio de amos extranjeros. Cabe preguntarse cómo ocurrió el proceso que llevó a millones de seres en este planeta a creer que la unanimidad se había instalado —de manera natural y voluntaria— en una isla de ciento once mil kilómetros cuadrados. Qué les hizo creerse el cuento de una nación ideológicamente monocromática y de un Partido que representaba y era apoyado por cada uno de sus pobladores. En el año 1959, cuando triunfó la insurrección contra el dictador Fulgencio Batista, los barbudos llegados al poder lanzaron a sus enemigos a un saco con el rótulo “esbirros y torturadores de la tiranía”.

A lo largo de la década del sesenta y como consecuencia de las leyes revolucionarias que terminaron por confiscar todas las propiedades productivas y lucrativas, aquel reservorio inicial tuvo que ensancharse y le añadieron las etiquetas “los terratenientes y explotadores de los humildes”, “los que pretenden regresar al bochornoso pasado capitalista” y otras de igual corte clasista. Al llegar los años ochenta cayeron en el depósito de los contrarios al sistema también “los que no están dispuestos a sacrificarse por el futuro luminoso” y “la escoria”, ese hallazgo lingüístico que pretendía definir a un subproducto del crisol donde se forjaba no solo la sociedad socialista sino también el hombre nuevo, que tendría el deber de construirla y algún día el placer de disfrutarla. Los rotuladores de la opinión no hacen ninguna diferencia entre quienes se opusieron a las promesas iniciales de transformación social y los creyentes que terminaron frustrados ante su incumplimiento. Porque toda promesa tiene un plazo, sobre todo si es política y cuando caducan las prórrogas proclamadas en los discursos, se agota la paciencia y aparecen posiciones difíciles de etiquetar por esos eternos clasificadores de ciudadanos. De manera que desde hace varias décadas han aparecido en Cuba quienes sostienen que las cosas debieron hacerse de otra forma, los que llegaron a la conclusión de que toda una nación fue arrastrada a la realización de una misión imposible, un gran número que quisiera introducir algunas reformas e incluso los que pretenden cambiarlo todo.

Pero ahí está el saco con su insaciable boca abierta y la misma mano arrojando a su interior a todo el que se atreva a enfrentarse a la única posible “verdad” monopolizada por el poder. No importa si es socialdemócrata o liberal, demócrata cristiano o ecologista, o simplemente un inconforme independiente; si no está de acuerdo con los dictados del único partido permitido —el comunista—, es tomado como un opositor, un mercenario, un vendepatria, en fin, se le clasifica como un agente a sueldo del imperialismo.

Obstinadamente muchos siguen mirando la estampita edulcorada que muestra un proceso social justiciero y tratan de justificar la intolerancia que lo acompaña a partir de sus logros —ya bastante deteriorados— en la salud y la educación. Son quienes no pueden entender que los modelos usados para perfilar el retrato triunfalista del sistema cubano, se tornan muy diferentes cuando se bajan del pedestal donde posan. Paciente hospitalario y alumno de una escuela no son sinónimos de ciudadanos de una república. Cuando un hombre o una mujer de carne y hueso —con aspiraciones personales y sueños propios— se encuentra fuera de “la zona de beneficios de la revolución”, descubre que no tiene un espacio privado donde fundar una familia, ni un salario correspondiente con su trabajo, ni un proyecto de prosperidad lícito y decente. Cuando además reflexiona sobre los caminos que tiene a su alcance para modificar su situación, encuentra que solo le queda emigrar o delinquir. Si llega a meditar en como modificar la situación del país, descubrirá lleno de pánico el amenazante dedo acusador de un Estado omnipresente, el insulto descalificador, la intolerancia revolucionaria que no admite ni críticas ni propuestas. Se dará cuenta entonces que ha ido a parar al saco de los disidentes, donde por el momento sólo le aguarda la estigmatización, el exilio o la cárcel.

Yoani Sánchez La Habana Este artículo de Yoani Sánchez aparece publicado en el número 2 de la revista independiente VOCES.

 

 
La pérdida de legitimidad del régimen castrista PDF Imprimir E-mail
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Lunes, 27 de Junio de 2011 01:35

Por Jorge Hernández Fonseca

Uno de los aspectos que comienza a debilitarse dentro del régimen castrista actual es su legitimidad. Esa pérdida de validación se evidencia mucho más con la puesta en práctica de los denominados “cambios” que el régimen de Raúl Castro implanta en el área socio-económica.

 

La pérdida de legitimidad del régimen castrista

Jorge Hernández Fonseca

 

26 de Junio de 2011

 

Uno de los aspectos que comienza a debilitarse dentro del régimen castrista actual es su legitimidad. Esa pérdida de validación se evidencia mucho más con la puesta en práctica de los denominados “cambios” que el régimen de Raúl Castro implanta en el área socio-económica.

 

Es notoria la diferencia de objetivos de los actuales “cambios” que se llevan adelante, en comparación con los “disparates” (según dijera el dirigente castrista Alfredo Guevara) que se aceptaron como válidos en el último medio siglo. Si hasta poco tiempo atrás se intentaba seguir un determinado ‘guión’ en los principales campos de la sociedad cubana, no se pueden introducir “cambios” fundamentales sin que haya una percepción de pérdida real de legitimidad a los ojos de los cubanos de la isla, así como ante los diversos actores internacionales.

 

La legitimidad del régimen castrista ha sido --histórica y contradictoriamente-- uno de los puntos fuertes de la dictadura implantada en Cuba. ¿Cómo Fidel Castro consiguió legitimar su régimen dictatorial –dentro y fuera de la isla-- en medio de un Mundo mayoritariamente democrático? Es una pregunta que politólogos e historiadores deben responder. Seguramente no faltarán las referencias al imaginario colectivo en los aspectos simbólicos asociados a Robin Hood, David y Goliat y al antropológico y ancestral espíritu “anti-imperio”, sea este griego, romano o “yanqui”.

 

Resulta lógico deducir que esta pérdida de legitimidad pudiera acarrear una afectación en la magnitud del control del poder político que el castrismo ejerce actualmente sobre la sociedad cubana. No hay evidencias de una relación causa efecto inmediato entre pérdida de legitimidad y pérdida del poder político, cuando de una dictadura se trata. No obstante, perder las razones de su proceder es claramente un primer paso para el fracaso de cualquier régimen autoritario.

 

El intelectual, historiador y exiliado cubano Rafael Rojas nos acaba de entregar un formidable análisis, “Contra el relato oficial”, sobre la legitimidad del régimen castrista basada en la “historia oficial”, ficción elaborada e imaginativa de la historia de Cuba, como sustrato inventado que justifica a la dictadura. Sin embargo, la legitimidad es un valor complejo y multidimensional, soportado no solamente en la ‘historia’, sino también en otras categorías importantes, en cuya profundización –como ha hecho Rojas con la categoría ‘historia’-- se podría obtener más claridad respecto a la situación crítica por la que atraviesa el poder castrista actualmente.

 

De la misma manera que se clasifica la ‘legitimidad’ como siendo un ‘valor’ para cualquier régimen, existe en la actualidad otro valor que se toma como referencia para otorgar --o no-- la legitimidad: ese valor es la ‘democracia’. El dictador cubano insistía mucho al inicio del proceso de toma de las riendas del estado, hegemónicamente, en el carácter “democrático” de su gobierno, insistiendo en que “democracia era esta (la suya) que le daba escuela a los niños, fusiles a los obreros y no discriminaba a los negros…”, distorsionando la palabra democracia.

 

Además de la categoría ‘historia’ y de la referencia democrática, la legitimidad de un régimen también es soportada por otra categoría importante, la ‘ideología’, vista como el motor intelectual de los acontecimientos, pasados, presentes y futuros. La mayoría de las veces la ideología se identifica como siendo el soporte principal de cualquier régimen y ofrece las bases para el análisis de la coherencia con lo sucedido antes, así como ofrece guías para predecir lo que pudiera suceder con acontecimientos futuros de un determinado gobierno.

 

Como es conocido, la ideología marxista-leninista, al inicio del proceso dictatorial en Cuba, era una ideología que deslegitimaba al gobierno, razones por la que Castro y sus hombres ocultaron sus verdaderas intenciones para poder tomar las riendas absolutas del poder político. Este procedimiento engañoso, como método de acción, deslegitimiza sin dudas al castrismo.

 

Otra categoría inmediatamente identificada como soporte de cualquier régimen es la ‘política’, vista como la actuación efectiva del régimen dentro de la sociedad que dirige, así como los eventos políticos que le dieron origen --golpe de estado, elecciones (libres o amañadas) revuelta armada-- entre otros indicadores de legitimidad política. La política legitima valorando el origen del régimen, analizando las Instituciones que crea, además de analizar lo realmente ejecutado en el mundo real de la sociedad que dirige y la manera de proyectarse gobernando.

 

Finalmente, la categoría ‘económica’, entendida como el área de toda sociedad donde se producen y comercializan los valores económicos y financieros, se constituye en otro soporte de cualquier régimen. Si la “economía” va bien, el resto de los problemas se ecuacionan con más facilidad. Es esta categoría la que más toca a todos y cada uno de los miembros de la sociedad.

 

De manera que, no es solamente a través de una historia oficial, aparentemente coherente, como se puede haber logrado la legitimidad del régimen castrista. Un factor relevante --sin ser absoluto-- que colaboró con la relativa legitimidad que hasta ahora ha disfrutado la dictadura cubana, no se debe tanto al haber elaborado una historia oficial favorable, sino a una causa externa: el apoyo militar y económico de la antigua Unión Soviética antes y de la Venezuela chavista ahora, verdaderos padrinos y sostenedores del castrismo, que si bien no son factores legitimadores, sí lo son de imposición, soporte y mantención del estatus dictatorial, sumado al anti-norteamericanismo militante practicado en toda Latinoamérica, en Europa y en Asia.

 

En el caso de Cuba, el hecho que el régimen haya abrazado una ideología que lo deslegitima a los ojos del ‘valor’ democracia, ha tenido que usar recursos retóricos y falsos como lo es la historia oficial –inventando una secuencia imaginaria de base marxista-- con vistas a procurar una legitimidad histórica de la que carece por falsa. Siendo el régimen castrista --a pesar de lo que diga-- un régimen no democrático, justifica parcialmente su procedimiento asociando hechos históricos reales a motivaciones marxistas inexistentes, creando una pieza de ficción.

 

Analizando las diversas categorías (además de la categoría ‘historia’, ya desmenuzada por Rojas) que servirían para legitimar al castrismo, tendríamos un panorama como el siguiente:

 

Desde el punto de vista ideológico, el marxismo-leninismo abrazado por Castro y su partido, además de constituirse en un elemento delegitimizador (por anti-democrático) demostró su falta de validad en la aplicación práctica de sus principios en el mundo real de todos los países donde fue aplicado, incluyendo a Cuba. No voy a referirme a la aseveración frecuente “Fidel Castro no es marxista”. Ya una polémica similar la viví estando en Cuba, cuando China y Rusia se acusaban mutuamente de no ser marxistas. La interpreto como un intento insensato de legitimar una ideología, el marxismo, demostradamente deslegitimada en la práctica social.

 

Con relación a la segunda categoría propuesta aquí como potencial legitimadora del régimen cubano, la ‘política’, hay que decir que no ha habido en toda la historia de la isla una política más destructiva, insensata y autofágica que la política aplicada en Cuba por el castrismo. Además de implantar una dictadura y lejos de crear Instituciones políticas sólidas, implantó un eunuco sistema de partido único; dividió la isla en múltiples provincias de manera artificial, sólo para multiplicar la burocracia y el control absoluto que lo caracterizan, y como es sabido, cercenó la libertad política, madre de todo avance en el campo del manejo gubernamental.

 

Respecto a la categoría económica, es poco lo que se pueda añadir además de lo dicho por el propio Raúl Castro al intentar, primero (ahora) tibiamente (después ya lo sabemos) eliminar todo vestigio de economía estatizada por ineficiente y corrupta e implantar un sistema de mercado. No se dice abiertamente por dos razones: primero, porque todavía no ha muerto Fidel y segundo, ganar tiempo en el difícil camino del asumir el fracaso con todas sus implicaciones.

 

Para el marxismo, el fracaso con la estatización de la categoría ‘economía’, representa similar revés que para la categoría ‘política’ representó la ‘dictadura’ propuesta por el leninismo. En ambos casos, no hay posibilidades de legitimización para el régimen cubano.

 

Siendo así, una dictadura precariamente legitimada, primero con el dinero soviético y ahora con el dinero chavista, carece de posibilidades de apelar a ser legitimada por razones históricas, ideológicas, políticas o económicas. Sólo le queda el camino sensato y responsable de entregar los destinos del país a personas que sean legitimadas por las urnas, restablezcan una historia diversa, inclusiva y verdadera, que implanten un sistema político democrático y multipartidista, así como una economía de mercado donde los cubanos retomen el control de sus destinos en todos los órdenes de la vida, con libertad política, económica y de expresión.

 

 

Artículos de este autor pueden ser consultados en http://www.cubalibredigital.com

 
Entre el abismo y el disparate PDF Imprimir E-mail
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Sábado, 25 de Junio de 2011 23:15

Por HUBER MATOS ARALUCE

Hace algún tiempo Raúl Castro públicamente admitió que si en Cuba no se hacian cambios el sistema caería al abismo.  Ahora  otro anciano dirigente, Alfredo Guevara, da su versión de la realidad nacional.  Dice que en Cuba se vive un disparate.  Aclara que en el país se vive un disparate en transición hacia el socialismo.

 

No hay por qué dudar de la opinión de ninguno de los dos.  Raúl estaba en lo cierto. Como no se han hecho los cambios el país se encuentra ya en el abismo.  Guevara parece más optimista aunque se contradiga.  Dice que se vive un disparate en transición a otro disparate, el socialismo.

 

Cuando las cosas están mal las dictaduras por lo general culpan a un enemigo.  Eso hizo Fidel Castro por medio siglo acusando a los Estados Unidos y al “bloqueo” por los fracasos que él y el socialismo habían traído al país. La excusa perdió tanta validez que ni Raúl Castro ni Alfredo Guevara la utilizan.

 

Raúl, a su manera, ha repasado la responsabilidad al pueblo y al sistema.  Guevara apunta a la burocracias como la fuente de los males.  Dice que: “El crimen más grande que podemos cometer es aceptar que la ignorancia ocupe cargos … y hay demasiada ignorancia en nuestro Estado todavía”. Por esta razón Guevara dice que hay que “destruir este aparataje descomunal que ha decomisado la sociedad”.


Las declaraciones de ambos (Alfredo y Raúl) culpan a alguien aunque no lo mencionen. El responsable del desastre que vive la Cuba actual es resultado de medio siglo de locuras del Comandante en Jefe: Fidel Castro.

 

Alfredo y Raul han querido lavarse las manos antes de encaminarse al cementerio.  Este no es el momento de juzgar esas responsabilidades y estos dos “perestroikos” han sido cómplices de la caída al abismo y del disparate.  Pero ahora lo importante es el impacto del mensaje a la población la burocracia y la comunidad internacional.

 

Última actualización el Sábado, 25 de Junio de 2011 23:20
 
Un diván del tamaño de Europa PDF Imprimir E-mail
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Martes, 21 de Junio de 2011 23:42

Por RÚL RIVERO

La diplomacia de la Unión Europea funciona –exclusivamente con relación a Cuba—bajo los síntomas de una patología que alguna vez estudiarán los sabios y los expertos como un fenómeno regional de politiquería, indolencia y ofuscación. Se trata de una reacción senil y melancólica que hace que los funcionarios necesiten interlocutores y viajeros que los engatusen y les digan mentiras sobre la realidad de la vida en la isla.

Y es que el grupo que dirige la señora Catherine Ashton, Alta Representante de Política Exterior de la UE, siente la necesidad de regularizar las relaciones con el régimen de La Habana, y para avanzar en ese camino recibe en Bruselas a mensajeros complacientes y a embusteros profesionales. Todo esto, a pesar del desastre de un programa que comenzó en el otoño del 2010 y culminó con el fracaso de un viaje especial del canciller Bruno Rodríguez en febrero pasado.

Ahora, recorre el continente otro enviado del Caribe. Trae una copia al carbón de lo que vino a decir Rodríguez, pero ha dejado en algunos despachos –después de una conversación con la señora Ashton-- este nuevo recado melodioso de la categoría de los quieren escuchar los diplomáticos: “Cuba es un país tan libre en todos los sentidos que nunca ha tenido presos políticos".

España sigue de garante del gobierno de la isla en ese empeño. Este fin de semana en Madrid se ha recibido al mensajero que niega la existencia de prisioneros de conciencia. Los periodistas que siguen aquí esta especie de guantanamera internacional se preguntan dónde hallará sus puntos de acuerdo con los representantes de un país que ha recibido en los últimos meses a un centenar de presos y está en pleno desarrollo la gestión de entrega de su documentación de exiliados políticos.

El equipo de negociadores de UE tiene prisa, quiere conseguir a toda costa unos acuerdos antes del mes que viene para poner el tema cubano a consideración de sus socios. Lo que no han aclarado es qué argumentos van a llevar a las cancillerías del Reino Unido, Suecia y la República Checa, los tres países que han tenido una posición de firmeza y claridad ante la persistencia de la Ashton y sus hombres de escuchar patrañas y de mantener “contactos constructivos” con los heraldos caribeños.

Esos diplomáticos, como se dice por acá, van a su aire. No hay interés real en acercarse con objetividad y decencia al día a día de los ciudadanos de Cuba. Prefieren oír historias editadas.

La Unión Europea busca unidad y consenso para correr a suscribir acuerdos y, con ellos, respaldar el llamado proceso de cambios cubanos. Un movimiento que no ha ido más allá de pasarle la miseria estatal a ciertas zonas de la gestión privada, al tiempo que se intensifica la represión, se acosa con fuerza la labor de los opositores pacíficos y ni se menciona la alternativa de abrir la sociedad a la libertad y al respeto de los derechos humanos.

 
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