Escrito por Tomado de INFOBAE
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Sábado, 09 de Febrero de 2013 10:40 |
Por Jorge Castañeda.- El propósito de la Celac es evidente: crear una estructura regional que incluya a Cuba y excluya a Estados Unidos y a Canadá. No sorprendería que Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua se retiren de la OEA y se refugien en esta institución, aunque carezca de documentos fundacionales, presupuesto, sede y burocracia.
Hace unos días se celebró en Santiago de Chile la primera reunión ordinaria de una organización latinoamericana. Se trata de la Celac, un adefesio institucional ideado por Hugo Chávez y los países del ALBA, e instrumentada, incomprensiblemente, por México y Brasil.
Su propósito es evidente: crear una estructura regional que incluya a Cuba y excluya a Estados Unidos y a Canadá. No sorprendería que Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua se retiren de la OEA y se refugien en esta institución, aunque carezca de documentos fundacionales, presupuesto, sede y burocracia.
Para no confundir el propósito de este engendro regional, la presidencia pro tempore del organismo recayó en Raúl Castro. Si de por sí resultó desconcertante que una organización compuesta por países democráticos fuera presidida por alguien designado por su hermano, lo que dijo el presidente de Cuba dejó atónitos a los presentes.
Según la versión estenográfica, el viejo militar afirmó: “Vamos a combatir la droga [...] a sangre y fuego [...] Nuestras leyes permiten la pena de muerte; está suspendida, pero está de reserva, porque una vez la suspendimos y lo único que hicimos [...] fue estimular las agresiones y los sabotajes contra nuestro país [...] Por eso, en Cuba, no hay drogas”.
Es cierto lo que dice: existe la pena de muerte en Cuba, fue utilizada supuestamente para combatir el narcotráfico, contra Arnaldo Ochoa y Antonio de la Guardia; y después contra jóvenes que secuestraron una balsa para huir de la isla. Y en cuanto a “sangre y fuego”, nadie duda de que el régimen castrista ha combatido toda oposición, delitos reales o imaginarios (la homosexualidad, el sida, la disidencia) con saña y sin cuartel.
El carácter insólito de las palabras de Raúl Castro reside en el desentono con la tendencia general sobre el tema de la droga. Los presidentes latinoamericanos resolvieron en la Cumbre Iberoamericana encomendarle a la OEA que produjera estudios sobre el consumo, el tráfico y la producción de estupefacientes ilícitos, así como de mejores prácticas en el mundo. Presidentes en funciones como Santos, Pérez Molina, Chinchilla, Mújica y Fernández de Kirchner se han manifestado a favor de la legalización de la marihuana o de un debate al respecto. Ex jefes de Estado como Zedillo y Fox de México, Gaviria y Samper de Colombia, Cardoso de Brasil y Lagos de Chile han hecho lo mismo.
En Europa, varios países buscan alternativas a la política punitiva y prohibicionista impuesta por Estados Unidos desde 1971. Incluso en Estados Unidos, la despenalización de la marihuana ha avanzado, primero para fines médicos y, después, para uso recreativo. Hasta la draconiana política carcelaria se esfuma en Estados Unidos ante su obvio fracaso y costo.
En síntesis, América Latina, que ya padeció el camino de “sangre y fuego”, sabe que sólo lleva a la muerte, a la violencia y a la represión, y no al “no habrá droga”. El otro sendero, el de Malasia, Singapur y países semejantes, es una barbaridad en las democracias latinoamericanas. Salvo en el único país que no puede ser catalogado como tal: Cuba.
Entonces a la primera aberración -una dictadura dentro de este universo democrático- se suma una segunda: la propuesta de una radicalización de ”la guerra contra la droga’’, al estilo de Uribe y de Calderón, y ahora de los Castro. Todos los países latinoamericanos han firmado instrumentos como la Convención Americana sobre Derechos Humanos, o la Carta Democrática Interamericana. Cuba no acepta ninguno de dichos documentos. Por tanto, no se entiende la razón del nombramiento de Raúl Castro, ni tampoco por qué gobiernos con simpatía por Cuba o sin ella avalan hechos que rechazan en otros casos.
Pero carece aún más de sentido que Cuba presida el organismo y aproveche su turno para hacer proselitismo a favor de una postura cada vez más rechazada. Sobre todo cuando es evidente que dicha postura únicamente es sostenible gracias a la naturaleza autoritaria del régimen cubano. ¿”A sangre y fuego”? ¿Alguien más se atreve?
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Cuba en la era de Raúl Castro |
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Escrito por Tomado de INFOBAE
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Lunes, 04 de Febrero de 2013 12:54 |
Por Carlos Alberto Montaner.-
Raúl Castro le entregó el pasaporte a Yoani Sánchez. Personalizo la anécdota porque “el gobierno cubano” es una entelequia. Desde hace más de medio siglo ahí se hace lo que desean y deciden los hermanos Castro. Nadie aclaró nada sobre la larga lista de cubanos “regulados” que no pueden salir del país. Le negaron el pasaporte, por ejemplo, a Rosa María Payá, la hija de Oswaldo, el líder democristiano muerto en un accidente de tránsito recientemente. Los Castro son los dueños del rebaño. Pueden hacer lo que les da la gana con sus súbditos.
Sin embargo, es obvio que Raúl Castro desea hacer algunos cambios. ¿Por qué? Porque se da cuenta del horrendo desastre provocado por la revolución. Él no es, como Fidel, un tipo cegado por las fantasías ideológicas. Es más práctico. Tiene los pies en la tierra. Naturalmente, no es mejor que su hermano. Fidel asesinaba u ordenaba asesinatos por cálculos políticos. Raúl mataba como una tarea revolucionaria. Era, creía, su sanguinario deber.
¿Por qué no avanzan las reformas? Lo ha explicado muy objetivamente el economista Carmelo Mesa Lago, decano de los estudios cubanos, en un excelente libro, titulado como este artículo, publicado en España por la Editorial Colibrí: “Las reformas estructurales, que son más complejas y cruciales, mayormente no han logrado un claro éxito hasta ahora, en buena parte debido a trabas y desincentivos (algunos suavizados por ajustes posteriores), pero también por fallas de diseño y profundidad en los cambios. La actualización del modelo económico, con predominio de la planificación centralizada y la empresa estatal, tiene el lastre de 52 años de similares intentos fallidos”.
En Cuba -de acuerdo con la obra de Carmelo- ha habido diez ciclos económicos y numerosas reformas, invariablemente frenadas y revertidas por la obsesión fidelista por el control, el colectivismo y la visión dogmática. Esta vez no es diferente. Es verdad que gobierna Raúl, pero la sombra de Fidel planea sobre los cambios y los impide.
Cuando Raúl les dice a los visitantes que llegan a su despacho que “alguna gente” se opone a los cambios y debe ir muy gradualmente para vencer esos obstáculos, es un penoso eufemismo. “Alguna gente” es Fidel Castro. Allí no hay nadie con autoridad o pantalones para frenar nada o para oponerse, exceptuado el viejo y muy deteriorado Comandante.
Es al revés: entre la clase dirigente prevalece la misma sensación de fracaso y frustración que embarga al propio Raúl. Si mañana el general-presidente, ante la evidencia de que no sirve para nada, se atreviera a admitir que hay que desmontar total y rápidamente ese absurdo disparate, los aplausos lo dejaban sordo.
Pero su subordinación intelectual y emocional a Fidel es absoluta. Gobierna para complacerlo, aunque intuya que se está equivocando. El discurso que Raúl acaba de pronunciar en Chile durante la reunión de la Celac, donde se refiere a Fidel como su “jefe”, es la penosa demostración de esta enfermiza relación. Ahí están, encapsuladas, todas las seculares tonterías antiamericanas y antieconómicas que mantienen a Cuba en la miseria y a los cubanos soñando con huir de esa pesadilla.
Lo curioso es que Raúl Castro tiene entre sus objetivos restablecer y normalizar las relaciones con Estados Unidos, y sabe que eso va a ser imposible si no comienza una apertura política real.
Se lo explicó el presidente Obama al periodista José Díaz-Balart de la cadena Telemundo: para considerar un cambio radical de la política norteamericana hacia Cuba hay que soltar los prisioneros, aceptar la prensa libre y el derecho a la libre asociación. Es lo mínimo.
Está muy bien que le den el pasaporte a Yoani, pero no es suficiente. Desde la perspectiva de Washington, es la dictadura cubana la que debe renunciar a sus peores rasgos. Es muy interesante que en la Isla todavía rueden autos de hace setenta años, pero es trágico que ese pobre país siga gobernado con el espíritu y las reglas de esa época. Obama dixit.
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La “mano dura” al frente de la Celac |
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Escrito por Indicado en la materia
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Viernes, 01 de Febrero de 2013 22:30 |
Por Gabriel Salvia.-
Una de las grandes paradojas de los sectores pseudo-progresistas es no solamente defender a un régimen de partido único en Cuba, sino avalar algo muy caro a sus ideas, como la aplicación de la pena de muerte en ese país. Es el caso contradictorio, por ejemplo, del Premio Nobel de la Paz argentino Adolfo Pérez Esquivel o del destituido alcalde de Buenos Aires Aníbal Ibarra, quien enseñaba derecho penal haciéndole leer a sus alumnos Reflexiones sobre la guillotina de Albert Camus. Lo mismo sucede con otros tantos personajes latinoamericanos, de cuestionables convicciones democráticas, que defienden abierta e impunemente al régimen militar de los hermanos Castro.
Por eso no llama la atención que, sin ningún desparpajo, Raúl Castro justifique la tipificación de la pena de muerte en el sistema legal cubano como lo hizo durante la reciente reunión de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). Lo justificó alegando las amenazas del narcotráfico, algo poco creíble viniendo de un aliado de las FARC, pero también como respuesta a los supuestos “atentados y sabotajes” que sufre esta “pacífica” revolución encabezada por militares armados hasta los dientes.
Vale la pena recordar que en marzo de 2003 el régimen de los Castro aplicó la pena de muerte a tres mulatos, quienes con el objetivo de emigrar secuestraron una lancha sin provocar ningún tipo de daño a terceros. Es decir, estas tres personas no cometieron un delito grave, pero como advertencia “ejemplificadora” a una sociedad que vive bajo esclavitud política fueron condenados a pena de muerte y ejecutados en una semana tras un juicio sumarísimo.
De ahí el famoso “hasta aquí he llegado” de José Saramago y otros tantos intelectuales de izquierda hasta entonces simpatizantes de la revolución, incluyendo a dirigentes del Partido Comunista Italiano, frente a esos asesinatos -¿qué otra cosa fueron?- del régimen cubano, en el marco de la Primavera Negra del 2003 que incluyó la detención y condena a largas penas de prisión a 75 opositores pacíficos por ejercer derechos fundamentales que en Cuba están tipificados como delitos.
Al episodio del 2003 hay que agregarle un triste récord de la dictadura cubana en materia de fusilamientos, muchos de los cuales son responsabilidad de Raúl Castro. Es decir, el representante de Cuba que presidirá la Celac no solamente es un mandatario que carece de legitimidad democrática, sino también una persona denunciada por haber cometido ejecuciones extrajudiciales.
Lo curioso es que muchos piensan que Cuba, con un régimen de estas características y reprimiendo obscenamente los derechos humanos, tiene que estar en la Celac. ¿Pensarían lo mismo si un Pinochet, Videla o Stroessner estuviera en lugar de Raúl Castro?
Como puede apreciarse, esta combinación de tibieza democrática e hipocresía latinoamericana es la que le permite a los hermanos Castro mantener férreamente su dictadura y continuar conculcando las libertades fundamentales del pueblo cubano. Pero si algo se aprendió de las experiencias dictatoriales es que cuando terminan todo sale a la luz. Y cuando esto suceda en Cuba, el impacto político que tendrá en América Latina será enorme, en especial en los sectores autoritarios y complacientes de la izquierda regional.
Tomado de INFOBAE
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Escrito por Indicado en la materia
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Jueves, 31 de Enero de 2013 13:47 |
Por Pedro Corzo.-
Raúl Castro presidiendo un organismo regional integrado fundamentalmente por gobiernos democráticos, es una aberración que demuestra la falta de respeto que se tienen a sí mismos los gobernantes de América Latina.
La Cumbre en Santiago de Chile de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe en la que Castro asumió la presidencia pro témpore de la entidad regional, demuestra la falta de convicciones democráticas de los mandatarios latinoamericanos.
Las credenciales democráticas de Raúl Castro son las mismas de su hermano Fidel, que solo podía presentar para legitimar su mandato las que ostentaban Augusto Pinochet, Francisco Franco, Lenin o José Stalin, porque hay que admitir, con vergüenza ajena, que fueron los pueblos de Italia y Alemania los que eligieron a Benito Mussolini y a Adolfo Hitler en sus primeros mandatos.
Pero si la sola presencia del dictador cubano es un reto a los más elementales principios democráticos, el que Paraguay, país miembro del CELAC, no fuera invitado al encuentro porque el Senado depuso en un juicio apegado a la constitución del país al presidente Fernando Lugo, un aliado incondicional del chavismo y de los países que están asociados o relacionados con el Socialismo del Siglo XXI, confirma mas allá de toda duda, que en América no hay un liderazgo democrático capaz de enfrentar el populismo sustentado en los petrodólares del chavismo.
Cuba ocupa temporalmente la presidencia del CELAC, no porque reúna los requisitos necesarios para representar el hemisferio, sino porque una jugada política de los gestores del proyecto, los mandatarios de Venezuela y Ecuador, Hugo Chávez y Rafael Correa, respectivamente lo hicieron posible.
Correa y Chávez, las máximas representaciones del despotismo electoral en el hemisferio, influenciaron en la Cumbre de Caracas, en diciembre de 2011, para que Raúl Castro presidiera la organización después de Sebastián Piñera, jefe de estado de Chile, un presidente elegido en comicios plurales y libres y le relevara en esas funciones Costa Rica, donde también el gobernante es elegido libremente por los ciudadanos.
Una jugada sucia en la que participaron todos los gobiernos del continente, que busca darle legitimidad moral a la dictadura cubana.
El conocido que el propósito del CELAC es desplazar a la Organización de Estados Americanos, porque a pesar de la incapacidad del organismo regional para defender la democracia y la libertad en el continente, los líderes del Socialismo del Siglo XXI necesitan una entidad en la que no estén Estados Unidos y Canadá para ejercer una mayor influencia y control.
Cierto que los gobernantes del hemisferio han sido históricamente complacientes con la dictadura cubana, pero el que un Castro no elegido democráticamente se convierta en el enlace principal entre la Unión Europea y América Latina era algo material y moralmente inconcebible una década atrás.
Para algunos el pragmatismo en política es casi obligatorio para lograr resultados concretos, pero la frontera con el oportunismo, la indiferencia y complicidad con los crímenes morales y materiales, es apenas perceptible, y estos últimos caracteres son lo que se aprecia en la mayoría de los líderes políticos del hemisferio.
La frivolidad y el dejar pasar han caracterizado a los presidentes de América Latina, que por décadas han cerrado los ojos ante lo que acontece en Cuba y hasta han guardado silencio cuando la dictadura de la isla les ha intentado desestabilizar.
Pero el liderazgo que asume el régimen de Raúl Castro por elección de los gobiernos de América, también genera interrogantes y críticas en lo que respecta a la Unión Europea, supuestamente la instancia gubernamental más comprometida con la libertad y el respeto a los derechos humanos.
La UE tiene una relación muy irregular con el gobierno de Cuba, al extremo que desde 1996 su relación con la isla está enmarcada en una denominada “Posición Común”, que establece un marco restrictivo a los vínculos de la isla con Bruselas.
En cierta medida el hecho de que la Unión Europea acepte a Cuba como representante temporal de 33 gobiernos de América, le resta a los cuestionamientos del Bloque al gobierno de la isla el sostén moral necesario para continuar con una política originada en 1996.
El continente enfrenta una seria crisis de valores que puede concluir con el establecimiento en todo el hemisferio de dictaduras electorales, que asociadas entre sí, conformen agrupaciones capaces de actuar en bloque contra aquellas instituciones y países que no se plieguen a sus deseos.
Ejemplo de lo que puede ocurrir los padeció Honduras y lo vive Paraguay. Sin embargo, el golpe institucional que se produjo en Venezuela el pasado 10 de enero cuando Hugo Chávez no juramentó como presidente, tal y como disponía la constitución, no ha causado impacto en las relaciones de este país con el resto del continente.
Son los países que no se ajusten a las reglas del equipo que originalmente constituyeron Cuba y Venezuela y que se ha ido extendiendo a otras naciones, los que corren el riesgo de ser excomulgados, si no cumplen las reglas que han impuestos los autócratas elegidos por voto popular.
Tomado de EL NUEVO HERALD
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Última actualización el Jueves, 31 de Enero de 2013 13:52 |
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