La crisis es tan aguda en Cuba que el nuevo ministro de Economía, Alonso Vázquez, tuvo que reconocer que "de manera general se manifiesta un panorama desfavorable (...) decrecen los ingresos por concepto de exportaciones, también disminuyen las importaciones y se incumplen diferentes actividades económicas claves, como las principales producciones agropecuarias, de azúcar y otros derivados, así como la generación de electricidad".
"Además, más de 300 empresas registran pérdidas en sectores estratégicos, mientras persiste la depreciación del peso cubano y (…) el incremento de los precios", añadió ante un reciente Consejo de Ministros.
"La situación es terminal", habrá pensado para sí Alonso Vázquez mientras presentaba ese informe.
Pero siguen pasando águilas por el mar sin que el Gobierno modifique el guion. "Es verdad que no se podrán lograr los mejores niveles productivos ni de rendimiento, pero sí es posible ir avanzando si explotamos al máximo la inteligencia colectiva", afirmó el premier Marrero en lección magistral de cínico entusiasmo, como estipula el libreto de las últimas dos décadas: esperanza con esteroides y realidades difusas.
Sin embargo, les es cada vez más difícil encontrar razones para el falso optimismo que tan mal le queda a esos obesos que demandan sacrificios a un pueblo hambreado, notándose el vacío intelectual cuando, reciclando viejas mentiras, caen en obvias contradicciones discursivas.
El ministro de Economía que, como vimos, reconoció que estaban decreciendo los ingresos por exportaciones —algo evidente con la economía paralizada—, minutos después afirmaba triunfal que un elemento positivo del periodo era "el comportamiento de las exportaciones de los principales servicios: médicos, turísticos y de telecomunicaciones", patentando así un método para peinarse y hacerse papelillos.
Pero ahí no se detuvieron las declaraciones incompatibles. Aunque Alonso Vázquez al final de su informe entonó las loas de rigor al humanismo de una Revolución que "protege a más de 330.000 personas en situación de vulnerabilidad" —el vocablo "pobre" no existe en neolengua castrista—, a la hora de presentar sus conclusiones, el ministro de Finanzas y Precios, Vladimir Regueiro, reconoció una realidad diametramelte diferente: la mayor parte del "decrecimiento —del gasto estatal en el periodo— se debió a la inejecución de un grupo de partidas del presupuesto que tienen un gran impacto, sobre todo, en las políticas sociales".
¿Quien lo diría? El Gobierno socialista recortando políticas sociales antes de recortar dispendios innecesarios, como los subsidios a las más de 300 empresas en números rojos que pudiera privatizar, si no le diera pánico que el pueblo dejase de depender del Estado.
Sin permitir que avance el libre mercado capitalista, que crea riquezas, el castrismo está quitando las redes redistributivas que al menos impedían la miseria, condenando a los cubanos a un limbo sistémico del que solo se sale con remesas que no llegan a convertirse en capital de inversión, pues inmediatamente se desintegran en el estómago de los afortunados que pueden comprar en MIPYMES.
Es tanta la desolación del país, la desesperanza, que las remesas pasaron de ser motor que impulsaba el emprendimiento privado a simple salvavidas del hambre, y solo se invierten en el único negocio seguro: huir.
Ni una, ni media idea original o útil salió del Consejo de Ministros de un país en urgencia humanitaria, cuya tragedia pasa desapercibida bajo el monopolio de la información oficial. Solo el drama médico hoy, sin temor puede afirmarse que supera el peor momento de la pandemia, mientras el sufrimiento es una represa rota que desborda dolores y agravamientos de salud, incontenidos por medicinas inexistentes.
El castrismo no encuentra como salir del colapso sin perder poder, pero como ellos ven la miseria desde lejos —mientras quienes la padecen apenas protestan, desorientados como están—, ya ni para mentir tienen gracia. Aunque, a estas alturas, decir que nos mienten es mentirnos a nosotros mismos, colocándonos en el confortable rol de engañados, un papel plausible hasta los años 90 cuando, aislados del mundo, un sociópata carismático nos violaba el cerebro; pero en 2024 no somos víctimas, sino cómplices, cooperadores necesarios de un delito contra nuestra propia humanidad. Cómplices secundarios, pero cómplices al fin y al cabo.
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