Escrito por Indicado en la materia
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Domingo, 24 de Junio de 2012 11:19 |
Por Carlos Alberto Montaner.-
La Unión Europea mira con envidia a Estados Unidos. Washington tiene un dólar fuerte (comparado con el euro), no hay tentaciones separatistas, y el gobierno federal mantiene su autoridad en los cincuenta estados de la Unión. Hay crisis en Estados Unidos, pero menor: el desempleo está por debajo del nueve por ciento y, aunque débilmente, el país crece.
El objetivo subyacente en la Unión Europea, aun cuando no se decía a las claras, era crear un gran Estado federal compuesto por la treintena de países que coinciden en el viejo continente.
¿Qué es Europa? La pregunta se la hicieron cuando se discutía la absorción de los países provenientes del desaparecido mundillo comunista. Para responderla, en 1993 se establecieron los “Criterios de Copenhague”: podían formar parte de la Unión Europea las sociedades que creyeran en las libertades democráticas y en el respeto por los Derechos Humanos, en el mercado y en la existencia de propiedad privada como modo de organizar la economía, y que estuvieran dispuestas a cumplir sus obligaciones con la institución.
La Unión Europea no era una cuestión religiosa ni cultural. Se trataba de una organización supranacional fundada en creencias jurídicas, a la que se podía concurrir vestido de cualquier manera, con cualquier color de piel, hablando cualquier lengua y rezando o no rezando a cualquier dios.
En principio, parecía un hermoso y aceptante proyecto que le ponía fin a los fanatismos y sectarismos que durante milenios ensangrentaron al Viejo Mundo. Pero se cometió un error: los padres de la gran patria trataron de unificar y homogeneizar a todos los retazos del gran rompecabezas. Como el modelo ideal era Estados Unidos, la nación más exitosa de la historia contemporánea, y ésta era bastante uniforme, prevaleció la ingenua tendencia de tratar de imitarla.
Así surgieron los fondos de cohesión. ¿Qué era eso? Eran transferencias sustanciales de los países más ricos de la Unión Europea hacia los más pobres. No se discutía por qué, en general, el norte de Europa, con Alemania, Holanda y los países escandinavos, eran más productivos que el sur vecino del Mediterráneo –fundamentalmente Portugal, España y Grecia–, sino la evidente diferencia de renta per cápita entre los ciudadanos de ambas regiones.
Prevalecía, pues, un espíritu redistributivo e igualitarista. Esa parecía ser la actitud justa. Aunque las sociedades no trabajaran del mismo modo y tuvieran, por lo tanto, tejidos empresariales diferentes; aunque no condujeran los asuntos públicos con el mismo grado de honradez y eficiencia, se suponía que la responsabilidad de los más poderosos era conseguir que la calidad de vida en todo el espacio europeo tuviera un perfil uniforme.
De alguna manera, esa demanda es la que hoy está destruyendo a Europa. ¿Por qué? Porque los ciudadanos de los países más ricos están dispuestos a castigar en las urnas a los políticos que continúen transfiriendo recursos a las naciones que hoy están en crisis. Se sienten engañados y estafados.
La señora Merkel no es una despiadada gobernante alemana que se niega a darles una mano a los griegos o a los españoles. Es un funcionario electo que tiene que tener en cuenta la opinión mayoritaria de sus conciudadanos y estos están hartos de los comportamientos irresponsables de unos gobiernos que gastaban mucho más de lo que recaudaban, y de unos sistemas financieros privados que, en defensa de sus propios intereses, tomaron decisiones equivocadas que los han llevado a la ruina.
El error no ha estado en aceptar dentro de la Unión Europea a países muy distintos, sino en intentar igualar los resultados. El error ha estado en tratar de dotar de una moneda común a sociedades que producen, consumen y administran de formas diferentes.
Estados Unidos es una entidad muy distinta a la Unión Europea y era una ingenuidad tratar de copiar ese modelo. Aquellas trece colonias originales desovadas por Inglaterra al otro lado del Atlántico, pese a sus diferencias, compartían el ADN esencial británico y habían hecho causa común con Londres hasta poco antes de la guerra de independencia de 1776. Esa experiencia no era transferible a Europa.
Para salvar el proyecto de la Unión Europea, enormemente valioso en mil aspectos, hay que olvidarse de las fantasías federales unitarias. El único destino posible es el de una confederación muy laxa de Estados desiguales en el que conviven sociedades distintas que obtienen resultados diferentes. Cada transferencia que se hace desde la Europa próspera a la Europa en crisis no contribuye a salvar el proyecto común, sino a hundirlo. Esa es la paradoja.
Periodista y escritor. Su ultimo libro es la novela La mujer del coronel.
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La vacuna de más democracia como antídoto a los males |
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Escrito por Indicado en la materia
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Viernes, 15 de Junio de 2012 12:57 |
Por Dr. Darsi Ferrer.-
El reciente plebiscito aprobado en la República de Irlanda fue el procedimiento más racional para enfrentar los nuevos retos que trae consigo esta fase superior de desarrollo que se denomina Globalización. Y el cuerpo de transición más importante, precisamente porque define el destino de todos los implicados, es el mejoramiento y consolidación del Estado de Derecho y la democracia representativa, es decir, apelar a la voluntad popular claramente expresada en una votación, sobre un asunto tan significativo como resulta el apretarse el cinturón para sanear las finanzas y superar la crisis económica nacional.
Por eso, es de buen tino irse acostumbrando al cada vez más dinámico método de las consultas a los pueblos. Los conceptos de democracia representativa y Estado de Derecho, lejos de estar caducos, se renuevan con ese tipo de ejercicio democrático. Hay que utilizarlos cada vez que se presenten asuntos medulares, que comprometan el futuro de toda la población de un país. No se puede permitir que un grupo minoritario y virulentamente belicoso asuma para sí la representación de la sociedad por el simple expediente de plantarse en un sitio y protestar. Eso no es democracia, si no su tergiversación. Un ejemplo evidente lo constituye el Partido de los Independentistas Puertorriqueños, cuando hace años se proclamaba defensor y voz de la voluntad popular estrangulada por el “yugo yanqui”, y en diversos plebiscitos referidos al asunto de la soberanía se descubrió que apenas representaba algo más del 1 % de los votantes del Estado Libre Asociado.
Si los irlandeses se equivocaron al optar por ese mecanismo, nadie podrá decir que fue por una conjura secreta de un club de millonarios, argumento al que la izquierda crispada le echa garra constantemente para sostener acusaciones de gigantesca conspiración. Y si tenían razón los que por mayoría ganaron la consulta, quedará doblemente demostrado que era un error otorgarle la categoría de “voz del pueblo” a los “indignados” que se proclaman de tal modo, bajo la consigna 99 %.
Este referéndum popular ratifica la responsabilidad con que el pueblo y las autoridades de la República de Irlanda han emprendido el camino de la solución de sus presentes problemas. Es una consecuencia positiva y realista para enfrentar las dificultades surgidas por el reajuste económico devenido del tránsito hacia una fase superior de modernidad. Con sus resultados, la nación europea aceptó el mismo plan de medidas de austeridad al que aparentemente se niegan en masa los “indignados” griegos, españoles, norteamericanos… Es un procedimiento que no deja dudas sobre lo que piensa la mayoría sobre una cuestión de índole general. Como herramienta de soberanía, es impecable.
Muy distinta es la situación en otras naciones del viejo continente, donde el panorama desolador generado por la crisis económica, conlleva a que las élites políticas apelen a alternativas inadecuadas para lidiar con esos problemas y hallar soluciones viables y duraderas. En Grecia los políticos de izquierda, con el liderazgo de Alexis Tsipras se han lanzado a pescar en río revuelto, con la pretensión de aprovecharse de la desesperación y descontento de sus conciudadanos para atrapar el poder. Sin ningún recato utilizan discursos manipuladores, a base de promesas de no adoptar medidas de austeridad, y hasta desechar los acuerdos contraídos con las instituciones del Bloque a raíz de los millonarios préstamos financieros de los que se ha beneficiado su quebrada nación. En España andan por otro trillo también perjudicial. El gobierno derechista de Mariano Rajoy, al que el pueblo de ese país eligió masivamente en las elecciones hace apenas cinco meses, lejos de actuar con transparencia hace lo contrario. Por estos días negoció con las instituciones europeas un rescate financiero de 100 mil millones de euros y no le llama por su nombre. Habla de “ayuda ventajosa” que servirá para recapitalizar a la Banca, y sus declaraciones no convencen, sino que despiertan resquemores y la ira de muchos de sus compatriotas duramente golpeados por las dificultades económicas.
De modo general, en todas estos naciones sucede que los inconformes se niegan a aceptar el fin de una serie de prebendas y beneficios sociales que ya no pueden cubrirse porque carecen de respaldo monetario, aunque este no es el dilema fundamental. El eje del asunto radica en la propia inviabilidad del Estado como gigantesco creador de Bienestar Social. La práctica histórica ha demostrado que ese esquema sólo sirve para generar, mediante un mecanismo populista de apoyo, desde empleo innecesario e improductivo hasta subsidios absurdos y fondos mal administrados con corrupción aledaña. Y lo que es peor, todo ello justificado por la representatividad delegada cada cuatro o cinco años, sin previa consulta con el pueblo, el genuino dueño de ese dinero. Sólo un pequeño grupo de personas de la clase política en el gobierno de turno es la que maneja los recursos públicos a su estrecho criterio o conveniencia. Esta situación privilegiada de las élites gobernantes provoca un despilfarro de recursos recaudados mediante impuestos, aranceles y otros, en inversiones de beneficios dudosos que pudieran ser mejor concebidas y administradas. Como efecto, muchas personas de sectores vulnerables, completamente desvalidas que existen en toda sociedad, se quedan sin la ayuda que realmente necesitan. Son las víctimas más dolorosas, pero no las únicas.
La población también participa festinadamente en el Estado de Bienestar sin preguntarse mucho o lo suficiente para saber dónde van a parar los recursos que de ellos se recauda. Con demasiada facilidad se dejan engatusar por pequeñas concesiones contempladas como “conquistas sociales” y por el beneficio de subsidios que le hacen la vida supuestamente más llevadera. Acomodados a entregar su voto en las elecciones para que se les cumplan las gratuidades prometidas, le dan la espalda al cuestionamiento de por qué sus insatisfacciones y limitaciones económicas y legales persisten, y hasta se incrementan.
Esta realidad tiene lugar precisamente porque los ciudadanos participan del ejercicio de apariencia democrática, pero que oculta un serio desbalance cómplice entre el soberano y el grupo que los representa por un período de gobierno. Tal desequilibrio no pudiera existir sin el contubernio de un votante interesado en favorecerse de la zanahoria de gratuidades, ni tampoco sin su contraparte, una maquinaria política de partidos de corte democrático que se acomodan y tornan arrogantes y elitistas en el poder. En correspondencia, se crea un círculo vicioso donde todos se corrompen y buscan la manera de beneficiarse de ese maná.
Con posterioridad a la 2da Guerra Mundial, a la par del proceso de crecimiento de naciones democráticas, ha ido consolidándose el esquema de supuesta justa redistribución del ingreso público. Pero el tremebundo resultado general al que ahora se llega por el aceleramiento que imponen las nuevas dinámicas globales, es que la retroalimentación de este proceso tergiversador acumula una deuda cada vez más incosteable, con mayores subsidios, corrupción y burocracia que cubrir.
Los avances de la Globalización como un integrador que nadie gobierna pero que refleja de manera firme y segura las preferencias mundiales, impactan contra aspectos caducos que se resisten a desaparecer de los modelos de civilización. De igual manera que en otras épocas muchos se negaban a abandonar el alumbrado de gas por el fluido eléctrico, que el caballo fuese sustituido por el vehículo motorizado, o la dictadura del proletariado por la sociedad abierta y liberal, en el presente hay quién contempla como un horroroso retroceso el fin de una Sociedad de Beneficencia y Subsidios, de “conquistas sociales” como salarios mínimos, subsidios de desempleo garantizados por generaciones, aumentos salariales generales y la ausencia de una correspondencia entre lo que se produce y consume.
Muchas personas en Grecia, España, Portugal, Italia, Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países de economías de mercado están atrapadas en las contradictorias condiciones que la nueva era pone en entre dicho por ser completamente inviables. Hoy vive una plena crisis el modelo de Estado Benefactor, dueño y ejecutor de los ingresos públicos. Las leyes de la oferta y la demanda, el castigo y el premio a la buena o mala ejecutoria política, aunque parezcan despiadadas, son patrones de medición más firmes y seguros de ese caballo mustango que es la economía de todos. Pero para llegar a ese consenso, como en el caso irlandés, se requiere expresarlo de manera clara y contundente en todos los aspectos que sean importantes.
Nunca antes como ahora existen las posibilidades tecnológicas para que los plebiscitos puedan dejar de ser un engorroso y costoso proceso de consulta popular. Los medios modernos de comunicación cada vez hacen más real la denominada Súper-Carretera Informativa, donde coinciden los diversos medios de trasmisión y recepción con vastas redes sociales y otros artilugios que de seguro se sumarán. La mejor inversión que puede hacer una nación es establecer el mecanismo especializado para que, sin temor a engaños o manipulaciones, la consulta de la nación en los asuntos vitales sea cada vez más frecuente y precisa. Así se evitarían las trampas que en el presente no sólo se han provocado a sí mismos el clientelismo popular y el elitismo de los partidos, si no lo más importante, se evitaría el sufrimiento, las pérdidas económicas y de propiedad, el rencor y la ira de los más perjudicados.
La Habana, Cuba. 13 de junio de 2012. |
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Caza al ladrón en el Vaticano |
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Escrito por Tomado de INFOBAE
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Viernes, 01 de Junio de 2012 19:47 |
Por Sandro Magister
Documentos robados. Venenos. Arrestos. Hay guerra en la curia romana. El despido del presidente del banco vaticano. Las maniobras del cardenal Bertone. Los falsos amigos del Papa
ROMA.- Hay método en esta locura. Desde el momento en que el mayordomo de Su Santidad ha acabado en la cárcel, el espectáculo, de repente, ha cambiado. En el centro de la escena ya no está el debate sobre el contenido de los documentos robados: están los ladrones. Resueltos a complotar a la sombra de un anciano vestido de blanco.
"Cuando se suprime la justicia, ¿qué son los reinos sino grandes bandas de ladrones?" La frase es de San Agustín, pero ha sido Benedicto XVI quien la ha citado en su primera encíclica, "Deus caritas est", de 2005. No sabía que siete años más tarde ésta sería la imagen pública del Vaticano. Una ciudad devastada por los hurtos, sin ningún rincón inviolado, ni siquiera ese "sancta sanctorum" que debería ser el escritorio privado del Papa.
Los ladrones, verdaderos o presuntos, de los documentos vaticanos declaran a coro a los periódicos, anónimamente, que han actuado así justamente por amor al Papa, para ayudarle a hacer limpieza. Y es verdad que ninguna de las fechorías puestas al descubierto en los documentos implica a su persona. Pero es más verdad que todo, inexorablemente, cae sobre él.
El Papa teólogo, el de las grandes homilías, el del libro sobre Jesús, es el mismo que reina sobre una Curia a la deriva, sentina de "egoísmo, violencia, enemistad, discordia, envidia", de todos los vicios por él estigmatizados en la homilía del domingo pasado, Pentecostés, y en tantas otras precedentes predicaciones inútiles.
Ha sido el mismo Papa quien ha querido como secretario de Estado al cardenal Tarcisio Bertone, y que sigue manteniéndole en su puesto, no obstante compruebe, cada día más, su ineptitud.
Lucha interna en el "banco vaticano"
Hoy, en el Vaticano, la frontera entre los actos ilícitos y los de puro mal gobierno se ha hecho muy sutil, casi inexistente.
La prueba clamorosa es de estos días. El mayordomo pontificio, Paolo Gabriele, acababa de ser arrestado por hurto de documentos en el apartamento papal cuando, dentro y alrededor del Instituto para las Obras Religiosas -el banco vaticano- ha tenido lugar una disputa de una violencia inaudita, registrada con igual brutalidad, primero en un comunicado oficial de la misma Santa Sede y, después, en un documento interno, deliberadamente filtrado a la prensa, para que el mundo supiese que todos los miembros del consejo de supervisión del banco habían votado una moción de censura al presidente del IOR, Ettore Gotti Tedeschi.
Y se ha votado esta moción, se ha podido leer, por evidente incapacidad de desarrollar sus funciones, por frecuente abandono del puesto de trabajo, por ignorancia culpable de sus deberes, por un comportamiento personal "cada vez más extraño" y, sin duda también, por sospecha de difusión de documentos reservados. En resumen, por un total de nueve cargos de acusación sobre el filo del insulto, votados y aprobados uno por uno por la junta de renombrados consejeros: el alemán Ronaldo Hermann Schmitz del Deutsche Bank, el americano Carl Albert Anderson de los Caballeros de Colombo, el español Manuel Soto Serrano del Banco de Santander y el italiano Antonio Maria Marocco, notario en Turín y el último incorporado.
Los tres primeros habían dado en 2009 su pleno apoyo al nombramiento de Gotti Tedeschi como presidente del IOR. Y este apoyo lo habían mantenido hasta hace poco tiempo, cuando las diferencias entre Gotti Tedeschi y el director general del banco, Paolo Cipriani, hombre fuerte de la vieja guardia, ya eran ásperas. No se hablaban desde hacía seis meses.
El comunicado con la moción de censura a Gotti Tedeschi terminaba diciendo que el día siguiente, viernes 25 de mayo, se reunía la comisión cardenalicia de vigilancia sobre el IOR, la única que podía ejecutar la moción de los consejeros. En efecto, la reunión ha tenido lugar, pero sin un comunicado final. Formalmente, Gotti Tedeschi no ha sido aún destituido, y está preparando las armas para exponer sus razones.
Mientras tanto, el conflicto se ha desplazado donde más cuenta, dentro de la comisión de los cardenales. En ella está Bertone, que es el presidente, pero también están Attilio Nicora, que casi nunca ha estado de acuerdo con él, y Jean-Louis Tauran que, como ex-ministro de Asuntos Exteriores de la Santa Sede, no ha digerido nunca que se haya confiado la secretaría de Estado a una persona no experta en diplomacia como, precisamente, Bertone.
Los otros dos cardenales de la comisión, Telesphore Placidus Toppo y Odilo Pedro Scherer, viven, respectivamente, en la India y en Brasil. Ausencias justificadas.
¿Dentro o fuera de la lista blanca?
Entre Bertone y Nicora, el último terreno de disputa ha sido el reglamento introducido en la Ciudad del Vaticano para la admisión a la "white list" internacional de los Estados con los estándares más altos de oposición al blanqueo de capitales.
Asombra que en el comunicado contra Gotti Tedeschi no se mencione este nudo esencial de la discusión.
Para escribir dicha normativa, Gotti Tedeschi y el cardenal Nicora habían llamado a los dos máximos expertos italianos en la materia, Marcello Condemi y Francesco De Pasquale, ambos de la cantera del Banco de Italia. La ley, la 127 en la numeración vaticana, entró en vigor el 1 de abril de 2011 y contextualmente Benedicto XVI, con un motu proprio, dotó al Vaticano de una Autoridad de Información Financiera, presidida por Nicora, con poderes absolutos sobre cualquier movimiento de dinero llevado a cabo en cualquier oficina interna o vinculada con la Santa Sede, incluidos el IOR y la secretaría de Estado.
Pero en el momento en que esta normativa fue aprobada, inmediatamente partió la contraofensiva. La dirección del IOR, la secretaría de Estado y la gobernación objetaron que con esta normativa el Vaticano perdía su soberanía y se convertía en un "enclave" de poderes externos bancarios, políticos y judiciales. Solicitaron a un abogado americano de su confianza, Jeffrey Lena, la nueva redacción de la ley y el invierno pasado, por decreto, hicieron entrar en vigor un segundo texto que limitaba los poderes de inspección de la Autoridad de Información Financiera, sometiéndolos a los de la secretaría de Estado.
Según sus promotores, el nuevo reglamento sería el que respondería mejor a las peticiones internacionales de transparencia.
Pero tanto Nicora como Gotti Tedeschi tienen una opinión diametralmente opuesta. Juzgan la nueva ley 127 "un paso atrás", que costará a la Santa Sede la no admisión a la "white list". En julio se espera un primer veredicto por parte de las autoridades internacionales sobre la normativa contra el blanqueo de capitales en vigor en el Vaticano. Pero los juicios preliminares expresados por los inspectores de Moneyval, después de dos sesiones investigativas en el Vaticano, no hacen presagiar nada bueno.
La primera versión de la ley 127, examinada bajo diez aspectos distintos, había recibido seis votos a favor y cuatro en contra. La segunda versión ha tenido, en cambio, 8 votos en contra y sólo 2 a favor.
Empresas fracasadas
Mientras tanto en el Vaticano es la guerra. Al cardenal Bertone se le echa en cara la campaña por él guiada en 2011 para la adquisición, con dinero del IOR, del San Raffaele, el hospital de vanguardia creado en Milán por un discutido sacerdote, don Luigi Verzé, precipitado en una vorágine de deudas.
Al inicio, Gotti Tedeschi apoyó la oferta de compra, pero muy pronto pasó a estar entre los opositores, entre los cuales estaban los cardenales Nicora y Angelo Scola, neoarzobispo de Milán, y el mismo Benedicto XVI, muy contrarios a la adquisición, no sólo por la implicación directa de la Santa Sede en un asunto mundano, demasiado alejado de sus fines espirituales, sino también porque en el San Raffaele y en la universidad anexa se practican actividades y se imparten enseñanzas en total oposición con la doctrina católica: y no se pueden sustituir en bloque, ciertamente, médicos, científicos y profesores.
Al final, Bertone se ha rendido y el San Raffaele ha sido adquirido por Giuseppe Rotelli, empresario italiano de primera magnitud en el sector de la sanidad. Pero para el exuberante secretario de Estado es duro abandonar el sueño de crear un grupo hospitalario católico bajo el control y la guía del Vaticano. Como prueba, su otra empresa fracasada: la conquista del Gemelli, el policlínico romano de la Universidad Católica del Sagrado Corazón, famoso en todo el mundo por haber acogido y curado a Juan Pablo II.
Falsas acusaciones
Para la conquista del Gemelli había un pasaje obligatorio: el control del instituto fundador y promotor de la Universidad Católica, el Toniolo, a su vez controlado por la conferencia episcopal italiana y tradicionalmente presidido por el arzobispo de Milán.
El Toniolo era desde hacía años el objetivo de un abordaje, cuyo fin era excluir con cualquier medio a sus exponentes más vinculados al cardenal Camillo Ruini, presidente de la CEI hasta el año 2007.
El ataque que en el año 2009 afectó a Dino Boffo, miembro del Toniolo y director del periódico Avvenire, de la Conferencia Episcopal Italiana (CEI), con acusaciones de homosexualidad, después reconocidas como falsas por el mismo periódico que las había publicado, fue el momento más feroz de esta lucha.
Bertone no le defendió. Peor: Giovanni Maria Vian, director del periódico editado por la secretaría de Estado vaticana, L'Osservatore Romano, inundó de críticas a Boffo en una despiadada entrevista en el Corriere della Sera, justamente en el momento crucial del ataque contra este último.
Hoy no habría sido necesario leer las pesarosas cartas escritas por Boffo en esa situación, aparecidas entre los documentos robados al Papa. La dinámica sustancial de los hechos ya estaba entonces a la vista de todos.
Destrucción mutua asegurada
La operación San Raffaele, el ataque a Boffo, el intento de conquista del Gemelli, la pretensión de Bertone de suplantar a la CEI en el papel de guía de la Iglesia en Italia: todo está enlazado.
En 2010, el incontenible secretario de Estado, alardeando de un presunto mandato de Benedicto XVI, llegó incluso a requerir por escrito al cardenal Dionigi Tettamanzi que dejara la presidencia del Toniolo. El arzobispo de Milán se enfadó. Y Benedicto XVI dio la razón al segundo, tras haber llamado a ambos contendientes ante él.
También este carteo ha sido robado y hecho público, pero esta historia ya era conocida. Hoy la presidencia del Toniolo ha pasado pacíficamente al sucesor de Tettamanzi en la cátedra de Milán, el cardenal Scola.
En 2009, en una carta pública a los obispos de todo el mundo Benedicto XVI advirtió: "Si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente". El Papa había tomado estas palabras de San Pablo, pues también en la cristiandad de los orígenes había contrastes feroces. También con Jesús, entre los apóstoles, había quien se peleaba por los puestos de poder, como había quien protestaba contra el derroche del valioso ungüento versado sobre los pies del Maestro, en lugar de "venderlo y dar cuanto obtenido a los pobres".
Benedicto XVI tiene la delicadeza y la humildad de no identificarse jamás con Jesús, pero sí se asocia con Él. El pasado 21 de mayo, en el brindis de una comida con los cardenales, concluyó confiado: "Estamos en el equipo del Señor, por tanto, en el equipo victorioso". Pero, ¡qué esfuerzo!, cuando todo juega contra él, incluso "disfrazado de bien".
Justo antes, el Papa había citado a San Agustín a los cardenales: "Toda la historia es una lucha entre dos amores: amor a uno mismo hasta el desprecio de Dios; amor de Dios hasta el desprecio de uno mismo". Y había añadido: "Nosotros estamos en esta lucha y es muy importante tener amigos. Y en mi caso estoy rodeado de los amigos del Colegio cardenalicio: (...) me siento seguro en esta compañía".
También el padre Federico Lombardi ha garantizado el 29 de mayo: "No hay ningún cardenal entre las personas investigadas o los sospechosos". Pero, sin incomodar a los gendarmes, no todos los cardenales "amigos" juegan en equipo como espera el Papa.
Fuente: Chiesa News |
Última actualización el Viernes, 01 de Junio de 2012 20:05 |
¿Unidos por el socialismo? |
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Escrito por Indicado en la materia
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Jueves, 17 de Mayo de 2012 09:50 |
Por René Gómez Manzano.-
En días pasados, Fidel Castro publicó una reflexión intitulada “El 67 aniversario de la victoria sobre el nazi
fascismo”. En ese trabajo, más breve de lo acostumbrado, el ex Máximo Líder hace una apretada síntesis de creencias que resultan usuales dentro de la extrema izquierda universal.
Una de esas afirmaciones concita de modo especial mi atención. Aludiendo a la desaparecida URSS y su victoria en la guerra, el autor escribe: “La colosal hazaña era fruto del heroísmo de un conjunto de pueblos que la revolución y el socialismo habían unido”. Este dogma es uno de los más extendidos y publicitados por el “progresío” internacional, lo que, como es natural, no significa que se acerque siquiera a la realidad.
Naciones tan disímiles como la rusa, las del Cáucaso o las de cultura musulmana del Asia Central, “se unieron” muchísimo antes de “la revolución”, cuando ni siquiera se pensaba en el socialismo. Su amalgamación fue obra del viejo régimen zarista, que, en plena arrebatiña de las grandes potencias, se creó un imperio colonial que por su extensión no tenía nada que envidiarle a los de Inglaterra o Francia.
No obstante, entre aquél y éstos hubo una diferencia sustancial: Los países de Europa Occidental tenían que adquirir nuevos territorios en continentes lejanos, pues sus vecinos eran estados desarrollados cuya conquista habría sido harto difícil. La Rusia de los autócratas no, pues en sus mismas fronteras halló numerosos pueblos pequeños y débiles que fueron presa fácil.
Por consiguiente, el imperio colonial zarista gozó de continuidad territorial. Esto, unido al régimen despótico que imperaba de manera homogénea en toda su extensión (a diferencia de Inglaterra o Francia, democráticas en lo interno, pero autoritarias en ultramar), sirvió como elemento inicial para enmascarar la verdadera esencia de las relaciones establecidas entre Moscú y su periferia.
Al triunfar la Revolución de Octubre, algunos trozos del gigantesco estado ruso lograron alcanzar su independencia, pero el resto permaneció sometido al Kremlin. Poco después, una maniobra, genial en su maquiavelismo, completó el disfraz: El penúltimo día de 1922 se constituyó la URSS. Al pasar los años, se crearon nuevas repúblicas federadas y autónomas, con lo que se terminó el proceso de maquillaje.
La teoría indicaba que se trataba de un estado federal, cuyas partes integrantes, de acuerdo a la Constitución, tenían incluso el derecho a abandonar la Unión. En realidad, pocas veces se ha visto un régimen tan centralista y absorbente como ése. Esto llama más la atención si tenemos en cuenta que se trataba de un país inmenso.
Desde luego, para que el enmascaramiento mantuviese su perfección, se observaban con meticulosidad las reglas no escritas de la liturgia comunista: era siempre algún aborigen quien encabezaba las llamadas repúblicas nacionales. Lo que no admitía discusión era el control absoluto ejercido desde el Kremlin moscovita. Esas colonias tenían —pues— el carácter de verdaderos protectorados. Sucedía en ellas lo mismo que en Marruecos o Túnez, donde reinaba un monarca autóctono, pero bajo el dominio total de los franceses.
La ocultación de la verdad fue tan exitosa, que al producirse el proceso de descolonización masiva en las África y Asia de los años sesenta del pasado siglo, muchos líderes independentistas consideraron de buena fe a la URSS como su gran aliada en la lucha por la emancipación. ¿Y los ucranianos, bálticos, kazajos y uzbecos? Bien, gracias.
Durante la Perestroika se puso de manifiesto la verdadera naturaleza de la URSS como el último gran imperio colonial subsistente en el planeta. La decisión del Sóviet Supremo de Lituania para independizarse, fue desconocida de manera olímpica por la dirigencia del Kremlin, pese a que —como ya vimos— ese derecho lo reconocía la Constitución. No obstante, poco después, cuando Rusia tomó igual decisión, la Unión Soviética “se desmerengó”, como diría el propio Castro.
En cuanto al heroísmo demostrado por muchos representantes de esos pueblos sometidos durante la Segunda Guerra Mundial, no debe despertar nuestro asombro. ¿Acaso no era proverbial el arrojo que mostraban —digamos— los soldados senegaleses que servían a Francia! ¿O los moros en España; o los indios en el Ejército Británico?
Eso son meras anécdotas en el devenir de los acontecimientos humanos. Lo que sí tuvo verdadera importancia histórica universal fue la culminación del proceso de descolonización de los pueblos sojuzgados, que comenzó con la admirable Declaración de Independencia de los Estados Unidos en 1776, continuó en Nuestra América en el siglo XIX y culminó con la feliz disolución de la URSS.
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